Cinco
días de cine continuado, con múltiples ofertas variadas, a razón de tres por día,
lo que hace un total de 15 películas, han formado el programa de la Semana de
Cine de Cuenca, recuperada doce años después de que se hiciera la última edición,
para celebrar ahora la 19ª. Naturalmente, no está bien que yo ponga aquí
elogios y adjetivos, porque soy parte muy directamente interesada, aunque como
la empresa de pensarla, organizarla y llevarla adelante ha sido el resultado de
un empeño colectivo podría perfectamente envolverme en ese grupo para disimular
mi participación. Pero no hay que hacer trampas de ningún tipo: yo estaba ahí,
con los demás, para sacar adelante la Semana de Cine de Cuenca.
El
repertorio de problemas ha sido variado, como lo suele ser siempre en estas
tareas, sobre todo si el sitio en que se quieren desarrollar es tan complicado
como este lugar llamado Cuenca, donde a los obstáculos habituales en todas
partes suelen unirse los propios de la idiosincracia propia del sitio. Y no
hablo solo de las dificultades económicas, en las que siempre se piensa a la
primera y que, naturalmente, existen, sino a otras que pasan por aspectos tan
variados como los comportamientos de algunos medios informativos o el alejamiento
del sector universitario, que parece no existir para la vida cultural de la
ciudad. O ésta no existe para aquel, que viene a ser lo mismo aunque se plantee
a la inversa. Y otras cuestiones que no son para comentar en esta tribuna.
Plantear
la Semana de Cine fue un tema que desde el Cine Club Chaplin nos planteamos
como una especie de enorme pregunta, un a ver qué pasa, sin tener ninguna
seguridad de cual podría ser la respuesta. En estos doce años el mundo ha
cambiado, Cuenca también y, desde luego, el cine de ahora ya no es el que era
en ese tiempo pasado. Se podían imaginar algunos movimientos, determinadas
reacciones, pero como en los experimentos químicos, al fin hay que hacer la
prueba experimental de cuyo resultado dependen las respuestas que buscábamos
cuando iniciamos el proceso. A pesar de las dudas que pudieran existir, hemos
podido comprobar que sigue existiendo un interés suficiente por ver cine en
salas y que hay una moderada atracción hacia el cine español, que era nuestro
objetivo. Todo podría haber sido mejor y más intenso, pero eso forma parte del
estudio final que ahora debemos realizar para analizar lo sucedido.
En
la memoria de quienes hemos asistido, a todo o a gran parte de lo programado,
quedan momentos felices, algunos emocionantes, inenarrables, gracias a varias
películas excelentes, bellísimas, verdaderamente importantes, tanto en
largometrajes de ficción como en documentales y cortometrajes. Y nos quedará
para siempre el contacto directo con las personas que hacen esas películas,
directores, actores, actrices, guionistas. Aquí no tenemos alfombra roja por
donde desfilar el glamour de las estrellas, pero sí hemos tenido un ambiente
cordial, amable, con intensas vivencias en torno al cine. Y eso, la verdad, ha
estado muy bien.
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