Algo no funciona correctamente en este país nuestro y menos
aún funciona en la provincia de nuestros sueños y amarguras, o sea Cuenca.
Porque si las cosas funcionaran (y utilizado por tercera vez este vocablo como
podía haber recurrido a cualquier otro de similar significado), se habría
producido alguna reacción, individual, colectiva o institucional, al reportaje
aparecido el 12 de marzo en El Día de Cuenca, sobre el lugar, castillo
incluido, de Santiago de la Torre, aldea hoy despoblada en el término de San
Clemente. Unos meses antes estuve en el lugar, que pude encontrar después de
dar algunos bandazos por aquellos parajes, en los que ni una triste señal
indica el camino adecuado para llegar y como tampoco hay en muchos kilómetros a
la redonda ningún agricultor trabajando, la desorientación es total. Aparte la
anécdota, diré que finalmente pudimos llegar, mi mujer y yo, compañeros ambos
en la aventura de buscar lo que pueda haber por los perdidos rincones de
nuestra provincia. Así llegamos a Santiago de la Torre, desolado lugar
prácticamente en ruinas, antigua aldea con población estable, con su iglesia
(desmantelada en el año 2002) y, sobre todo, con un precioso castillo medieval,
uno de los más antiguos de Cuenca, construido a partir del siglo XII, con una
espléndida torre del homenaje. Vi, anoté y fotografié, con destino a alguno de
los comentarios que he venido publicando en El Día de Cuenca en forma de Fotocromos comentados y también para
el próximo volumen dedicado a esa comarca, dentro de la serie de libros de
viajes que estoy editando. Con la imagen de aquella desolación, un auténtico
abandono del patrimonio arquitectónico y cultural, volvimos a la capital
provincial. Ahora, como digo, un encomiable grupo vecinal de El Provencio sale
a la palestra y denuncia la situación de Santiago de la Torre, a partir del
hundimiento de un lienzo de muralla y del progresivo deterioro del conjunto.
Pero lo terrible, lo verdaderamente lamentable –y a eso se refiere el inicio de
este comentario- es que tras esa denuncia solo se produce el silencio. Nadie,
ni privado ni, lo que es peor, público, ha hecho lo que se debe hacer en estos
casos: salir a la palestra un par de días más tarde para explicar a la
ciudadanía qué medidas se van a adoptar; si, en cumplimiento de la ley, se va a
exigir a los propietarios del lugar que lo conservan en debidas condiciones o,
si, a falta de tal cosa, los poderes públicos están dispuestos a intervenir
para conseguir mantener en pie, al menos como está ahora mismo, el castillo
medieval de Santiago de la Torre. Sólo el silencio, la indiferencia, la apatía,
contestan a estas cuestiones.
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