Hace un par
de meses, Pedro Cerrillo puso en la calle, o sea, en las librerías (aunque en
ninguna de las pocas que hay en Cuenca lo he visto) un nuevo título de
cuyo contenido solo tengo por ahora las referencias indirectas que me han
llegado, pero como el tema que trata me parece extraordinariamente sugestivo, y
más para un blog como este en el que, dentro de un amplio espectro temático, se
da prioridad a cuanto tiene que ver con la escritura y la lectura, creo que
conviene decir ya algo, como aviso a navegantes despistados, que suelen abundar
por aquí en estos tiempos que corren, sobre todo si tenemos en cuenta que de
las páginas de los dos semanarios locales se ha borrado prácticamente casi todo
lo que tiene que ver con la cultura.
Habla Pedro
Cerrillo del lector, considerado como sujeto pensante y atento. No es lo mismo
oír que escuchar y no es tampoco lo mismo pasar la vista sobre textos impresos
que aprehender lo que en ellos se dice. Un lector, a secas, sin más, no es un
lector literario y a éste último, a cuidarlo, formarlo y ofrecerle mecanismos
adecuados, se dirige el texto, tal y como él mismo lo explica y yo aquí
reproduzco, según sus palabras en la presentación que tuvo lugar en la sede del
Fondo de Cultura Económica, editorial en la que el libro ha sido publicado.
“Ser lector no es solo saber leer,
es decir, conocer los mecanismos que unen las letras en sílabas, estas en
palabras, y las palabras en oraciones. Con todo eso sabremos leer, pero no
seremos lectores: las personas se convierten en lectores cuando son capaces de
descifrar un texto escrito asociándolo a las experiencias y vivencias propias.
La clave para lograrlo está en el conjunto de la sociedad, que en los momentos
que vivimos es una sociedad que, con frecuencia, alienta la facilidad, la
superficialidad y un malentendido pragmatismo, despreciando la dificultad, el
esfuerzo o el saber.
El aprendizaje lector se limita en demasiadas ocasiones a la
adquisición de esos mecanismos nombrados que conducen al dominio mecánico del
código escrito. La enseñanza de la lectura debiera ser la enseñanza de la
lectura comprensiva, de modo que, tras ese aprendizaje, el lector pudiera
desarrollar su competencia lectora. Las personas necesitamos saber descifrar el
código por medio del que se nos transmiten instrucciones y mensaje de variado
tipo, pero –como dice Alberto Manguel– “leer tiene también un significado más
complejo […] es el arte de dar vida a la página, de establecer con un texto una
relación amorosa en la cual experiencia íntima y palabra ajena, vocabulario
propio y experiencia de otro, convergen y se entremezclan […].
Esa es la esencia del lector literario, de ese lector que da
título a este libro. Un lector competente que, cuando elige un libro, no se
deja llevar por la publicidad o la información no contrastada, un lector que
lee habitualmente, que tiene sus propios gustos y opiniones, que comparte sus
experiencias lectoras con otras personas (comenta, sugiere, reflexiona),
sabiendo que todos los libros no les gustan a todos”.
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