Toda una
generación ha crecido sin conocer la imagen de Gigantes y Cabezudos danzando
por la Plaza Mayor de Cuenca. Ni los más viejos del lugar recuerdan cuándo fue
la última vez que sucedió tal cosa, pero sí que los niños han ido creciendo sin
conocer semejante espectáculo. Pocos niños había este sábado festivo para
quedar asombrados (algunos, también, con un poco de miedo en el cuerpo) ante la
visión de esas figuras desproporcionadas, bien por el desmesurado tamaño de sus
cuerpos o por las abrumadoras cabezas sobre unos pies diminutos. Había, en
cambio, bastantes turistas un tanto mañaneros, desconcertados por lo
inesperado, la llegada sorpresiva de las dos parejas de reyes, cristianos unos,
musulmanes los otros, emparejados en el lento y elegante caminar, sin
enfrentarse con violencia y sin que ninguno decida degollar al de al lado, como
por desgracia a veces ocurre en la realidad de los humanos.
Han vuelto
los gigantes y los cabezudos al casco antiguo de Cuenca, su ámbito natural,
donde surgieron, nadie sabe cuándo. La tradición de estas figuras se remonta a
la Edad Media y, al parecer, cobraron forma inicialmente en el antiguo reino de
Navarra, pasando luego a Cataluña y de ahí fueron tomando carta de naturaleza en
Castilla, hasta arraigar también en la América hispana, donde tantas cosas de
por aquí han ido creciendo y, quizá, manteniéndose con más fuerza que en el
origen. Del significado de los gigantes y cabezudos en Cuenca quien más sabe es
José Luis Lucas Aledón, que ha dedicado al tema muy bonitos y creativos
trabajos, llenos de imaginación y poesía, como en él es habitual. Pues está
claro que con estas figuras, tan estrambóticas y, sin embargo, cercanas,
amistosas, que invitan a transitar por un mundo de fantasía, todas las
maravillas son posibles.
Estos
gigantes y cabezudos, de parsimonioso caminar al son de la dulzaina y el
tamboril de los chicos de Tiruraina no se entretienen en perseguir, menos aún
azotar, a los espectadores de su paso, quizá porque son conscientes de que a
estas alturas del mundo abundan las suspicacias y escasea el sentido del humor,
de manera que por menos que te doy un escobazo alguien se puede mosquear
innecesariamente. Una bonita danza en la Anteplaza, otra ante la catedral y
luego calle de San Pedro arriba, van los gigantes y los cabezudos de Cuenca
recreando la magia de un tiempo ido que solo reverdece al compás de las fiestas
patronales. Y no es poco, cabría decir, porque estas son las cosas valiosas que
una ciudad desconcertante como la nuestra puede olvidar en cualquier momento.
Hasta que alguien las recuerda y recupera. Como esta presencia ancestral de los
gigantes y cabezudos en el corazón de la ciudad.
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