jueves, 25 de septiembre de 2014

LOS CANDADOS DEL AMOR EN SAN PABLO



            Probablemente todo el mundo sabe lo que es un candado, ese artilugio ciertamente ingenioso, de variables dimensiones, que sirve lo mismo para cerrar una maleta, un portón sin cerradura, una tapia alambrada o la taquilla de un vestuario. Pese a su utilidad, se trata de un invento relativamente moderno, pues fue a finales del siglo XVII cuando lo inventó un sujeto escandinavo llamado Federico Javier Pitton, que poseía una fábrica de materiales metálicos en la que elaboraba productos varios, a los que unió el candado, bien distinto de los modelos que hoy conocemos. Pero claro, no es cosa de hacer aquí una docta historia sino comentar la curiosa utilidad que los jóvenes del siglo XXI le han encontrado y que ya se encuentra presente en Cuenca, en el más emblemático de nuestros puentes, el de San Pablo.
            Por algún motivo misterioso, los enamorados gustan de proclamar a los cuatro vientos la etérea situación anímica en que se encuentran. Nadie quiere llevar el enamoramiento en la intimidad, sino que es conveniente lanzarlo al conocimiento general para que todo el mundo pueda compartir tan placenteras sensaciones que, en el inicio embobado quieren que dure toda la eternidad. Un método histórico fue el de grabar nombres o iniciales en las cortezas de los árboles, en muchos casos con la compañía de un bonito corazón. Luego aparecieron los graffitis embadurnando tapias y paredes. Hay quienes prefieren elaborar llamativas pancartas, sobre todo si se trata de anunciar la próxima boda y la cuelgan donde pueden. Los métodos y variedades son diversos, según la capacidad imaginativa de cada cual.
            La moda, ahora, es colocar candados en los puentes. Que lo hagan los naturales del lugar entra dentro de la normalidad, pero ¿y los turistas? Me imagino a esas jóvenes parejas de enamorados transportando en la mochila o la maleta el candado que van a anudar a las barandillas del puente de San Pablo y, lo que es más llamativo, junto con un taladro mecánico, puesto que muchos de ellos precisan de hacer un agujero previo. Cosa tan prosaica para un objetivo tan poético es realmente original.
            Parece que debe adjudicarse al escritor romántico Federico Moccia (al que ni he leído ni tengo intención de hacerlo) el invento de la costumbre, al hacer que dos de sus protagonistas en la novela Tengo ganas de ti (también llevada al cine) engancharan un candado a una farola del puente Milvio, en Roma, como símbolo de su eterno amor. La idea se ha multiplicado como una plaga, ya digo, y por todas partes, donde quiera que haya puentes, se anudan cientos, miles de candados, empeñados en proclamar la vigencia de esa cosa tan antigua y decadente que es el amor.
            Cuenca tiene uno de los puentes más espectaculares y, por ello, atractivos para que en sus elementos de hierro se coloquen candados; algunos prefieren un espacio aislado, para que su candado esté en solitario, pero otros no tienen inconveniente en irlos acumulando hasta formar un llamativo rosario que hacen ahora del puente de San Pablo, centenario ya, maravilloso siempre, desafío etéreo a la volatilidad de la hoz del Huécar por donde el aire limpio tremola sobre los chopos, un grandioso símbolo de esta ciudad.
            En París, por lo que he leído, están muy preocupados porque en algunos de sus puentes es tal el peso acumulado que pone en peligro su resistencia. No creo que en Cuenca llegue la sangre al río; el puente de San Pablo, que ha sorteado no pocos riesgos y ventoleras, aún puede recibir bastantes candados más, para placer de las parejas que hasta aquí llegan y desconcierto de quienes, como siempre, mueven la cabeza no entendiendo lo que está pasando. Y así, sencillamente, el puente es ahora también un símbolo concreto del amor.
            Solo una cosa me tiene mosqueado. El rito dice que los enamorados, una vez colocado el candado y tenerlo bien cerrado, deben arrojar la llave lejos, para que nadie la encuentre y pueda abrirlo. Pero no veo por ningún sitio las llaves de esos candados. Si alguno se las lleva en el bolsillo eso es trampa, porque luego puede regresar y romper así el hechizo amoroso, formalizado, ay, con voluntad de eterna duración.



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