miércoles, 28 de diciembre de 2016

UN MONUMENTO COLGADO


            Por lo visto y no leído, parece que la ciudad ha acogido con singular indiferencia el hecho, puramente administrativo, es cierto, de que su más característico edificio identificador, las Casas Colgadas, haya sido bendecido con la declaración de Bien de Interés Cultural, equivalente a la antigua y más pomposa de monumento nacional que estuvo vigente hasta que la entidad autonómica decidió cambiar la nomenclatura.
            Llámese como se quiera llamar, el hecho es que las Casas Colgadas de Cuenca son ya un edificio monumental. El concepto contradice un poco con lo que habitualmente se entiende por tal, catedrales, iglesias de recia textura arquitectónica, palacios de aparente fisonomía y cosas por el estilo. Nada que ver con nuestros entrañables edificios volados sobre el vacío de la hoz del Huécar, el mínimo caudal fluvial que corre a sus pies, hacia el que se asoman los voladizos inventados por Fernando Alcántara, con ínfulas orientales, que vinieron a sustituir a las modestas estructuras de elaboración artesanal, que a fase de madera formaron aquella original disposición con orígenes dudosos en tiempos medievales y ciertos en los siglos renacentistas.
            Quienes gustan de ver el vaso medio vacío dirán que a buenas horas y es verdad que los gestores culturales de la administración regional han tardado más tiempo del debido en dar su bendición administrativa a las Casas Colgadas. Por otro lado, si tenemos en cuenta que toda la ciudad es Patrimonio de la Humanidad, incluidos todos los edificios que hay en el ámbito de la ciudad antigua, tampoco se entiende muy bien que se otorgue una consideración de categoría inferior. Pero esto, claro, son suspicacias y ganas de hablar por no callar.
            En cualquier caso, la declaración llega cuando se acaba de introducir una valiosa remodelación en el espacio correspondiente al Museo de Arte Abstracto, mientras sigue cerrado el sector del mesón, en espera de que se defina su destino futuro.

            Como fui el autor del primer y durante décadas único libro que se había publicado sobre las Casas Colgadas (en 1979 fue aquello), por iniciativa de Fernando Zóbel, me considero un poco padre o protector de la criatura y por ello concluyo diciendo que está bien que le hayan otorgado este reconocimiento. Lo merece y es justo.

PREMIO PARA TORNER


            La lotería va por barrios, según el dicho popular y a Gustavo Torner (Cuenca, 1925) le ha tocado cuando quizá ya no esperaba el premio, entre otros motivos (otro quizá) porque tiene ya en su biografía tantos galardones que uno más, a estas alturas, ni le hacía falta ni lo esperaba. Pero también es cierto que a nadie le amarga un dulce y el premio nacional de Arte Gráfico que concede cada año la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando ha venido a ser este año para quien es (y ahora ya no hace falta decir el tópico quizá) el más importante y reconocido de los artistas nacidos en Cuenca.
            Es oportuno el premio sobre todo porque pone de relieve una de las facetas menos conocidas de Gustavo Torner, a quien se le puede encuadrar en múltiples sectores de la creación artística, desde la pintura y la escultura al interiorismo o la escenografía para montajes dramáticos y operísticos, pero justamente ese otro que ahora se pone de relieve permanecía como en un segundo y olvidado plano, olvidándose así que él había sido uno de los pioneros en aplicar en España estas renovadoras técnicas. Por eso el jurado acierta claramente al decir que se le da el premio.  "porque desde el inicio de su obra ha concedido una importancia excepcional al dibujo y a la expresión gráfica, incluyendo una temprana utilización de la fotografía y ‘nuevas y profundas experiencias' en las técnicas gráficas". También por "su definitiva aportación a la consideración de la naturaleza y su representación abstracta como síntesis de la búsqueda del conocimiento a través del arte".
            Aparte la realidad de todo lo dicho en esos párrafos, hay que señalar también la oportunidad de la fecha elegida, este 2016 al que tanto bombo y platillo se le ha dado (aunque parece que han sido más el ruido que las nueces), marcado por el cincuentenario de la apertura del Museo de Arte Abstracto, cuya existencia tanto debe a Gustavo Torner y es conveniente que en esta su ciudad natal, poblada en abundancia por gente olvidadiza, se diga una y otra vez. Dicho queda.


viernes, 23 de diciembre de 2016

HONORES A LOS DEPORTISTAS


Es muy estimulante saber que hay nada menos que 60 deportistas conquenses, pertenecientes a 27 modalidades deportivas, que han obtenido “grandes logros” en las competiciones en las que han participado este año a nivel nacional e internacional. Como me gusta estar bien informado y saber de todo un poco, me alegro muchísimo de enterarme de tal cosa, pues la desconocía hasta este momento. El Ayuntamiento de Cuenca sí que lo sabe y por eso el día 22 se celebró un acto multitudinario, presidido por el alcalde, como es natural, para premiar y rendir homenaje a los galardonados. En sus palabras, el señor Mariscal agradeció a tan nutrido número de miembros de la élite deportiva de “llevar con orgullo el nombre de Cuenca por todo el mundo”.
Quienes estamos en el ámbito de la cultural, en cualquiera de sus infinitas manifestaciones (artistas, escritores, músicos, artesanos, arquitectos, periodistas, cineastas, estudiosos en general) deberíamos sentirnos avergonzados. Hay 60 deportistas conquenses dignos de recibir un homenaje del Ayuntamiento de Cuenca y ni un solo activista de la Cultura trabaja lo suficiente para llevar el nombre de Cuenca por el mundo y ser objeto de un reconocimiento municipal.
Cualquiera, al leer estas líneas, dirá: “Qué envidioso”. Pues, sí, siento envidia, por qué no decirlo. Envidia, sobre todo, de los cientos de Ayuntamientos de España que suelen celebrar un día al año un acto especial de exaltación de la Cultura y de quienes la practican. Claro que esos Ayuntamientos y sus alcaldes y concejales  no se pasan el día gastando saliva en proclamar las grandezas de la Cultura y qué bien que seamos una ciudad cultural. Eso, la palabrería vana, queda para Cuenca. Las cuestiones prácticas, los hechos, los hacen los demás.



domingo, 18 de diciembre de 2016

UNA CENA MUY APETITOSA


            No se -nadie lo sabe nunca- qué recorrido puede esperar a la recién nacida criatura cinematográfica que Juanra Fernández ha puesto en las pantallas y que ya hemos podido ver un par de veces en Cuenca, la última durante la Semana de Cine. Merece que la suerte le acompañe porque se trata de un producto original, atractivo, bien elaborado, excelentemente realizado, con garra e interés y con una habilidad que a mí, personalmente, me ha sorprendido por la forma eficaz en que ha resuelto una dificultad considerable: la de mover a varios grupos, en total un reparto muy numeroso, formado por actores aficionados, sin ninguna preparación cinematográfica especial. Es cierto que algunos de ellos, miembros de la Escuela de Teatro, habían entrado ya en contacto con el mundo de la interpretación, pero el resultado es tan satisfactorio como sorprendente. Como también lo es la capacidad de Juanra Fernández para mover esos grupos con la coherencia necesaria.
            A todos ellos me los encontré hace tiempo, rodando por las calles próximas a la Plaza Mayor, cuando la película aún se llamaba La última cena, título provisional sustituido por el definitivo La cena, a secas, que recrea una ficticia estancia de Napoleón en nuestra ciudad, donde estaba previsto que cenara, ocasión magnífica que algunos audaces pensaban aprovechar para terminar con la vida del presuntuoso emperador de los franceses.
            No diré lo que pasa, por si acaso algún lector de estas líneas aún no conoce la película o su argumento. Es mejor que lo descubra. Pasará un buen rato, admirará la habilidad interpretativa de Pedro Pablo Morante y su disposición como tenor y disfrutará con los rincones urbanos de Cuenca y la solemnidad de las dependencias de la Diputación provincial.
            No es fácil el mundo del cortometraje en el cine español. Lo que quiere decir que no va a ser fácil la vida de La cena, pero si algo puede compensar el posible desapego de los canales de distribución es la seguridad de que el director, Juanra Fernández, ha hecho un buen trabajo, concretado en una muy digna pequeña película.



A RIESGO Y VENTURA


            Hay una fórmula antigua, que se usaba en tiempos pasados, cuando alguna institución pública otorgaba concesiones para explotar un servicio. Entonces se decía que la concesión en cuestión se hacía “a riesgo y ventura” del adjudicatario que, de esa forma, asumía los resultados de lo que iba a gestionar. Si las cosas le iban bien y ganaba dinero, mejor para él; si le iban mal y lo perdía, allá también él: se quedaba sin negocio.
            De esa realidad se han olvidado los modernos responsables de la cosa pública, porque cuando se produce un suceso como el de la quiebra de las autopistas de peaje se da por hecho y se asume, sin ningún problema ni discusión, que el Estado (o sea, nosotros, todos nosotros) tiene que rescatar con dinero público a los concesionarios que, cuando las consiguieron, se las prometían muy felices, convencidos de ganar dinero a espuertas pero, como en el cuento de la lechera, ser ruinosas.
            Ahora, tímidamente, alguien apunta a la posibilidad de exigir responsabilidades, porque quienes promovieron aquellas actuaciones tienen nombre y apellidos, empezando por los políticos, pasado por los economistas que hicieron informes de viabilidad y terminando por los técnicos que diseñaron el invento. No es cuestión de enviar nadie a la cárcel (ya hay bastantes) aunque muchos más se lo merecen, pero por curiosidad a mí me gustaría saber quien fue el imbécil o necio que vio como la cosa más razonable del mundo hacer una autopista de peaje entre Ocaña y La Roda, que pasa parcialmente por el sur de la provincia de Cuenca. Y que es, como sabe todo el mundo, una de las autopistas que menos pasajeros ha conocido durante su existencia, porque solo los despistados o mal informados cometieron el error de meterse en ella. Ahora nos cuesta unos cuantos cientos de millones de euros y todos tan tranquilos.
            Qué país.


jueves, 15 de diciembre de 2016

TOLERANCIA Y BOICOT

         
            El otro día (el domingo) en la última página de El País, Elvira Lindo entrevistaba a Pedro Almodóvar; a pesar de que esas conversaciones esquemáticas que ahora se acostumbran a dar en los periódicos suelen carecer de chispa y más aún de contenido, esta tenía un punto de interés, repartido a medias entre la inteligencia de la entrevistadora y la habilidad del entrevistado para decir algo que pudiera merecer la pena y no las habituales tonterías que se suelen deslizar en esas conversaciones de papel. Que es, justo, lo que le pasó a Fernando Trueba, por bocazas.
            Dice Almodóvar que “España era mucho más tolerante en los ochenta”. Lo suscribo. Yo trabajaba en un periódico, en una emisora y en una agencia de información, y así eran las cosas. Está feo, está mal visto (los de Podemos no lo permiten en manera alguna) decir algo positivo de aquellos denostados años, pero las cosas eran así, le pesen a quien le pesen. El país que salía de la dictadura y vivía la transición era mucho más tolerante que el de ahora, sujeto a toda clase de manejos inquisitoriales que suelen conducir a la misma conclusión: prohibir. Hay que prohibir tal o cual cosa, la que disgusta a los severos inquisidores que vigilan costumbres, actitudes y, lo que es más sorprendente, opiniones.
            Veamos, si no, con qué velocidad y entusiasmo corren por eso que llaman las redes sociales los vituperios contra Fernando Trueba por haber dicho una sandez sobre España, los españoles y el nacionalismo. El problema de las entrevistas que ahora se publican es que son (ya lo dije antes) esquemáticas y se reducen a un titular llamativo, extraído de la conversación, venga o no a cuento. Se trata de buscar una frase rompedora, impactante y como los entrevistados se ven necesitados de ser ingeniosos y ocurrentes, siempre se les escapa una majadería que viene bien al entrevistador para con ella hacer el titular. Así le luce el pelo al pobre Trueba al que no hacía falta boicotear su película La reina de España. Bastaba con dejarla correr, verla y salir espantado de la sala, mediante la aplicación de un dicho bien conocido y que también es aplicable a Trueba y a su película, desde luego, pero también a otros muchos: contra Franco se rodaba mejor, se hacían mejores películas, había más chispa y más de todo. A La reina de España no hace falta boicotearla: se hunde ella sola, por sus propias carencias. A pesar de Penélope Cruz, que sí se lo tomó en serio. El conjunto, una pena.


miércoles, 14 de diciembre de 2016

PEDRO CERRILLO Y LOS LECTORES



Hace un par de meses, Pedro Cerrillo puso en la calle, o sea, en las librerías (aunque en ninguna de las pocas que hay en Cuenca lo he visto) un nuevo título de cuyo contenido solo tengo por ahora las referencias indirectas que me han llegado, pero como el tema que trata me parece extraordinariamente sugestivo, y más para un blog como este en el que, dentro de un amplio espectro temático, se da prioridad a cuanto tiene que ver con la escritura y la lectura, creo que conviene decir ya algo, como aviso a navegantes despistados, que suelen abundar por aquí en estos tiempos que corren, sobre todo si tenemos en cuenta que de las páginas de los dos semanarios locales se ha borrado prácticamente casi todo lo que tiene que ver con la cultura.
            Habla Pedro Cerrillo del lector, considerado como sujeto pensante y atento. No es lo mismo oír que escuchar y no es tampoco lo mismo pasar la vista sobre textos impresos que aprehender lo que en ellos se dice. Un lector, a secas, sin más, no es un lector literario y a éste último, a cuidarlo, formarlo y ofrecerle mecanismos adecuados, se dirige el texto, tal y como él mismo lo explica y yo aquí reproduzco, según sus palabras en la presentación que tuvo lugar en la sede del Fondo de Cultura Económica, editorial en la que el libro ha sido publicado.
“Ser lector no es solo saber leer, es decir, conocer los mecanismos que unen las letras en sílabas, estas en palabras, y las palabras en oraciones. Con todo eso sabremos leer, pero no seremos lectores: las personas se convierten en lectores cuando son capaces de descifrar un texto escrito asociándolo a las experiencias y vivencias propias. La clave para lograrlo está en el conjunto de la sociedad, que en los momentos que vivimos es una sociedad que, con frecuencia, alienta la facilidad, la superficialidad y un malentendido pragmatismo, despreciando la dificultad, el esfuerzo o el saber.
El aprendizaje lector se limita en demasiadas ocasiones a la adquisición de esos mecanismos nombrados que conducen al dominio mecánico del código escrito. La enseñanza de la lectura debiera ser la enseñanza de la lectura comprensiva, de modo que, tras ese aprendizaje, el lector pudiera desarrollar su competencia lectora. Las personas necesitamos saber descifrar el código por medio del que se nos transmiten instrucciones y mensaje de variado tipo, pero –como dice Alberto Manguel– “leer tiene también un significado más complejo […] es el arte de dar vida a la página, de establecer con un texto una relación amorosa en la cual experiencia íntima y palabra ajena, vocabulario propio y experiencia de otro, convergen y se entremezclan […].

Esa es la esencia del lector literario, de ese lector que da título a este libro. Un lector competente que, cuando elige un libro, no se deja llevar por la publicidad o la información no contrastada, un lector que lee habitualmente, que tiene sus propios gustos y opiniones, que comparte sus experiencias lectoras con otras personas (comenta, sugiere, reflexiona), sabiendo que todos los libros no les gustan a todos”.

COORDINAR A LOS DESCOORDINADOS


Miro mi agenda (que la tengo) y encuentro para esta tarde, a horas parecidas, entre las 6 y las 8, cinco citas a las que me gustaría acudir, cuatro eventos culturales de distinta estructura: una conferencia, un concierto, una mesa redonda, una película, una exposición. Hago cuentas y, a lo mejor, saliendo de un sitio antes de terminar y llegando tarde a otro, aún podría hacer acto de presencia en dos de ellos, o sea, ni a la mitad de la oferta. No quiero ni pensar que pueda haber algún otro escondido por ahí, del que no me ha llegado noticia por deficiencias en la comunicación o, sencillamente, porque no lo han publicitado debidamente, pero en estos casos siempre cabe la posibilidad de que un rato antes de la hora prevista, el promotor o impulsor me llame personalmente para conseguir mi presencia.
Eso es así y así son las cosas en esta ciudad mínima y poco relevante en el coro nacional del espectáculo cultural, en donde un saco de grupúsculos de diversa consideración compite por encontrar huecos, de espacio y de tiempo. Los perjudicados, que son mayoría, llevan temporadas clamando por una cosa indeterminada y etérea a la que se llama coordinación. Ciertamente, nadie sabe muy bien en qué consiste eso ni en cómo podría hacerse, porque lo verdadero es que, a la hora de la verdad, cada uno hace de su capa un sayo y que los demás se arreglen como puedan.
Como este problema existía ya en la prehistoria de la actividad cultural de Cuenca, cuando yo era Jefe del Servicio de Cultura en el Ayuntamiento decidí coger el toro por los cuernos y puse en marcha una sencilla publicación mensual a la que titulé “Guía Municipal del Ocio y de la Cultura”, en la que intentamos llevar a la práctica ese viejo propósito de la coordinación por el mecanismo de informar públicamente de todo lo que se hacía en la ciudad y así nadie se llamaba a engaño si de buenas a primeras decidía introducir su propia cuña y se encontraba con que ese hueco ya estaba ocupado por otro más previsor a la hora de organizar. El invento duró tres años y el diseño cambió un par de veces para acomodarse a las modas. Luego, como todo lo que toca la mano del oficialismo político, cambió el signo y la idea fue eliminada para sustituirla por otra mejor que, naturalmente, nunca pasó de la palabrería a los hechos.
Lo recuerdo aquí y ahora, por si alguien tiene ganas de resucitar este proyecto. U otro parecido.

lunes, 5 de diciembre de 2016

LA FEROZ CENSURA LOCAL



            Sigue abierta, una semana más, hasta el día 9 de este mes, la excelente e ilustradora exposición que en el Centro Cultural Aguirre se ha dedicado al director Juan Antonio Bardem y a su emblemática película Calle Mayor. De ello ya se ha hablado suficiente, también aquí, y no es cosa de insistir, sino de señalar un aspecto concreto, un lugar muy notable dentro del conjunto. Es una vitrina situada en medio de la sala, la primera según se entra a la exposición. En ella hay una serie de documentos, informes emitidos por el conspicuo censor local. Porque en España había una censura, la total, por la que pasaba todo lo que se hacía en este país, periódicos, libros, revistas, obras de teatro, películas, cualquier cosa susceptible de contaminar a los españolitos, tan puros, tan limpios de corazón e ideas que no podían recibir ningún influjo malsano del exterior.
            Pero además, y este es un aspecto que yo creo no se ha estudiado mucho (porque de la censura se han escrito artículos y volúmenes enteros) y es que además del concienzudo trabajo realizado por los censores, bien retribuidos por la autoridad, había otra que se aplicaba en cada localidad, en forma de opinión emitida por el funcionario de turno.
            En Cuenca lo hacía el delegado provincial de Información y Turismo, cuyo nombre es bien conocido y encima, como premio a su trabajo represor, tiene adjudicada una calle céntrica de la ciudad, en la que campea la placa con su nombre.
            El documento referido al juicio que le mereció la proyección en Cuenca de Calle Mayor es, sencillamente, repulsivo. No diré más. Quien tenga curiosidad, que acuda a leerlo. Y luego, que opine por sí mismo.


domingo, 4 de diciembre de 2016

ALBORNOZ VUELVE A SER CONQUENSE


Hace algunos meses publiqué aquí una nota-comentario sobre la curiosa actitud de Wikipedia que en su biografía del cardenal Albornoz le hacía nacido en Carrascosa del Campo, atribución que yo intenté corregir informando a la famosa y popular enciclopedia de su error y pidiéndole el necesario cambio en el texto, a lo que se negaron de manera firme, convencidos de que ellos tenían razón, por más que les aporté suficientes referencias bibliográficas para demostrar lo contrario. Terminé aquella relación con Wikipedia de manera un tanto airada. Ahora, el escritor albaceteño Amador Palacios, correspondiente en la capital manchega de la Real Academia de Artes y Letras, lo ha intentado también, con mejor suerte, pues ha conseguido convencer a quienes conmigo fueron duros de mollera y ya en la enciclopedia on-line las cosas son como debían haber sido siempre: han devuelto la paternidad del cardenal Gil de Albornoz a la ciudad de Cuenca. Albricias.
Ya que hablo de Amador Palacios y del cardenal conquense, recomiendo calurosamente la lectura de un bello texto publicado por él en el ABC Cultural, el 23 de noviembre pasado, en el que traza un recorrido sentimental por las calles de Bolonia, la ciudad que Albornoz eligió para implantar en ella el célebre Colegio Real de España o de San Clemente de los Españoles, el más antiguo colegio mayor de Europa, aún en funcionamiento, del que incluyo aquí una bonita imagen. De aquel artículo extraigo un fragmento muy ilustrativo:
“Bolonia es un bello conglomerado de hermosos edificios y atractivas perspectivas urbanas. El ambiente universitario es su más consistente emblema. La pueblan incontables y vistosos pórticos. El más largo del mundo, con casi cuatro kilómetros de extensión y 666 arcos, parte de la Puerta de Zaragoza y asciende al Santuario de la Madonna di San Luca. El turista puede disfrutar unos días gozando de los monumentos, de los parques, del café Terzi, del trazado de un conjunto idóneo, ni grande ni chico, de unos 400.000 habitantes. Como en toda Italia, uno se puede hartar de pasta. La trattoria O Sole Mio, en Via Castiglione, céntrica mas discretamente alejada del bullicio, es muy recomendable. Una buena señal es que allí acuden genuinos boloñeses que ¡no piden pasta! Yo pude contemplar, pues viajé antes del 13 de noviembre, una muy seductora exposición en el MAMbo (Museo d’Arte Moderna di Bologna) en torno a la figura del recientemente desaparecido David Bowie: «David Bowie Is»”.
Bolonia debería estar, con toda razón y justicia, hermanada con Cuenca porque el lazo que une a ambas ciudades es tan firme como indiscutible pero claro, el Ayuntamiento de Cuenca no está por relaciones tan exquisitas. Es mejor hermanarse de la forma que se ha hecho últimamente.
Qué cosas pasan en esta ciudad…


sábado, 3 de diciembre de 2016

CUENCA VISTA POR SAURA

             

                                                   

           En los últimos años, Carlos Saura viene mostrando una considerable vitalidad creadora y no solo en el que parece su terreno natural, el cine, sino también en la fotografía, su primera dedicación a la que nunca ha renunciado. Una fotografía que tiene mucho que ver con el reporterismo, porque el artista no busca estrictamente imágenes “bellas”, preciosistas, sino las que puede aprehender de la realidad más cercana. Ese trabajo se ha podido ver en las galerías de “La Cárcel. Centro de Creación”, en Segocia, dentro de la sección oficial de PhotoEspaña, mediante la exhibición de 92 fotografías realizadas en los años 50, cuando prácticamente en solitaria, acompañado de un coche y una cámara, se lanzó a recorrer la península para retratar en blanco y negro la realidad de un país que empezaba a salir de la dura posguerra. Para entonces, cuando solo tenía 19 años, ya había ofrecido su primera exposición en la Real Sociedad Fotográfica de España, en Madrid.
            Además, como un sutil complemento de esa exposición, hay también un libro circulando por los anaqueles: España, años 50, se titula y es fácil adivinar que su temática es similar a la de la exposición. Este país, estos campos y ciudades, con una muy notable presencia de imágenes tomadas en Cuenca, que en aquellos años era habitual territorio por el que trotaba el joven Saura con su cámara. Acerca de este libro dice Blanca Cia en El País:
“Pueblos pobres, caminos polvorientos, personas sobre burros cargados de botijos, hombres con pañoleta en la cabeza, mujeres de negro rigurosamente tapadas, niños que piden por la calle, rostros que reflejan desesperación y miseria. Son las imágenes que Saura captó en Sanabria -un pueblo al que no había llegado la luz-, Cuenca, campos y pueblos de Castilla, Andalucía y algunas calles de Madrid. Enfoques y retratos que resultan familiares en lo que después fue su carrera cinematográfica. Así, algunos paisajes recuerdan a películas como La caza (1966) y los rostros de jóvenes retratados tienen un aire de los que salen en Los Golfos (1960). Siempre interesado en España y en los perdedores de la Guerra Civil: “Cosas y paisajes y todo en España ha cambiado mucho, pero no estoy tan seguro de que las personas lo hayan hecho. Somos un país bastante bárbaro, donde nadie quiere admitir que el otro tenga razón”. Eso es lo que dice Carlos Saura. Así nos vio y así nos retrató.


viernes, 2 de diciembre de 2016

TODOS UNIDOS CLAMAN LOS DESUNIDOS




            No es cosa nueva, sino de hace mucho, pero como en los últimos tiempos se han producido varias declaraciones orientadas en el mismo sentido, me parece momento oportuno para anotar aquí algunas palabras. Utilizaré para ello una de esas frases, sin señalar a quien la dijo, porque eso es indiferente: ya digo que hay bastantes similares, de contenido parecido. La frase en cuestión es: “Cuenca tiene grandes posibilidades pero falta definir productos viables en los que todo el mundo trabaje unido”.
            Veamos los tres elementos de esta declaración:
            1, Cuenca tiene grandes posibilidades.
            2, Falta definir productos viables.
            3, Todo el mundo debe trabajar unido.
            Cualquiera de nosotros, fieles lectores amigos o visitantes ocasionales de esta página, seguro que está de acuerdo con cada uno de estos tres segmentos de opinión. La primera es obvia, evidente. La ciudad, su estructura urbano-paisajística-monumental, la epidermis, el interior, lo que subyace y lo que se mueve, viene acumulando interesantes posibilidades, desde hace generaciones, que están ahí, vírgenes, intocadas, runruneando al compás de algunas caricias amistosas.
            ¿Y qué decir del segundo componente de la trilogía? Esa es la madre del cordero, como sabemos bien quienes, en alguna etapa de nuestras vidas, hemos estado en algún puesto de responsabilidad, intentando convencer (aún lo he hecho una vez más, no hace ni quince días) de que la ciudad no hace más que desperdiciar ocasiones por un suicida afán de desparramar ideas a diestro y siniestro, repartiendo migajas inversoras que no producen ningún beneficio, en vez de aplicar los esfuerzos a definir unos cuantos proyectos que deberían merecer todo el esfuerzo posible.
            Y claro que todo el mundo debe trabajar unido, algo imposible hasta ahora en esta ciudad, plagada de reinos de taifas culturales, grupitos o grupúsculos que se alimentan de ellos mismos, nada más. Quien pertenece a uno de esos grupos va a sus actividades pero no a las de los demás, para no quedar contaminados. Cada bando se retroalimenta de sus propios placeres, ignorando si hay otros en lugares distintos. Y eso es, también, lo que vienen haciendo quienes apelan a la unidad. Unidad, sí, todos unidos, pero bajo mi férula, que es la más valiosa y la que importa. ¿Los demás? Que se sumen. Así estaremos todos unidos.



jueves, 1 de diciembre de 2016

TURISMO, CINE Y CUENCA


            Corre por ahí una curiosa iniciativa, encaminada a celebrar en Cuenca, en el mes de febrero de 2017, un congreso destinado a fomentar el turismo de cine en la provincia conquense. Según las primeras (y confusas) noticias que se han ido filtrando por los gabinetes de prensa oficiales, detrás se encuentra, como impulsor o promotor, un británico residente en España (en Valencia, concretamente), Bob Yareham que, por ahora, bien él o alguno de sus colaboradores, van peregrinando por los despachos administrativos buscando apoyo y financiación. La Junta de Comunidades ya ha dicho que el proyecto le interesa, porque coincide con sus propios planes encaminados a fomentar el turismo cinematográfico en la región, con la intención de atraer a productores que estén dispuestos a invertir en localizaciones situadas en espacios geográficos o monumentales de la provincia. Y justamente ahí, al conocer esas declaraciones, es cuando uno empieza a quedar ligeramente desconcertado por no saber interpretar bien esos dos conceptos, cine y turismo, que aquí aparecen entrelazados como si fueran una misma cosa.
            Porque una cosa es un rodaje cinematográfico, sobre lo que no parece necesario insistir o dar explicaciones, ya que es algo al alcance del entendimiento de la mayoría. Desde ese punto de vista se trata, imagino, de facilitar que hasta aquí vengan equipos técnicos y artísticos, a partir de un guión ya escrito, con un director que encabezaría la troupe y un montón de gente dispuesta a rodar minutos y minutos, suficiente para luego sacar una película en la que, sigo especulando, el paisaje y los pueblos de Cuenca ocuparían un lugar destacado.
            Pero el turismo es otra cosa. Los turistas no viajan para hacer películas sino, en todo caso, para verlas, en festivales, semanas, ciclos o lo que quiera que los organizadores se inventen. Incluso hay actividades consistentes en hacer turismo por una ciudad o provincia, visitando lugares en que se rodaron escenas de películas.
            Convendría saber a qué se refieren los que hablan de estas cosas. Quizá lo sepa el promotor que va por ahí vendiendo la idea, el ya citado Bob Yareham (que es el señor de la foto), autor de un libro que parece importante, Movies made in Spain, en el que recoge un total de 720 películas de habla inglesa rodadas en territorio español y que relaciona no solo los lugares filmados, sino también dónde se alojaron o comieron los actores, qué monumentos aparecen en las películas y otros detalles similares.

            En cualquier caso, una idea más. El tiempo nos dirá si crece o se esfuma como tantas otras.


miércoles, 30 de noviembre de 2016

LA MEMORIA GRÁFICA: ASÍ ÉRAMOS


            Desde hace unos días y hasta el final de la semana próxima, pasados los avatares del puente kilométrico que nos espera, puede verse en el Centro Cultural Aguirre una de esas exposiciones singulares que la fortuna nos depara de vez en cuando. Porque bien está, naturalmente, conocer las muestras artísticas con las que los creadores de imágenes pictóricas comparecen de forma periódica para dar a conocer el fruto de sus últimos trabajos, por dónde van los avatares de ese camino tan complejo y no siempre satisfactorio, de fácil acogida popular. Pero también importan estas otras, como la que hoy traigo a esta columna de comentarista, que nos pone ante los ojos un fragmento de nuestra propia vida colectiva.
            Se ha comentado hasta la saciedad, estas últimas semanas, que se cumplen 60 años del estreno de Calle Mayor, la gran película que filmó y firmó Juan Antonio Bardem (o, como a él le gustaba escribir, J.A. Bardem) reconstruyendo, recreando, una vieja ciudad castellana, de la España interior, mediante un habilidoso montaje de escenas de Cuenca, Palencia y Logroño. Importantísima es la aportación visual de las calles y el paisaje de Cuenca en esa elaboración artificial de una ciudad innominada estructurada en torno a una idealizada Calle Mayor, eje existencial y comercial de la vida humana en esa ciudad.
            Lo que sucedió en Cuenca, hace sesenta años, aparece ahora recogido en esta exposición, verdaderamente notable y llamativa en su sencillez. Tenemos a la vista una colección de fotografías en blanco y negro, referidas todas al rodaje de la película, con algunas de ellas extraídas del propio film. Ahí está el casco antiguo, la plaza y fuente de Santo Domingo, la hoz del Huécar, la estación del ferrocarril (la antigua estación, bárbara e innecesariamente suprimida), la plaza del obispo Valero, pero está, sobre todo, el espíritu de la ciudad, el carácter de la ciudad, las gentes que entonces poblaban este caserío pequeño, entrañable, duro, austero, egoísta, cerrado sobre sí mismo. Vemos esas fotografías y nos encontramos ante el espejo que nos devuelve la imagen de lo que fuimos en esa hondonada de la historia más reciente que algunos quisieran olvidar o ignorar y que otros contemplan con mirada divertida, incrédulos, pensando que aquello no existió. Pues sí, fue y ahí está. Toda una lección, magnífica, emotiva, entrañable, quizá dolorosa. La imagen de Cuenca renace para que todos podamos volver a vivir aquel tiempo del que ya apenas si quedan supervivientes pero que gracias a la magia de la fotografía se recupera como si fuera ahora mismo.
            Quedan pocos días para vivir esta maravillosa experiencia. Merece la pena.


lunes, 28 de noviembre de 2016

ASÍ NOS VEN DESDE FUERA


            Es magnífico, maravilloso, que venga gente a Cuenca, gente de fuera, observadores de lo que aquí pasa sin tener ningún compromiso con los intereses cotidianos que pululan por la ciudad. Por eso, tales personas pueden obras y expresarse con total liberad, sin las cortapisas que imponen el qué dirán, siempre vigente entre nosotros, coartando la difusión libre de nuestros pensamientos.
            Es reconfortante leer una de esas opiniones, donde tantos callan y otorgan. Nuria Vidal, periodista veterana, experta sobre todo en crítica cinematográfica, ha estado varios días en Cuenca, asistiendo a la Semana de Cine. A su regreso, no solo ha incorporado comentarios cinéfilos sino que ha añadido, en su blog personal, una nota muy esclarecedora, muy estimulante. Dice Nuria:
            “La primera vez que estuve en Cuenca tenía 18 años. Entonces el Museo de Arte Abstracto me impresionó casi tanto como las Casas Colgadas. Ahora, me ha decepcionado un poco. Creo que este tipo de pintura, importante por su valor documental e histórico, ha envejecido mal. Lo que no ha envejecido mal es la catedral de Cuenca. Una reciente limpieza de sus muros permite descubrir una arquitectura potente y de gran belleza. La catedral estaba tomada estos días por una exposición que reunía en un mismo saco la obra del artista chino Ai Wei Wei, Cervantes y los informalistas. Es una exposición un poco caótica con algunas piezas buenas, las que vienen del museo de arte abstracto y una instalación del artista chino francamente mala. La verdad es que no entiendo el entusiasmo que despierta Ai Wei Wei, un hombre que sabe venderse muy bien como víctima de la represión en la China actual, pero que en realidad, al menos por lo que yo conozco de él, no tiene gran cosa que ofrecer al margen de su ego inmenso. Y lo del ego lo digo porque la instalación de esta exposición consiste en una serie de “belenes” de su cautiverio que producen un cierto sonrojo”. 
            Sonrojo, añado yo, que no parecen en sentir en manera alguna todos los que han participado en el montaje de esta superchería.


CINCO INTENSOS DÍAS DE CINE


            Cinco días de cine continuado, con múltiples ofertas variadas, a razón de tres por día, lo que hace un total de 15 películas, han formado el programa de la Semana de Cine de Cuenca, recuperada doce años después de que se hiciera la última edición, para celebrar ahora la 19ª. Naturalmente, no está bien que yo ponga aquí elogios y adjetivos, porque soy parte muy directamente interesada, aunque como la empresa de pensarla, organizarla y llevarla adelante ha sido el resultado de un empeño colectivo podría perfectamente envolverme en ese grupo para disimular mi participación. Pero no hay que hacer trampas de ningún tipo: yo estaba ahí, con los demás, para sacar adelante la Semana de Cine de Cuenca.
            El repertorio de problemas ha sido variado, como lo suele ser siempre en estas tareas, sobre todo si el sitio en que se quieren desarrollar es tan complicado como este lugar llamado Cuenca, donde a los obstáculos habituales en todas partes suelen unirse los propios de la idiosincracia propia del sitio. Y no hablo solo de las dificultades económicas, en las que siempre se piensa a la primera y que, naturalmente, existen, sino a otras que pasan por aspectos tan variados como los comportamientos de algunos medios informativos o el alejamiento del sector universitario, que parece no existir para la vida cultural de la ciudad. O ésta no existe para aquel, que viene a ser lo mismo aunque se plantee a la inversa. Y otras cuestiones que no son para comentar en esta tribuna.
            Plantear la Semana de Cine fue un tema que desde el Cine Club Chaplin nos planteamos como una especie de enorme pregunta, un a ver qué pasa, sin tener ninguna seguridad de cual podría ser la respuesta. En estos doce años el mundo ha cambiado, Cuenca también y, desde luego, el cine de ahora ya no es el que era en ese tiempo pasado. Se podían imaginar algunos movimientos, determinadas reacciones, pero como en los experimentos químicos, al fin hay que hacer la prueba experimental de cuyo resultado dependen las respuestas que buscábamos cuando iniciamos el proceso. A pesar de las dudas que pudieran existir, hemos podido comprobar que sigue existiendo un interés suficiente por ver cine en salas y que hay una moderada atracción hacia el cine español, que era nuestro objetivo. Todo podría haber sido mejor y más intenso, pero eso forma parte del estudio final que ahora debemos realizar para analizar lo sucedido.
            En la memoria de quienes hemos asistido, a todo o a gran parte de lo programado, quedan momentos felices, algunos emocionantes, inenarrables, gracias a varias películas excelentes, bellísimas, verdaderamente importantes, tanto en largometrajes de ficción como en documentales y cortometrajes. Y nos quedará para siempre el contacto directo con las personas que hacen esas películas, directores, actores, actrices, guionistas. Aquí no tenemos alfombra roja por donde desfilar el glamour de las estrellas, pero sí hemos tenido un ambiente cordial, amable, con intensas vivencias en torno al cine. Y eso, la verdad, ha estado muy bien.


viernes, 25 de noviembre de 2016

OTRA PÉRDIDA PATRIMONIAL



            El Ayuntamiento de Cuenca, en plan severo, amenaza a los propietarios del edificio situado en Carretería esquina a Sánchez Vera, recordado popularmente porque en su planta baja estuvo la joyería y relojería Monjas, con actuar derribando el inmueble si ellos no toman la decisión de actuar de una vez para repararlo, a la vista del progresivo estado de ruina que amenaza con provocar un desastre cualquier día de estos.
            En eso lleva razón el ente municipal, porque no es razonable que en el punto más céntrico de la ciudad se esté larvando una evidente amenaza, mientras a sus pies los ciudadanos pasean tranquilamente como si no pasara nada. Y como si en este país no estuvieran ocurriendo las cosas que todos conocemos, porque cuando menos de lo piensa uno te viene encima una cornisa, un árbol o una casa entera.
            Siendo todo eso cierto, quizá es más preocupante que el señor Ayuntamiento no haya algo que una voz tímida ha insinuado: aportar, antes, hace tiempo, algún remedio efectivo para conservar ese edificio porque, como sabemos todos, Cuenca, y especialmente Carretería, han ido perdido de manera progresiva toda la arquitectura levantada en el tramo final del siglo XIX y principios del XX, hasta el punto de quedar en pie escasísimos ejemplos. Uno de ellos, precisamente, este, que fue un inmueble vistoso, con méritos suficientes para seguir existiendo, con capacidad representativa y visual de aquella ciudad que se ha ido perdiendo en aras de la especulación y la modernidad avasalladora.
            No se si aún es tiempo y quizá lo será si en vez de alguna tímida voz (como ésta que suscribe) hubiera otras muchas y más representativas que se alzaran con poderío para lamentar esta nueva pérdida que amenaza a nuestro patrimonio más sensible.





LIBROS GRÁFICOS Y OTRAS EXQUISITECES



            Desde hace unos días (y para bastante tiempo por delante) hay montada una curiosa y valiosa (valga el pareado) exposición cuyo título es más que simbólico, real y efectivo. De Gráfica y Libros la han titulado sus promotores, a la vez que comisarios de la muestra, dos artistas y un escritor, a saber, Miguel Ángel Moset, Perico Simón y José Ángel García, amparados bajo el paraguas protector de la Real Academia Conquense de Artes y Letras, insistente en ese empeño utópico tanto como atrevido de aportar a esta ciudad un toque de sensibilidad, cultura y progreso, todo a la vez y a pesar de los pesares.
            La exposición tiene un punto nostálgico, como corresponde a todo aquello que hace referencia a algo que fue y no existe. En la hoja informativa disponible a la entrada de la sala que posee el Museo de Cuenca, en la calle Princesa Zaida, frente al hotel Torremangana, se dice de manera expresiva: “Desde los años sesenta del pasado siglo –especialmente tras la apertura en 1966 del Museo de Arte Abstracto) la edición tanto de libros de artista como de carpetas de obra gráfica, portfolios y publicaciones donde plástica literatura se aúnan en estrecha alianza en ediciones limitadas y numeradas que prestan una especial atención a su realización formal ha sido constante en Cuenca y ha alcanzado unas cotas tanto de cantidad como de calidad y continuidad como en muy poco otros puntos del mapa editorial de nuestro país”.
            Eso fue así (de ahí la nostalgia implícita en este comentario) y algo sigue siendo, pero no, desde luego, con la pujanza y variedad que hubo en aquella época, donde brilló la inquietud, la creatividad, el impulso creativo, la originalidad, en fin, tantos de esos valores que en ocasiones lamentamos haber perdido o quizá, solamente, se han apagado. Impresiona tanto como conmueve encontrar en esas paredes y vitrinas nombres que, puestos así, en fila, abruman por su poder de atracción y que nos sitúan ante un panorama abrumador. Ciertamente, y eso no se puede obviar, este tipo de trabajos tienen un sentido claramente minoritario, entre otros motivos porque su adquisición queda limitada a muy pocos con capacidad económica suficiente, pero esta valoración crematística no tiene nada que ver con el sentido verdaderamente trascendente del trabajo realizado por tanta gente a lo largo de casi medio siglo. Y que viene a ser un punto de gloria, si se me permite este toque de exaltación localista, para esta sufridora ciudad, en cuya historia interna se acumulan no pocos pesares y centenares de gestos incomprendidos.
            Por eso está bien que a esta ciudad se le diga y se le muestre esta parcela de actividad, silenciosamente realizada por un amplísimo grupo de artistas y escritores, repartidos a medias entre locales y visitantes, hermanados amistosamente en el empeño común de hacer cosas que merecen la pena mostrar y conservar.
            Por cierto, y por aquello de poner siempre una pega, he echado en falta una mención, en algún sitio, a Manuel Osuna, el director del Museo de Cuenca que puso en marcha el taller de grabado e impulsó el aprendizaje de quienes no sabían nada de esa técnica y los primeros trabajos realizados.
            Hasta el 15 de enero puede uno recrearse con estas exquisiteces del arte y la literatura.


miércoles, 16 de noviembre de 2016

HAY VIDA MÁS ALLÁ DE LA SEMANA SANTA


Hay vida más allá de la Semana Santa de Cuenca. Ya se que esta afirmación, dicha así, de manera tajante, desconcertará a algunos y quizá incluso (antecedentes hay) provoque alguna reacción sulfurada, porque hay, en esta ciudad, no pocas personas convencidas de lo contrario, o sea, de que sólo existe la Semana Santa de Cuenca y que en torno a ella gira cuanto aquí sucede, como única óptica que aplicar al entorno vital ciudadano.
Se me ocurre semejante reflexión (que, por otra parte, viene de muy atrás) al encontrar en el digital Voces de Cuenca la noticia de la muerte de Dimas Pérez Ramírez, ocurrida el pasado lunes. La información se encabeza con esa noticia, acompañada de la frase “pregonero de la Semana Santa de Cuenca en 1990”. A eso se reduce y así se simplifica la vida del fallecido. No importa su oficio dilatado en el tiempo como archivero diocesano, su dedicación a poner orden y catalogar los infinitos legajos desperdigados que heredó, la manera fructífera en que fue desgranando papeles y poniéndolos a la luz pública, la forma en que facilitó el trabajo a otros investigadores, su incansable tarea  difusora, pronunciando cientos de conferencia, publicando artículos, folletos y libros, sobre la Inquisición, la brujería, el culto diocesano, el arte o su Tarancón natal y tampoco se valora para nada su aplicación docente. Todo ello queda subrogado, en el texto informativo, al hecho, anecdótico, de que fue pregonero de la Semana Santa, como si  no hubiera hecho ninguna otra cosa en la vida. Luego sí, en el texto, se comentan algunos de esos factores, pero yo aquí llamo la atención al titular que, de entre una fecunda y variada biografía, elige como dato representativo ese que estoy citando.
Hace ya algún tiempo que algunas voces, tímidas, prudentes, para no enfadar a nadie, vienen señalando la conveniencia de que esta ciudad se libere de la presión que la estructura de la Semana Santa viene ejerciendo sobre el conjunto de la ciudadanía, como si no hubiera otra cosa a la que referirnos ni que pudiera representar un impulso para movilizar el apagado estilo de vida que va impregnando la cotidianeidad conquense. Debería haber más voces uniéndose a ellas hasta formar un coro armónico que se pueda dejar oír y sirva para cambiar la trayectoria de un rumbo que solo conduce a un horizonte cerrado sobre sí mismo.

Hay vida más allá de la Semana Santa. Como hay, en la figura del fallecido Dimas Pérez Ramírez, una densa biografía personal y profesional, con datos suficientes para ilustrarla y que le sirve, ahora, en el momento del tránsito vital, para irse acompañado del respeto, el afecto y la consideración que supo ganarse en vida. Y que le llevó al seno de la Real Academia Conquense de Artes y Letras, de la que fue uno de sus fundadores y por eso traigo aquí esta imagen, compartiendo mesa y tertulia con Carlos de la Rica.

jueves, 3 de noviembre de 2016

CUENCA VISTA POR LOS ARTISTAS


Lo que hace el Museo de Cuenca estas semanas (me parece que ésta es la última, o poco más) es una labor profiláctica de enorme importancia. Remover los anaqueles secretos, donde se guardan tesoros ocultos, para sacarlos a la luz y exponerlos públicamente es verdaderamente una acción muy meritoria, digna de aplauso y, desde luego, de que la ciudadanía acuda con auténtica devoción a explorar el resultado de esa búsqueda. No se si el apático colectivo conquense ha respondido satisfactoriamente a la incitación del Museo pero sin duda que quienes lo hayan hecho habrán encontrado repetidas ocasiones para el disfrute.
En la sala de exposiciones temporales que el Museo tiene abierta desde hace unos meses en la calle Princesa Zaida se exponen cuadros conservados en los almacenes y que tienen como motivo único la ciudad de Cuenca. En las firmas hay muchos nombres conocidos y otros menos, pero también meritorios: Jaime Serra (uno de los grandes desconocidos u olvidados del arte hecho en Cuenca), José Luis Brieba, Alfonso Cabañas, Miguel Zapata, Julia Alcón, Cirilo Martínez Novillo, Julián Carboneras, Luis Muro (cuando se firmaba todavía como Martínez), Dimitri Perdikidis, José Lapayese del Río, Lorenzo Goñi, Álvaro Delgado y alguno más que, sin duda, se me escapa entre los intersticios de la memoria. Para todos, el tema único es Cuenca, con predominio de aspectos urbanos pero también de paisajes, siempre socorridos, con las hoces y su vegetación como elemento esencial.
Esos cuadros son propiedad del Ayuntamiento de Cuenca, que los entregó en depósito al Museo ad calendas grecas en tanto se formalizaban las gestiones para formar el propio Museo Municipal de Artes Plásticas, asunto que jamás pasó de una benevolente declaración de intenciones y que a estas alturas duerme plácidamente en el oscuro cajón donde se refugian tantos buenos propósitos municipales.
Lamento aparte, es muy aleccionador pasear por los espacios de la sala de exposiciones y sentirse acariciado por estas visiones de Cuenca, tan diferentes unas de otras, la mayoría en el terreno de lo figurativo pero también alguna bordeando la abstracción, que tan bien sienta a una ciudad arriscada sobre el disparate topográfico y, por tanto, susceptible de las más imaginativas versiones.
A la exposición le quedan pocos días de vida. Apenas un soplo para disfrutar de esta colectiva y genial visión de Cuenca.


miércoles, 2 de noviembre de 2016

MARGARITA DE LA CULTURA


         Hoy es miércoles, vísperas del gran día en que el nuevo (¿nuevo? ¿renovado?) presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, va a hacer pública la lista de quienes a partir del viernes se sentarán en el Consejo de Ministros. No me importa reconocer, a riesgo de que se me tilde de ciudadano no comprometido con las graves cuestiones de su país, de que me importa un comino el contenido de tal lista de prohombres y promujeres (si existen los primeros, ¿por qué todavía ninguna líder feminista ha reivindicado el segundo término?) en la que no espero ninguna sorpresa. Con toda seguridad, repetirán muchos de los mismos y quizá entre alguien de nueva planta para hacer bueno el adagio jesuítico de que la mejor forma de cambiar es no cambiar nada.
         Sólo una cosa me intriga de esta zarabanda de nombres a la que juegan los medios informativos, antiguamente bien informados y en los tiempos que corren tan desconcertados como las encuestas sociológicas que intentan medir los comportamientos humanos. Sólo una cosa, digo, y esa cosa es (intento imitar el estilo de José Isbert en Bienvenido mister Marshall) si en un alarde de progresismo y renovación, el señor Rajoy recupera el ministerio de Cultura. Si tal cosa ocurre, se habría producido un giro radical en las costumbres del presidente y de su partido.
         El ministerio de Cultura es un invento de la democracia. Como es natural, a Franco no se le ocurrió ni remotamente tener tal cosa en sus gabinetes, a pesar de que ya para entonces aparecían algunos en los países llamados progresistas. Pero tan pronto Adolfo Suárez formó su primer gobierno, en 1977, allí apareció Pío Cabanillas como ministro de Cultura, tras haberlo sido de Información y Turismo; el departamento continuó existiendo, de manera continuada, cuando el PSOE sucedió a la UCD, figurando entre sus ocupantes uno muy destacado a efectos locales, Javier Solano, bajo cuya gestión se llevaron a cabo iniciativas tan importantes para Cuenca como el Teatro-Auditorio, la restauración del Edificio Palafox y la del Archivo Histórico provincial.
         Todo iba más o menos sobre ruedas para la Cultura hasta que en 1999 llegó el PP encabezado por José María Aznar y el ministerio fue arrumbado, pasando a ser un apéndice incómodo del de Educación, uno de cuyos titulares fue, pásmense ustedes-vosotros Mariano Rajoy. La situación volvió a enderezarse con el retorno de los socialistas, ahora con José Luis Rodríguez Zapatero como jefe del tinglado gubernamental, que abrió hueco a ministros poco decisorios pero bien vistos en los ambientes culturales, como Carmen Calvo, César Antonio Molina y la última y más polémica, Ángeles González Sinde, cuyo rostro viene a acompañar estas palabras, en una especie de póstumo homenaje al incómodo ministerio que va y viene como las olas del mar.
         De manera que entre 2011 y 2016 no ha habido ministro de Cultura, sino un secundario llamado secretario de Estado, con más buena voluntad (José María Lassalle) que efectividad, sobre todo si por encima de él tiene a un personaje tan funesto como José Ignacio Wert, felizmente evaporado al dolce far niente parisino donde se recupera de sus desaguisados ministeriales.
         La cuestión, ahora, es ésta: ¿volverá a existir un titular de Cultura sentado en igualdad de condiciones entre los tertulianos del consejo de ministros? ¿Llevará Mariano Rajoy su voluntad de cambio hasta el extremo de caer en la cuenta de que existe algo llamado Cultura, merecedora de tener el mismo rango que las carreteras, las enfermedades, los estudios de primaria o la dependencia?

         La solución, mañana. Se admiten apuestas y porras.

viernes, 21 de octubre de 2016

NÁUFRAGOS EN BUSCA DE POESÍA




Vuelve a Cuenca la tabla de salvación que la poesía ofrece a los náufragos que navegan perdidos por este mundo de contradicciones y desconciertos. Los animosos promotores de este invento retoman el navío por quinto año consecutivo, y contando con el paraguas protector de la Real Academia Conquense de Artes y Letras, en cuya sede del barrio de San Antón, en la última planta de las antiguas escuelas, nos citan por los primeros días del otoñal y generalmente tristón noviembre, convencidos de que, envueltos entre palabras poéticas, encontraremos los estímulos necesarios para continuar sobreviviendo en este mar proceloso (tan emocionante) que es la vida.
El día 4, a las cinco y media de la tarde, se abrirán las sesiones con una conferencia de Francisco Mora y, a continuación, en el resto de la jornada, habrá dos lecturas  poéticas. En la primera intervendrán Antonio Santos, Berta Piñón, Antonio Puente, Enrique Trogal y Ana Lamela. En la segunda, Tomás Rivero, Margarita Mayordomo, Francisco Benedicto, Paloma Corrales y Chelo Candel.
Luego, como no solo de versos viven los seres humanos, habrá una cena fría en el Rothus y a su término, en el mismo sitio, los asistentes y curiosos podrán asistir a una creación sonora de Teo Serna (que, por cierto, estos días tiene montada una más que interesante exposición en la Fundación Antonio Pérez).
La mañana del sábado, día 5, comenzará con la presentación de dos libros, Tierra profana, de la portuguesa Carina Valente (editado por Olcades) cuya introducción estará a cargo de Miguel Ángel Curiel y El verano de los cazadores de luces, de Paco Moral, haciendo la presentación Rafael Escobar. Por la tarde, a partir de las cinco, habrá una lectura poética con la presencia y las voces de Javier Gil, Manolo Marcos, Agustín Calvo Galán y Cecilia Quilez para luego hacer un intermedio en el que se proyectará el poema visual La memoria salina, seguida de otra lectura, en este caso de Juana Castro, que será presentada por José Ángel García, para concluir la fiesta con la voz poderosa de Antonio Carvajal que ofrecerá otra lectura de sus poemas, con introducción de Ángel Luis Luján.
Los impulsores de este invento no ocultan de manera alguna su decidida vocación hacia la figura y la obra de Diego Jesús Jiménez, cuyo Itinerario para náufragos  marcó, ya en el tramo final del siglo XX, un sendero luminoso para la poesía española, con la que ganó en 1997 el premio nacional de Literatura por segunda vez, cosa que hasta entonces no había sucedido con ningún escritor y que, justamente, se le concedió en el mes de octubre de aquel año. El concepto no es exclusivo de Cuenca: en las lejanas y melancólicas tierras gallegas, otros seres en busca de amparo han encontrado también refugio en los bálsamos poéticos y así, desde hace un par de años, vienen celebrando también un encuentro al que han titulado Poemas para náufragos y viajeros.



jueves, 20 de octubre de 2016

VIVA LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN



Tantas cosas se están escribiendo estos días que podría ahorrarme estas palabras de más que, seguramente coincidirán con otras más o menos similares, o quizá contradictorias. Pues no dejaré de escribirlas, porque el cuerpo me lo pide y porque no hay nada que me guste más en el mundo que hablar de libertades en general, y de la de expresión en particular. Sobre todo cuando hay algunos personajes, que aspiran a ser nada menos que gobernantes de este país, presidente del gobierno o cuanto menos ministro o jefe del CNI, que salen a la palestra en forma vergonzosa y vergonzante.
Naturalmente que siempre ha habido protestas en la Universidad, faltaría más y el día que no las haya es que ya no queda ni Universidad ni nada. Pero el asunto de lo ocurrido el otro día en la Autónoma tiene algunos perfiles peliagudos, problemáticos y quizá preocupantes. Para empezar, la banda aparece con las caras tapadas cobardemente, en busca del anonimato y la impunidad. Miren ustedes, jovencitos: antiguamente esas cosas las hacíamos a cara descubierta y cada palo aguantaba su vela o zurriagazo. Para continuar, los muy bandidos aluden a la libertad de expresión como motivo esencial para manifestarse violentamente; o sea, que la libertad de expresión consiste en que nadie más pueda ejercer semejante principio. Muy bonito. Y siendo como eran y se ve en las imágenes una exigua minoría, eso sí, violenta y agresiva, consiguen imponer su criterio al resto, a la mayoría, en curiosa aplicación del más turbio de los principios democráticos: los menos se imponen a los más, porque sí.
Luego viene la parte final, la segunda o la tercera, la de los simpatizantes de esta muchachada turbia, anónima y agresiva. Y uno, naturalmente, tiene que preguntarse y me pregunto: qué cuerpo le quedaría a Pablo Iglesias, el mismo que fue durante unas semanas el profeta de un futuro mejor, si a él le organizaran un espectáculo de esa naturaleza otros muchachitos como los que a él le parecen bien. Claro que también me pregunto si el día que el tal Iglesias sea presidente del gobierno acudirá al desfile de la fiesta nacional, vestido de punta en gala o se quedará en su casa jugando al mus.

Todo para llegar a la conclusión final que no es otra que la más ampliamente compartida por tantos ciudadanos estupefactos y desconcertados: qué pena de país, no solo por lo que está pasando, sino porque en el horizonte no se perfile nadie que sea capaz de hacernos una propuesta avanzada, progresista, decente, coherente, digna del país y de todos nosotros. Parecía que el mirlo blanco podría llegar de Podemos y sus líderes, pero ya vemos en qué cosa zarrapastrosa está quedando todo eso.

miércoles, 19 de octubre de 2016

CARLOS SAURA Y SU VISIÓN DE CUENCA



       Hace unos días se ha proyectado públicamente, después de mucho tiempo de permanecer almacenado y casi en el olvido, el documental Cuenca, dirigido por Carlos Saura, en la que fue su primera película. Antes de ella, sólo había realizado un breve cortometraje, como práctica de final de curso en la Escuela de Cine. Esperaba alguna reacción pero, al parecer, sólo el silencio ha venido a suceder a esta notable experiencia, algo muy diferente de lo que ocurrió en su estreno en nuestra ciudad.
            En 1958, Carlos Saura emprende en Cuenca una singular empresa cinematográfica, que habría de tener honda repercusión en la historia del cine español. Cuenca es el primer gran documental, dicho en sentido moderno, realizado en nuestro país, rompiendo los moldes vigentes hasta entonces cuando se consideraba que una película de ese género debería tener un carácter propagandístico de interés turístico, limpio, por ello, de cualquier connotación crítica. Con ese espíritu encargó el trabajo el Ayuntamiento de Cuenca, en acuerdo adoptado el 24 de septiembre de 1956; específicamente se le pedía “un proyecto de guión y presupuesto para la filmación de un documental cinematográfico sobre Cuenca”. El texto del guión estaba ya en manos del Ayuntamiento un par de meses más tarde y fue entregado a una comisión especial para su estudio. Saura, entonces recién titulado en la Escuela Oficial de Cine, asumió la tarea con una óptica muy diferente a la que esperaban quienes se las prometían muy felices con un vehículo publicitario en soporte cine.
            La primera proyección de la película en Cuenca provocó una auténtica tormenta de opiniones, en su mayoría desfavorables. El estreno tuvo lugar en el Cine Club Palafox, el 16 de noviembre de 1958; la proyección fue precedida de una presentación a cargo de Carlos Saura, quien explicó las líneas maestras en que se había basado para la realización, analizando los diversos elementos que había tenido en cuenta para la organización de su trabajo.
Como resumen y reflejo de la impresión adversa producida en un sector del público, el periódico Ofensiva recogía un larguísimo artículo de un prohombre bien conocido en la ciudad, Bonifacio Enrique Benítez, que luego sería concejal de Cultura en el Ayuntamiento quien no oculta ni disimula en forma alguna su pensamiento, apelando, de entrada, al habitual sentido localista y patriótico que suelen inspirar los asuntos que no son del bondadoso agrado de todos porque “como conquense que siente a su tierra en lo más hondo, me considero en la obligación de exponer estos comentarios, sin otra finalidad que la de remediar en lo posible lo que consideramos fallos de la película, aunque solo sea porque a través de este documental va a conocer el resto de España, y posiblemente el extranjero, a una Cuenca que no es la auténtica” y añade: “Sinceramente creemos que no se ha sabido captar en él la esencia de la Cuenca verdad”. O sea, las rocas, los ríos, la belleza, el paisaje, los bailes regionales, el morteruelo, las Casas Colgadas, la Ciudad Encantada. Esa es, a juicio de muchos, la verdad. Y si hablamos de la Semana Santa, “¿Dónde está recogido en el documental el fervor religioso de todo un pueblo, el orden y silencio de nuestros desfiles, su desnuda pero impresionante sencillez?”. Y así, en esa línea, el señor Benítez continúa argumentando la crítica, desde el honor conquense ofendido por la impureza de unas imágenes a lo que se debe añadir “como un fracaso sin paliativos su banda sonora”, y que “el texto es pobre, sin alma ni emoción”, encima mal leído, porque “no hay un solo momento en que la voz monorrítmica y falta de matices de Francisco Rabal nos emocione o nos cautive por lo que describe”.
Cuenca es un documental basado en la realidad, tal cual era en esos momentos y por eso rompió los moldes del género tal como estaba vigente en España, donde el monopolio del sector lo ejercía el No-Do con su triunfal y bondadosa recreación cotidiana de la imagen de un país ficticio, donde no había problemas ni dolores.
Me pregunto, ahora que ha vuelto a ser visionado, cuál es la impresión, el impacto sensorial, las opiniones, del público de hoy, sesenta años después de haber sido realizado. Estoy convencido de que sigue existiendo un sector convencido de que la propaganda turística exige que todo sea limpio, bonito, reluciente, sin mácula. Me gustaría creer que el tiempo ha hecho evolucionar a la sociedad y que las nuevas generaciones se mostrarán más abiertas, dispuestas a enfrentarse con la realidad, tal cual es, sin aditamentos ni photoshops correctores. En cualquier caso, guste verlo o se prefiera el juego del avestruz, la película de Saura es un ejercicio de realismo. Así era Cuenca entonces y eso es lo que en ella se ve.