martes, 17 de junio de 2014

LA ALEGRÍA DE LA FERIA


            Qué suerte tienen las ciudades a las que se da la oportunidad de tener Feria del Libro. También habría que pensar en por qué algunas de esas ciudades que tuvieron tal Feria, un mal día dejaron de tenerla. Cuando surgen temas como este -y en Cuenca son cada vez más frecuentes- todo el mundo mira hacia otro lado haciendo aspavientos expresivos: yo no he sido, parecen decir, añadiendo: la culpa es el del otro. Y por eso, la casa está siempre sin barrer.

            Es inevitable mirar hacia nuestro dolorido ombligo cuando contemplamos imágenes y leemos crónicas o comentarios sobre la Feria del Libro de Madrid, recién clausurada. No me dejaré envolver por los datos, siempre peligrosos de interpretar, aunque los voceros de la propaganda cifran en un 5% el aumento de las ventas en relación al año anterior, con una facturación de casi siete millones y medio de euros, o sea, 350.000 más que en 2013. Pero eso, insisto, no tiene nada que ver (aunque para los libreros sea mucho) al lado del enorme espectáculo de ver a cientos de miles de personas paseando entre las casetas, acercándose a acariciar volúmenes, dejándose envolver por el aroma de la letra impresa y la cálida cercanía de los autores.

            El libro, en general, en todos sus componentes, se encuentra en crisis, manoseada expresión que en economía ya no tiene sentido pero que en el ámbito de la cultura la sigue teniendo, y mucho. Los expertos, que los hay incluso en materia tan resbaladiza como ésta, aseguran una y otra vez que el acelerado cambio de costumbres en que estamos inmersos pone en cuestión el papel del libro como objeto y más aún el del lector-comprador. Todo eso es muy complejo, lo estamos viendo y viviendo y ni el más atrevido profeta se atreve a vaticinar hacia dónde nos conducirá el futuro. Pero cualquiera que sea el sistema vigente para facilitar la transmisión de ideas, conocimientos, entretenimiento y emociones, algo deberá haber que consuele a los seres humanos desasistidos y perdidos en el fárrago de fuerzas incontrolables que cada vez más nos hacen pensar en la fragilidad de nuestra existencia. Y ese algo, creo yo, no serán las nintendos ni artilugios similares, sino el libro, vendido y comprado por no se qué sistema y en qué soporte, pero siempre asequible en nuestras manos.

            Y para celebrar su existencia, debe haber Ferias del Libro. Quienes pueden deberían asumir, como dogma de fe inconmovible, que una ciudad debe tener siempre, cada año, Feria del Libro. Porque, como dice Teodoro Sacristán, director de la recién clausurada de Madrid, “si la Feria no existiera sería terrible”.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario