domingo, 26 de noviembre de 2017

LOS CARTELES DE IVÁN ZULUETA



Iván Zulueta (1943-2009) es una personalidad irrepetible. Nacido en una familia burguesa de San Sebastián, estudió decoración, pintura y cine. Autor de una corta filmografía, en la que figuran Un, dos, tres, al escondite inglés (1969) y Arrebato (1979), dos títulos rompedores y vanguardistas, fue también el artista que dio a luz una irrepetible colección de carteles de cine, de películas españolas y americanas, cuando hacer tales cosas era verdaderamente un arte. Ochenta de esos carteles forman la exposición singularísima que ha montado el Cine Club Chaplin coincidiendo con la 20ª Semana de Cine de Cuenca.
Como ha escrito Pablo Pérez Rubio el folleto que acompaña la exposición, “Zulueta es referente como propulsor de una estética en España y como maldito consciente”, no solo en su forma de concebir el cine (el arte, en general; la vida como totalidad) sino en su actitud ante el mundo que le rodeaba, en lucha permanente con la industria, la administración, la crítica y el público, situación que desemboca abruptamente en esa película insólita, increíble, que sólo ahora, varias décadas después de haber sido realizada, empieza a ser comprendida y valorada, Arrebato, paradigma de la personalidad arrebata y extrema de su autor.
Pero en la exposición, naturalmente, no se habla de esa película, que hubo ocasión de ver en la sala del Centro Cultural Aguirre el día inaugural (para sorpresa e incomodo de un público que no esperaba tal cosa) sino de la actividad de Iván Zulueta como autor de carteles de cine, gremio artesanal generalmente no conocido ni reconocido, en el que solo muy pocos nombres han conseguido desbordar los estrechos límites del anonimato. Zulueta pertenece al grupo de quienes, a finales de la década de los ochenta del siglo pasado, viven y conocen la decadencia del género, cuando los artistas creadores van siendo sustituidos paulatinamente por la irrupción de la tecnología digital que sustituye a los creadores de tinta, papel y colores, autores además de su propia tipografía igualmente imaginativa.
En el mismo folleto de la exposición, otro experto, Pepe Alfaro, escribe que “son obras que, en general, rezuman una tremenda fuerza expresiva, manejada con toda libertad creativa, como hasta la fecha no se había visto en los trabajos de los cartelistas, permanentemente sujetos a las indicaciones y directrices de las distribuidoras, casi siempre encaminadas a dar brillo y colorido a fotogramas de los actores”. Zulueta desborda esos límites, trasciende lo inmediato y busca en el fondo del argumento el motivo en que se inspira para trazar los dibujos de sus carteles, en los que destacan, con fuerza propia, los títulos, todos ellos inspirados en diseños gráficos absolutamente originales y que terminan por dar personalidad no solo al propio cartel, sino a la misma película. Véase si no la tremenda expresividad de carteles como los de Furtivos, Laberinto de pasiones, ¿Qué he hecho yo para merecer esto?, Viridiana, Al escondite inglés, o, entre los títulos americanos, La jungla de asfalto, El tercer hombre, Gilda o La señora Míniver.
No son solo carteles de cine, no son solo películas. Es arte en estado puro, maravilla creativa, pulsión expresiva, imágenes conmovedoras surgidas de una mente tan atormentada como delirante. Una ocasión única, irrepetible, que merece la pena disfrutar en la sala de exposiciones del Centro Cultural Aguirre. Y que se completa con una deliciosa pequeña colección de artilugios de la prehistoria del cine, en forma de proyectores que estuvieron en vigor durante muchos años, aunque ahora sean piezas de museo.



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