LA FRONTERA, O LA RECUPERACIÓN DEL TEATRO HECHO POR JÓVENES
Hablemos de una
experiencia satisfactoria. De una experiencia incluso sorprendente, de las que
ayudan a desmontar algunos tópicos que todos, más o menos, en mayor o menor
medida, vamos acuñando con el paso de
los tiempos. En ese devenir hacia posiciones escépticas o directamente
pesimistas, de pronto surge un hecho que interrumpe el proceso, nos hace
detener la marcha y ayuda a pensar.
La introducción ya está
hecha. Ahora pasemos al suceso real, escenificado por un grupo de jóvenes
estudiantes que sobre un escenario (el único escenario digno de tal nombre que
queda en Cuenca) sube a llevar a cabo el montaje de una obra teatral que, para
mayor abundamiento, es estreno en la ciudad y ha sido escrita por un acreditado
autor igualmente conquense.
Desmenucemos los
diferentes ingredientes de la afirmación anterior. Lo haré aludiendo,
necesariamente, a situaciones anteriores, sepultadas en el fondo de la
desmemoria, la fruta más abundante en el huerto conquense. Pues hubo un tiempo
en que en esta ciudad convivían (y competían) hasta ocho grupos teatrales
formados por jóvenes actores y algún director experimentado; montaban obras
clásicas y modernas, dentro del orden tolerado por el sistema. Cada centro
educativo tenía su propio grupo teatral y había otros vinculados a asociaciones
varias. Docenas de jóvenes, estudiantes la mayoría, reforzados con algún
adulto, daban vida a la magia intangible pero cierta del teatro. Había además
varios concursos anuales, para diferentes edades. El espectáculo se
desarrollaba en distintos escenarios, pues también era costumbre aceptada con
normalidad que cada centro educativo tuviera su espacio teatral. Por motivos
que jamás comprendí (y sigo sin comprenderlo) uno tras otro fueron suprimiendo
ese recinto mágico considerando más oportuno montar cafeterías.
Esa dinámica negativa,
tan acorde con la línea que viene tomando cuerpo y forma en esta ciudad durante
la última década, se rompe ahora con la presencia en el Teatro-Auditorio de
Cuenca del Taller Tusitala formado por alumnos de la Escuela de Arte José María
Cruz Novillo. Por qué ese centro decide reanudar el tracto interrumpido y por
qué en él hay unos cuantos profesores, bastantes alumnos y un coro de técnicos
colaboradores es cosa tan meritoria que solo cabe citarla aquí con todos los
parabienes posibles incluyendo el ferviente deseo (utópico quizá) de que cunda
el ejemplo.
Con muy buena voluntad y
con numerosos aciertos en el montaje y la interpretación, el trabajo teatral
nace, se desarrolla, toma forma, envuelve a los espectadores y llega
briosamente hacia el final, sin que falte el necesario toque de sorpresa,
imprescindible siempre en cualquier relato que se precie. El que ha escrito
Francisco Mora, poeta de mérito reconocido, narrador de amplio espectro y
ahora, en los últimos tiempos, autor dramático, además de ensayista, tiene un
planteamiento original, muy acorde, metafóricamente, con una latente cuestión
de actualidad, pues La Frontera
ironiza sobre no pocas de las cuestiones que alteran el ánimo de los ciudadanos
actuales, incluyendo la afición de algunos lugares a levantar fronteras que nos
separen, contradiciendo así la que parecía tendencia general favorable a
eliminarlas por completo.
En el centro del escenario,
ocupándolo de manera permanente, en un trabajo realmente ímprobo, casi
extenuante, que requiere diversos cambios de registro, un joven actor, David Ábalos, carga con el peso de la obra,
acompañado por un amplio grupo de compañeros que salen adelante con un
encomiable nivel medio. Por cierto, que David
Ábalos acaba de ganar el premio de interpretación masculina en los premios
“Buero” de Teatro Joven, que patrocina la Fundación Coca Cola, por su
interpretación del burgomaestre Smith en el montaje El retablo del flautista igualmente representado por la Escuela de
Arte Cruz Novillo el año pasado, lo que quiere decir que de casta le venía ya
el trabajo.
Para echar las campanas
al vuelo sólo faltaría que en otros centros educativos conquenses surgiera la
mecha capaz de prender entre la atonía y la desesperanza que los invade y
volvieran a resurgir grupos de teatro capaces de proporcionar a esta ciudad un
ambiente que es, a la vez, educativo y lúdico, cosas ambas de absoluta
necesidad para poder sobrevivir con moderada satisfacción personal.
Satisfacción personal es trabajar con jóvenes, aunque siempre es duro, pero más satisfacción es leer este artículo. Nos une el amor al teatro, ojalá, como dices, se extienda y renazca la afición. Querer es poder.
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