miércoles, 30 de noviembre de 2016

LA MEMORIA GRÁFICA: ASÍ ÉRAMOS


            Desde hace unos días y hasta el final de la semana próxima, pasados los avatares del puente kilométrico que nos espera, puede verse en el Centro Cultural Aguirre una de esas exposiciones singulares que la fortuna nos depara de vez en cuando. Porque bien está, naturalmente, conocer las muestras artísticas con las que los creadores de imágenes pictóricas comparecen de forma periódica para dar a conocer el fruto de sus últimos trabajos, por dónde van los avatares de ese camino tan complejo y no siempre satisfactorio, de fácil acogida popular. Pero también importan estas otras, como la que hoy traigo a esta columna de comentarista, que nos pone ante los ojos un fragmento de nuestra propia vida colectiva.
            Se ha comentado hasta la saciedad, estas últimas semanas, que se cumplen 60 años del estreno de Calle Mayor, la gran película que filmó y firmó Juan Antonio Bardem (o, como a él le gustaba escribir, J.A. Bardem) reconstruyendo, recreando, una vieja ciudad castellana, de la España interior, mediante un habilidoso montaje de escenas de Cuenca, Palencia y Logroño. Importantísima es la aportación visual de las calles y el paisaje de Cuenca en esa elaboración artificial de una ciudad innominada estructurada en torno a una idealizada Calle Mayor, eje existencial y comercial de la vida humana en esa ciudad.
            Lo que sucedió en Cuenca, hace sesenta años, aparece ahora recogido en esta exposición, verdaderamente notable y llamativa en su sencillez. Tenemos a la vista una colección de fotografías en blanco y negro, referidas todas al rodaje de la película, con algunas de ellas extraídas del propio film. Ahí está el casco antiguo, la plaza y fuente de Santo Domingo, la hoz del Huécar, la estación del ferrocarril (la antigua estación, bárbara e innecesariamente suprimida), la plaza del obispo Valero, pero está, sobre todo, el espíritu de la ciudad, el carácter de la ciudad, las gentes que entonces poblaban este caserío pequeño, entrañable, duro, austero, egoísta, cerrado sobre sí mismo. Vemos esas fotografías y nos encontramos ante el espejo que nos devuelve la imagen de lo que fuimos en esa hondonada de la historia más reciente que algunos quisieran olvidar o ignorar y que otros contemplan con mirada divertida, incrédulos, pensando que aquello no existió. Pues sí, fue y ahí está. Toda una lección, magnífica, emotiva, entrañable, quizá dolorosa. La imagen de Cuenca renace para que todos podamos volver a vivir aquel tiempo del que ya apenas si quedan supervivientes pero que gracias a la magia de la fotografía se recupera como si fuera ahora mismo.
            Quedan pocos días para vivir esta maravillosa experiencia. Merece la pena.


lunes, 28 de noviembre de 2016

ASÍ NOS VEN DESDE FUERA


            Es magnífico, maravilloso, que venga gente a Cuenca, gente de fuera, observadores de lo que aquí pasa sin tener ningún compromiso con los intereses cotidianos que pululan por la ciudad. Por eso, tales personas pueden obras y expresarse con total liberad, sin las cortapisas que imponen el qué dirán, siempre vigente entre nosotros, coartando la difusión libre de nuestros pensamientos.
            Es reconfortante leer una de esas opiniones, donde tantos callan y otorgan. Nuria Vidal, periodista veterana, experta sobre todo en crítica cinematográfica, ha estado varios días en Cuenca, asistiendo a la Semana de Cine. A su regreso, no solo ha incorporado comentarios cinéfilos sino que ha añadido, en su blog personal, una nota muy esclarecedora, muy estimulante. Dice Nuria:
            “La primera vez que estuve en Cuenca tenía 18 años. Entonces el Museo de Arte Abstracto me impresionó casi tanto como las Casas Colgadas. Ahora, me ha decepcionado un poco. Creo que este tipo de pintura, importante por su valor documental e histórico, ha envejecido mal. Lo que no ha envejecido mal es la catedral de Cuenca. Una reciente limpieza de sus muros permite descubrir una arquitectura potente y de gran belleza. La catedral estaba tomada estos días por una exposición que reunía en un mismo saco la obra del artista chino Ai Wei Wei, Cervantes y los informalistas. Es una exposición un poco caótica con algunas piezas buenas, las que vienen del museo de arte abstracto y una instalación del artista chino francamente mala. La verdad es que no entiendo el entusiasmo que despierta Ai Wei Wei, un hombre que sabe venderse muy bien como víctima de la represión en la China actual, pero que en realidad, al menos por lo que yo conozco de él, no tiene gran cosa que ofrecer al margen de su ego inmenso. Y lo del ego lo digo porque la instalación de esta exposición consiste en una serie de “belenes” de su cautiverio que producen un cierto sonrojo”. 
            Sonrojo, añado yo, que no parecen en sentir en manera alguna todos los que han participado en el montaje de esta superchería.


CINCO INTENSOS DÍAS DE CINE


            Cinco días de cine continuado, con múltiples ofertas variadas, a razón de tres por día, lo que hace un total de 15 películas, han formado el programa de la Semana de Cine de Cuenca, recuperada doce años después de que se hiciera la última edición, para celebrar ahora la 19ª. Naturalmente, no está bien que yo ponga aquí elogios y adjetivos, porque soy parte muy directamente interesada, aunque como la empresa de pensarla, organizarla y llevarla adelante ha sido el resultado de un empeño colectivo podría perfectamente envolverme en ese grupo para disimular mi participación. Pero no hay que hacer trampas de ningún tipo: yo estaba ahí, con los demás, para sacar adelante la Semana de Cine de Cuenca.
            El repertorio de problemas ha sido variado, como lo suele ser siempre en estas tareas, sobre todo si el sitio en que se quieren desarrollar es tan complicado como este lugar llamado Cuenca, donde a los obstáculos habituales en todas partes suelen unirse los propios de la idiosincracia propia del sitio. Y no hablo solo de las dificultades económicas, en las que siempre se piensa a la primera y que, naturalmente, existen, sino a otras que pasan por aspectos tan variados como los comportamientos de algunos medios informativos o el alejamiento del sector universitario, que parece no existir para la vida cultural de la ciudad. O ésta no existe para aquel, que viene a ser lo mismo aunque se plantee a la inversa. Y otras cuestiones que no son para comentar en esta tribuna.
            Plantear la Semana de Cine fue un tema que desde el Cine Club Chaplin nos planteamos como una especie de enorme pregunta, un a ver qué pasa, sin tener ninguna seguridad de cual podría ser la respuesta. En estos doce años el mundo ha cambiado, Cuenca también y, desde luego, el cine de ahora ya no es el que era en ese tiempo pasado. Se podían imaginar algunos movimientos, determinadas reacciones, pero como en los experimentos químicos, al fin hay que hacer la prueba experimental de cuyo resultado dependen las respuestas que buscábamos cuando iniciamos el proceso. A pesar de las dudas que pudieran existir, hemos podido comprobar que sigue existiendo un interés suficiente por ver cine en salas y que hay una moderada atracción hacia el cine español, que era nuestro objetivo. Todo podría haber sido mejor y más intenso, pero eso forma parte del estudio final que ahora debemos realizar para analizar lo sucedido.
            En la memoria de quienes hemos asistido, a todo o a gran parte de lo programado, quedan momentos felices, algunos emocionantes, inenarrables, gracias a varias películas excelentes, bellísimas, verdaderamente importantes, tanto en largometrajes de ficción como en documentales y cortometrajes. Y nos quedará para siempre el contacto directo con las personas que hacen esas películas, directores, actores, actrices, guionistas. Aquí no tenemos alfombra roja por donde desfilar el glamour de las estrellas, pero sí hemos tenido un ambiente cordial, amable, con intensas vivencias en torno al cine. Y eso, la verdad, ha estado muy bien.


viernes, 25 de noviembre de 2016

OTRA PÉRDIDA PATRIMONIAL



            El Ayuntamiento de Cuenca, en plan severo, amenaza a los propietarios del edificio situado en Carretería esquina a Sánchez Vera, recordado popularmente porque en su planta baja estuvo la joyería y relojería Monjas, con actuar derribando el inmueble si ellos no toman la decisión de actuar de una vez para repararlo, a la vista del progresivo estado de ruina que amenaza con provocar un desastre cualquier día de estos.
            En eso lleva razón el ente municipal, porque no es razonable que en el punto más céntrico de la ciudad se esté larvando una evidente amenaza, mientras a sus pies los ciudadanos pasean tranquilamente como si no pasara nada. Y como si en este país no estuvieran ocurriendo las cosas que todos conocemos, porque cuando menos de lo piensa uno te viene encima una cornisa, un árbol o una casa entera.
            Siendo todo eso cierto, quizá es más preocupante que el señor Ayuntamiento no haya algo que una voz tímida ha insinuado: aportar, antes, hace tiempo, algún remedio efectivo para conservar ese edificio porque, como sabemos todos, Cuenca, y especialmente Carretería, han ido perdido de manera progresiva toda la arquitectura levantada en el tramo final del siglo XIX y principios del XX, hasta el punto de quedar en pie escasísimos ejemplos. Uno de ellos, precisamente, este, que fue un inmueble vistoso, con méritos suficientes para seguir existiendo, con capacidad representativa y visual de aquella ciudad que se ha ido perdiendo en aras de la especulación y la modernidad avasalladora.
            No se si aún es tiempo y quizá lo será si en vez de alguna tímida voz (como ésta que suscribe) hubiera otras muchas y más representativas que se alzaran con poderío para lamentar esta nueva pérdida que amenaza a nuestro patrimonio más sensible.





LIBROS GRÁFICOS Y OTRAS EXQUISITECES



            Desde hace unos días (y para bastante tiempo por delante) hay montada una curiosa y valiosa (valga el pareado) exposición cuyo título es más que simbólico, real y efectivo. De Gráfica y Libros la han titulado sus promotores, a la vez que comisarios de la muestra, dos artistas y un escritor, a saber, Miguel Ángel Moset, Perico Simón y José Ángel García, amparados bajo el paraguas protector de la Real Academia Conquense de Artes y Letras, insistente en ese empeño utópico tanto como atrevido de aportar a esta ciudad un toque de sensibilidad, cultura y progreso, todo a la vez y a pesar de los pesares.
            La exposición tiene un punto nostálgico, como corresponde a todo aquello que hace referencia a algo que fue y no existe. En la hoja informativa disponible a la entrada de la sala que posee el Museo de Cuenca, en la calle Princesa Zaida, frente al hotel Torremangana, se dice de manera expresiva: “Desde los años sesenta del pasado siglo –especialmente tras la apertura en 1966 del Museo de Arte Abstracto) la edición tanto de libros de artista como de carpetas de obra gráfica, portfolios y publicaciones donde plástica literatura se aúnan en estrecha alianza en ediciones limitadas y numeradas que prestan una especial atención a su realización formal ha sido constante en Cuenca y ha alcanzado unas cotas tanto de cantidad como de calidad y continuidad como en muy poco otros puntos del mapa editorial de nuestro país”.
            Eso fue así (de ahí la nostalgia implícita en este comentario) y algo sigue siendo, pero no, desde luego, con la pujanza y variedad que hubo en aquella época, donde brilló la inquietud, la creatividad, el impulso creativo, la originalidad, en fin, tantos de esos valores que en ocasiones lamentamos haber perdido o quizá, solamente, se han apagado. Impresiona tanto como conmueve encontrar en esas paredes y vitrinas nombres que, puestos así, en fila, abruman por su poder de atracción y que nos sitúan ante un panorama abrumador. Ciertamente, y eso no se puede obviar, este tipo de trabajos tienen un sentido claramente minoritario, entre otros motivos porque su adquisición queda limitada a muy pocos con capacidad económica suficiente, pero esta valoración crematística no tiene nada que ver con el sentido verdaderamente trascendente del trabajo realizado por tanta gente a lo largo de casi medio siglo. Y que viene a ser un punto de gloria, si se me permite este toque de exaltación localista, para esta sufridora ciudad, en cuya historia interna se acumulan no pocos pesares y centenares de gestos incomprendidos.
            Por eso está bien que a esta ciudad se le diga y se le muestre esta parcela de actividad, silenciosamente realizada por un amplísimo grupo de artistas y escritores, repartidos a medias entre locales y visitantes, hermanados amistosamente en el empeño común de hacer cosas que merecen la pena mostrar y conservar.
            Por cierto, y por aquello de poner siempre una pega, he echado en falta una mención, en algún sitio, a Manuel Osuna, el director del Museo de Cuenca que puso en marcha el taller de grabado e impulsó el aprendizaje de quienes no sabían nada de esa técnica y los primeros trabajos realizados.
            Hasta el 15 de enero puede uno recrearse con estas exquisiteces del arte y la literatura.


miércoles, 16 de noviembre de 2016

HAY VIDA MÁS ALLÁ DE LA SEMANA SANTA


Hay vida más allá de la Semana Santa de Cuenca. Ya se que esta afirmación, dicha así, de manera tajante, desconcertará a algunos y quizá incluso (antecedentes hay) provoque alguna reacción sulfurada, porque hay, en esta ciudad, no pocas personas convencidas de lo contrario, o sea, de que sólo existe la Semana Santa de Cuenca y que en torno a ella gira cuanto aquí sucede, como única óptica que aplicar al entorno vital ciudadano.
Se me ocurre semejante reflexión (que, por otra parte, viene de muy atrás) al encontrar en el digital Voces de Cuenca la noticia de la muerte de Dimas Pérez Ramírez, ocurrida el pasado lunes. La información se encabeza con esa noticia, acompañada de la frase “pregonero de la Semana Santa de Cuenca en 1990”. A eso se reduce y así se simplifica la vida del fallecido. No importa su oficio dilatado en el tiempo como archivero diocesano, su dedicación a poner orden y catalogar los infinitos legajos desperdigados que heredó, la manera fructífera en que fue desgranando papeles y poniéndolos a la luz pública, la forma en que facilitó el trabajo a otros investigadores, su incansable tarea  difusora, pronunciando cientos de conferencia, publicando artículos, folletos y libros, sobre la Inquisición, la brujería, el culto diocesano, el arte o su Tarancón natal y tampoco se valora para nada su aplicación docente. Todo ello queda subrogado, en el texto informativo, al hecho, anecdótico, de que fue pregonero de la Semana Santa, como si  no hubiera hecho ninguna otra cosa en la vida. Luego sí, en el texto, se comentan algunos de esos factores, pero yo aquí llamo la atención al titular que, de entre una fecunda y variada biografía, elige como dato representativo ese que estoy citando.
Hace ya algún tiempo que algunas voces, tímidas, prudentes, para no enfadar a nadie, vienen señalando la conveniencia de que esta ciudad se libere de la presión que la estructura de la Semana Santa viene ejerciendo sobre el conjunto de la ciudadanía, como si no hubiera otra cosa a la que referirnos ni que pudiera representar un impulso para movilizar el apagado estilo de vida que va impregnando la cotidianeidad conquense. Debería haber más voces uniéndose a ellas hasta formar un coro armónico que se pueda dejar oír y sirva para cambiar la trayectoria de un rumbo que solo conduce a un horizonte cerrado sobre sí mismo.

Hay vida más allá de la Semana Santa. Como hay, en la figura del fallecido Dimas Pérez Ramírez, una densa biografía personal y profesional, con datos suficientes para ilustrarla y que le sirve, ahora, en el momento del tránsito vital, para irse acompañado del respeto, el afecto y la consideración que supo ganarse en vida. Y que le llevó al seno de la Real Academia Conquense de Artes y Letras, de la que fue uno de sus fundadores y por eso traigo aquí esta imagen, compartiendo mesa y tertulia con Carlos de la Rica.

jueves, 3 de noviembre de 2016

CUENCA VISTA POR LOS ARTISTAS


Lo que hace el Museo de Cuenca estas semanas (me parece que ésta es la última, o poco más) es una labor profiláctica de enorme importancia. Remover los anaqueles secretos, donde se guardan tesoros ocultos, para sacarlos a la luz y exponerlos públicamente es verdaderamente una acción muy meritoria, digna de aplauso y, desde luego, de que la ciudadanía acuda con auténtica devoción a explorar el resultado de esa búsqueda. No se si el apático colectivo conquense ha respondido satisfactoriamente a la incitación del Museo pero sin duda que quienes lo hayan hecho habrán encontrado repetidas ocasiones para el disfrute.
En la sala de exposiciones temporales que el Museo tiene abierta desde hace unos meses en la calle Princesa Zaida se exponen cuadros conservados en los almacenes y que tienen como motivo único la ciudad de Cuenca. En las firmas hay muchos nombres conocidos y otros menos, pero también meritorios: Jaime Serra (uno de los grandes desconocidos u olvidados del arte hecho en Cuenca), José Luis Brieba, Alfonso Cabañas, Miguel Zapata, Julia Alcón, Cirilo Martínez Novillo, Julián Carboneras, Luis Muro (cuando se firmaba todavía como Martínez), Dimitri Perdikidis, José Lapayese del Río, Lorenzo Goñi, Álvaro Delgado y alguno más que, sin duda, se me escapa entre los intersticios de la memoria. Para todos, el tema único es Cuenca, con predominio de aspectos urbanos pero también de paisajes, siempre socorridos, con las hoces y su vegetación como elemento esencial.
Esos cuadros son propiedad del Ayuntamiento de Cuenca, que los entregó en depósito al Museo ad calendas grecas en tanto se formalizaban las gestiones para formar el propio Museo Municipal de Artes Plásticas, asunto que jamás pasó de una benevolente declaración de intenciones y que a estas alturas duerme plácidamente en el oscuro cajón donde se refugian tantos buenos propósitos municipales.
Lamento aparte, es muy aleccionador pasear por los espacios de la sala de exposiciones y sentirse acariciado por estas visiones de Cuenca, tan diferentes unas de otras, la mayoría en el terreno de lo figurativo pero también alguna bordeando la abstracción, que tan bien sienta a una ciudad arriscada sobre el disparate topográfico y, por tanto, susceptible de las más imaginativas versiones.
A la exposición le quedan pocos días de vida. Apenas un soplo para disfrutar de esta colectiva y genial visión de Cuenca.


miércoles, 2 de noviembre de 2016

MARGARITA DE LA CULTURA


         Hoy es miércoles, vísperas del gran día en que el nuevo (¿nuevo? ¿renovado?) presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, va a hacer pública la lista de quienes a partir del viernes se sentarán en el Consejo de Ministros. No me importa reconocer, a riesgo de que se me tilde de ciudadano no comprometido con las graves cuestiones de su país, de que me importa un comino el contenido de tal lista de prohombres y promujeres (si existen los primeros, ¿por qué todavía ninguna líder feminista ha reivindicado el segundo término?) en la que no espero ninguna sorpresa. Con toda seguridad, repetirán muchos de los mismos y quizá entre alguien de nueva planta para hacer bueno el adagio jesuítico de que la mejor forma de cambiar es no cambiar nada.
         Sólo una cosa me intriga de esta zarabanda de nombres a la que juegan los medios informativos, antiguamente bien informados y en los tiempos que corren tan desconcertados como las encuestas sociológicas que intentan medir los comportamientos humanos. Sólo una cosa, digo, y esa cosa es (intento imitar el estilo de José Isbert en Bienvenido mister Marshall) si en un alarde de progresismo y renovación, el señor Rajoy recupera el ministerio de Cultura. Si tal cosa ocurre, se habría producido un giro radical en las costumbres del presidente y de su partido.
         El ministerio de Cultura es un invento de la democracia. Como es natural, a Franco no se le ocurrió ni remotamente tener tal cosa en sus gabinetes, a pesar de que ya para entonces aparecían algunos en los países llamados progresistas. Pero tan pronto Adolfo Suárez formó su primer gobierno, en 1977, allí apareció Pío Cabanillas como ministro de Cultura, tras haberlo sido de Información y Turismo; el departamento continuó existiendo, de manera continuada, cuando el PSOE sucedió a la UCD, figurando entre sus ocupantes uno muy destacado a efectos locales, Javier Solano, bajo cuya gestión se llevaron a cabo iniciativas tan importantes para Cuenca como el Teatro-Auditorio, la restauración del Edificio Palafox y la del Archivo Histórico provincial.
         Todo iba más o menos sobre ruedas para la Cultura hasta que en 1999 llegó el PP encabezado por José María Aznar y el ministerio fue arrumbado, pasando a ser un apéndice incómodo del de Educación, uno de cuyos titulares fue, pásmense ustedes-vosotros Mariano Rajoy. La situación volvió a enderezarse con el retorno de los socialistas, ahora con José Luis Rodríguez Zapatero como jefe del tinglado gubernamental, que abrió hueco a ministros poco decisorios pero bien vistos en los ambientes culturales, como Carmen Calvo, César Antonio Molina y la última y más polémica, Ángeles González Sinde, cuyo rostro viene a acompañar estas palabras, en una especie de póstumo homenaje al incómodo ministerio que va y viene como las olas del mar.
         De manera que entre 2011 y 2016 no ha habido ministro de Cultura, sino un secundario llamado secretario de Estado, con más buena voluntad (José María Lassalle) que efectividad, sobre todo si por encima de él tiene a un personaje tan funesto como José Ignacio Wert, felizmente evaporado al dolce far niente parisino donde se recupera de sus desaguisados ministeriales.
         La cuestión, ahora, es ésta: ¿volverá a existir un titular de Cultura sentado en igualdad de condiciones entre los tertulianos del consejo de ministros? ¿Llevará Mariano Rajoy su voluntad de cambio hasta el extremo de caer en la cuenta de que existe algo llamado Cultura, merecedora de tener el mismo rango que las carreteras, las enfermedades, los estudios de primaria o la dependencia?

         La solución, mañana. Se admiten apuestas y porras.