El 61,4% de los españoles se declara lector de libros. Eso
en España. Si miramos un sector del territorio nacional llamado Castilla-La
Mancha, el dato es otro: 51,5% que, como cualquier lector de estas líneas podrá
observar, está muy lejos, nada menos que diez puntos, de aquella primera cifra
inicial. Si tenemos en cuenta que Madrid ofrece un 70,2% la diferencia es ya
abismal. Otro capítulo es el que se refiere a la compra de libros. En el año
2011 cada español compró una media de 9,6 libros, uno menos que en el año
anterior, pero otra vez hay que matizar, porque en Castilla-La Mancha estamos
donde estamos, o sea, a la cola, en el último puesto del ranking, con solo 7,2
libros por persona. De Cuenca no hablamos, porque la estadística, ofrecida por
el Gremio de Libreros, habla solo de comunidades autónomas. Mejor, porque así
nos ahorramos otro disgusto más cercano. ¿Y por qué no leemos más? El pretexto
es el de siempre, el más socorrido, el más a mano: por falta de tiempo. El
tiempo sí está disponible para otras cuestiones, como ir (o ver en el TV)
fútbol: menudo ejemplo tenemos estos días con la Eurocopa, fenómeno que muchos
seguimos sin por ello dejar de leer. Pero es tan cómodo buscar alguna excusa
aparentemente razonable… Y no parece que los mecanismos inventados
periódicamente, en forma de campañas publicitarias y otras parecidas consigan
mejorar o invertir los datos. Todo está en la base -el arbolito, desde
pequeñito- y ahí, en la familia y en la escuela, es donde se fabrican los
futuros lectores. Quizá la próxima generación tenga más suerte.
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