Iván
Zulueta (1943-2009) es una personalidad irrepetible. Nacido en una familia
burguesa de San Sebastián, estudió decoración, pintura y cine. Autor de una
corta filmografía, en la que figuran Un,
dos, tres, al escondite inglés (1969) y Arrebato
(1979), dos títulos rompedores y
vanguardistas, fue también el artista que dio a luz una irrepetible colección
de carteles de cine, de películas españolas y americanas, cuando hacer tales
cosas era verdaderamente un arte. Ochenta de esos carteles forman la exposición
singularísima que ha montado el Cine Club Chaplin coincidiendo con la 20ª
Semana de Cine de Cuenca.
Como ha escrito Pablo Pérez Rubio el folleto que acompaña la
exposición, “Zulueta es referente como
propulsor de una estética en España y como maldito consciente”, no solo en
su forma de concebir el cine (el arte, en general; la vida como totalidad) sino
en su actitud ante el mundo que le rodeaba, en lucha permanente con la
industria, la administración, la crítica y el público, situación que desemboca
abruptamente en esa película insólita, increíble, que sólo ahora, varias
décadas después de haber sido realizada, empieza a ser comprendida y valorada, Arrebato, paradigma de la personalidad
arrebata y extrema de su autor.
Pero en la exposición, naturalmente, no se habla de esa
película, que hubo ocasión de ver en la sala del Centro Cultural Aguirre el día
inaugural (para sorpresa e incomodo de un público que no esperaba tal cosa)
sino de la actividad de Iván Zulueta como autor de carteles de cine, gremio
artesanal generalmente no conocido ni reconocido, en el que solo muy pocos
nombres han conseguido desbordar los estrechos límites del anonimato. Zulueta
pertenece al grupo de quienes, a finales de la década de los ochenta del siglo
pasado, viven y conocen la decadencia del género, cuando los artistas creadores
van siendo sustituidos paulatinamente por la irrupción de la tecnología digital
que sustituye a los creadores de tinta, papel y colores, autores además de su
propia tipografía igualmente imaginativa.
En el mismo folleto de la exposición, otro experto, Pepe
Alfaro, escribe que “son obras que, en
general, rezuman una tremenda fuerza expresiva, manejada con toda libertad
creativa, como hasta la fecha no se había visto en los trabajos de los
cartelistas, permanentemente sujetos a las indicaciones y directrices de las
distribuidoras, casi siempre encaminadas a dar brillo y colorido a fotogramas
de los actores”. Zulueta desborda esos límites, trasciende lo inmediato y
busca en el fondo del argumento el motivo en que se inspira para trazar los
dibujos de sus carteles, en los que destacan, con fuerza propia, los títulos,
todos ellos inspirados en diseños gráficos absolutamente originales y que
terminan por dar personalidad no solo al propio cartel, sino a la misma película.
Véase si no la tremenda expresividad de carteles como los de Furtivos, Laberinto de pasiones, ¿Qué he
hecho yo para merecer esto?, Viridiana, Al escondite inglés, o, entre los
títulos americanos, La jungla de asfalto,
El tercer hombre, Gilda o La señora
Míniver.
No son solo carteles de cine, no son solo películas. Es arte
en estado puro, maravilla creativa, pulsión expresiva, imágenes conmovedoras
surgidas de una mente tan atormentada como delirante. Una ocasión única,
irrepetible, que merece la pena disfrutar en la sala de exposiciones del Centro
Cultural Aguirre. Y que se completa con una deliciosa pequeña colección de
artilugios de la prehistoria del cine, en forma de proyectores que estuvieron
en vigor durante muchos años, aunque ahora sean piezas de museo.
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