miércoles, 14 de diciembre de 2016

COORDINAR A LOS DESCOORDINADOS


Miro mi agenda (que la tengo) y encuentro para esta tarde, a horas parecidas, entre las 6 y las 8, cinco citas a las que me gustaría acudir, cuatro eventos culturales de distinta estructura: una conferencia, un concierto, una mesa redonda, una película, una exposición. Hago cuentas y, a lo mejor, saliendo de un sitio antes de terminar y llegando tarde a otro, aún podría hacer acto de presencia en dos de ellos, o sea, ni a la mitad de la oferta. No quiero ni pensar que pueda haber algún otro escondido por ahí, del que no me ha llegado noticia por deficiencias en la comunicación o, sencillamente, porque no lo han publicitado debidamente, pero en estos casos siempre cabe la posibilidad de que un rato antes de la hora prevista, el promotor o impulsor me llame personalmente para conseguir mi presencia.
Eso es así y así son las cosas en esta ciudad mínima y poco relevante en el coro nacional del espectáculo cultural, en donde un saco de grupúsculos de diversa consideración compite por encontrar huecos, de espacio y de tiempo. Los perjudicados, que son mayoría, llevan temporadas clamando por una cosa indeterminada y etérea a la que se llama coordinación. Ciertamente, nadie sabe muy bien en qué consiste eso ni en cómo podría hacerse, porque lo verdadero es que, a la hora de la verdad, cada uno hace de su capa un sayo y que los demás se arreglen como puedan.
Como este problema existía ya en la prehistoria de la actividad cultural de Cuenca, cuando yo era Jefe del Servicio de Cultura en el Ayuntamiento decidí coger el toro por los cuernos y puse en marcha una sencilla publicación mensual a la que titulé “Guía Municipal del Ocio y de la Cultura”, en la que intentamos llevar a la práctica ese viejo propósito de la coordinación por el mecanismo de informar públicamente de todo lo que se hacía en la ciudad y así nadie se llamaba a engaño si de buenas a primeras decidía introducir su propia cuña y se encontraba con que ese hueco ya estaba ocupado por otro más previsor a la hora de organizar. El invento duró tres años y el diseño cambió un par de veces para acomodarse a las modas. Luego, como todo lo que toca la mano del oficialismo político, cambió el signo y la idea fue eliminada para sustituirla por otra mejor que, naturalmente, nunca pasó de la palabrería a los hechos.
Lo recuerdo aquí y ahora, por si alguien tiene ganas de resucitar este proyecto. U otro parecido.

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