Por lo
visto y no leído, parece que la ciudad ha acogido con singular indiferencia el
hecho, puramente administrativo, es cierto, de que su más característico
edificio identificador, las Casas Colgadas, haya sido bendecido con la
declaración de Bien de Interés Cultural, equivalente a la antigua y más pomposa
de monumento nacional que estuvo vigente hasta que la entidad autonómica decidió
cambiar la nomenclatura.
Llámese
como se quiera llamar, el hecho es que las Casas Colgadas de Cuenca son ya un
edificio monumental. El concepto contradice un poco con lo que habitualmente se
entiende por tal, catedrales, iglesias de recia textura arquitectónica,
palacios de aparente fisonomía y cosas por el estilo. Nada que ver con nuestros
entrañables edificios volados sobre el vacío de la hoz del Huécar, el mínimo
caudal fluvial que corre a sus pies, hacia el que se asoman los voladizos
inventados por Fernando Alcántara, con ínfulas orientales, que vinieron a
sustituir a las modestas estructuras de elaboración artesanal, que a fase de
madera formaron aquella original disposición con orígenes dudosos en tiempos
medievales y ciertos en los siglos renacentistas.
Quienes
gustan de ver el vaso medio vacío dirán que a buenas horas y es verdad que los
gestores culturales de la administración regional han tardado más tiempo del
debido en dar su bendición administrativa a las Casas Colgadas. Por otro lado,
si tenemos en cuenta que toda la ciudad es Patrimonio de la Humanidad,
incluidos todos los edificios que hay en el ámbito de la ciudad antigua,
tampoco se entiende muy bien que se otorgue una consideración de categoría
inferior. Pero esto, claro, son suspicacias y ganas de hablar por no callar.
En
cualquier caso, la declaración llega cuando se acaba de introducir una valiosa
remodelación en el espacio correspondiente al Museo de Arte Abstracto, mientras
sigue cerrado el sector del mesón, en espera de que se defina su destino
futuro.
Como fui el
autor del primer y durante décadas único libro que se había publicado sobre las
Casas Colgadas (en 1979 fue aquello), por iniciativa de Fernando Zóbel, me
considero un poco padre o protector de la criatura y por ello concluyo diciendo
que está bien que le hayan otorgado este reconocimiento. Lo merece y es justo.
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