jueves, 26 de abril de 2012

SALVEMOS UN CASTILLO



     Algo no funciona correctamente en este país nuestro y menos aún funciona en la provincia de nuestros sueños y amarguras, o sea Cuenca. Porque si las cosas funcionaran (y utilizado por tercera vez este vocablo como podía haber recurrido a cualquier otro de similar significado), se habría producido alguna reacción, individual, colectiva o institucional, al reportaje aparecido el 12 de marzo en El Día de Cuenca, sobre el lugar, castillo incluido, de Santiago de la Torre, aldea hoy despoblada en el término de San Clemente. Unos meses antes estuve en el lugar, que pude encontrar después de dar algunos bandazos por aquellos parajes, en los que ni una triste señal indica el camino adecuado para llegar y como tampoco hay en muchos kilómetros a la redonda ningún agricultor trabajando, la desorientación es total. Aparte la anécdota, diré que finalmente pudimos llegar, mi mujer y yo, compañeros ambos en la aventura de buscar lo que pueda haber por los perdidos rincones de nuestra provincia. Así llegamos a Santiago de la Torre, desolado lugar prácticamente en ruinas, antigua aldea con población estable, con su iglesia (desmantelada en el año 2002) y, sobre todo, con un precioso castillo medieval, uno de los más antiguos de Cuenca, construido a partir del siglo XII, con una espléndida torre del homenaje. Vi, anoté y fotografié, con destino a alguno de los comentarios que he venido publicando en El Día de Cuenca en forma de Fotocromos comentados y también para el próximo volumen dedicado a esa comarca, dentro de la serie de libros de viajes que estoy editando. Con la imagen de aquella desolación, un auténtico abandono del patrimonio arquitectónico y cultural, volvimos a la capital provincial. Ahora, como digo, un encomiable grupo vecinal de El Provencio sale a la palestra y denuncia la situación de Santiago de la Torre, a partir del hundimiento de un lienzo de muralla y del progresivo deterioro del conjunto. Pero lo terrible, lo verdaderamente lamentable –y a eso se refiere el inicio de este comentario- es que tras esa denuncia solo se produce el silencio. Nadie, ni privado ni, lo que es peor, público, ha hecho lo que se debe hacer en estos casos: salir a la palestra un par de días más tarde para explicar a la ciudadanía qué medidas se van a adoptar; si, en cumplimiento de la ley, se va a exigir a los propietarios del lugar que lo conservan en debidas condiciones o, si, a falta de tal cosa, los poderes públicos están dispuestos a intervenir para conseguir mantener en pie, al menos como está ahora mismo, el castillo medieval de Santiago de la Torre. Sólo el silencio, la indiferencia, la apatía, contestan a estas cuestiones.


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