lunes, 8 de febrero de 2016

UN ESTUPOR LLAMADO OZORES


Contemplo en la pantalla de TV al anciano tembloroso, tímido, balbuceando palabras que apenas si acierta a leer, abrumado, sin duda, por tener que comparecer ante un conglomerado humano que, presuntamente, él conoce bien, porque toda su vida ha estado trabajando con ellos, los actores, aunque es probable que muy pocos de los que se encuentran ahí le oyeran decir nunca el conocido trilema: "¡Silencio, cámara, acción!". Incluso el anciano puede tener la seguridad, y sin duda la tiene, de que muchos, quizá la mayoría, de los que están ahí, frente a él, se están preguntando quién es o qué hizo para merecer tales honores. Me pregunto, por mi cuenta y riesgo, qué estarán pensando las docenas de críticos, comentaristas y estudiosos que durante el tiempo en que este hombre trabajó denigraron su obra, sus películas, el estilo, los argumentos, la forma de rodar y, sobre todo, el mensaje cutre, casposo, el humor grueso, las situaciones chabacanas que emitían aquellas historias, tan representativas de una forma de ser y estar en España. Nadie, ninguno de esos críticos, salvó en su momento una sola de las películas de Mariano Ozores. Ahora, no se si ellos, pero sí sus descendientes en los receptáculos de papel, se deshacen en elogios. Algunos disimulan, suavizando la parafernalia, con alusiones a que así era España. Alguno hay, y ya es ser y decir, que lo pone en línea con la comedia americana ¡e incluso con Billy Wilder! Pues miren ustedes, no, no era así, ni éramos como nos representaban esos personajes a lo largo de casi un centenar de películas. Ahora le dan el Goya de honor. Él mismo ha dicho que a buenas horas, pero bienvenido sea porque, en verdad, a nadie le amarga un dulce. Que lo disfrute este sencillo y amistoso anciano, que sea feliz con su cabezón goyesco bien asentado en una estantería de su casa, pero no deberían vendernos motos sin carburador ni gasolina. Las películas de Mariano Ozores fueron infumables en la España del franquismo, en la de la transición y lo siguen siendo en la democracia.

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