Casi del fondo de las sombras, o de los recuerdos más
asentados en el olvido, Gustavo Torner (Cuenca, 1925) recupera ahora una
colección de fotografías realizadas más de medio siglo atrás, cuando para él
salir a la calle, a la naturaleza, llevando en las manos una cámara
fotográfica, formaba parte de su misma esencia personal. Podría decirse, y
algunos sin duda lo pensarán, que esa figura de un Torner fotógrafo era algo
inimaginable. No lo pensamos así quienes, en su propio estudio, hemos podido
ver la impresionante colección de cajas en las que cuidadosamente archivados y
ordenados, reposan fotografías y diapositivas. Y tampoco lo podemos pensar
quienes sabemos que hubo una época, cuando se preparaban documentos vinculads a
planificaciones del casco antiguo de Cuenca que él mismo, en solitario, con su
cámara, fotografió uno detrás de otro absolutamente todos los inmuebles del
espacio arquitectónico al que llamados así, casco antiguo o casco histórico de
esta ciudad.
Para su comparencia, insólita quizá, inesperada también, en
esta singular exposición que ahora (y hasta el próximo 28 de enero) puede verse
en la recuperada Casa Zavala, el propio artista ha elegido una serie de
imágenes dedicada a la tierra, a la naturaleza. Con ojos de artista, más aún,
con la mirada de un artista que entonces se encontraba en los albores del
descubrimiento del arte abstracto, Torner se acerca a los elementos de la
naturaleza, las rocas, los árboles, la atmósfera misma que los rodea y usando
no solo los mecanismos sofisticados de unos objetivos de extrema sensibilidad
sino sobre todo su mirada inquisitiva, que va más allá de la epidermis de los
objetos, penetra en la esencia misma para descubrir lo que seguramente no
podría captar el ojo apresurado de un espectador cualquiera.
Uno se puede imaginar al artista situado ante estos
elementos, la cámara en las manos, la mirada tensa, el ojo atento para
delimitar el contorno de la figura deseada, con un objetivo 6x6 o 9x9, con el
que captar en blanco y negro, un fragmento mínimo del objeto enfocado, unos
centímetros de roca, del tronco de un árbol (sorprendente y expresivo ese Álamo con inscripciones) , seres
presuntamente inanimados, pero que en la visión de Gustavo Torner se
transforman en elementos dotados de una mágica expresividad, con carácter
propio.
Se entiende perfectamente que el inicialmente artista
figurativo, al hilo de estas visiones cosmogónicas, diera el paso hacia la
abstracción, que está ya latente en esas fotografía, sabiamente tituladas La piel de la tierra que, entre otras
muchas cosas, sirven para poner de relieve la maravillosa vitalidad de este
creador singular.