Como
cada agosteño mes de cada uno de los años que vienen y van, Carretería se
convierte en un espacio amable, conciliador, recinto apropiado para la
convivencia, el paseo, la amistosa conversación entre quienes se reencuentran,
quizá al cabo de mucho tiempo sin verse, la búsqueda de algún objeto necesario
en cualquiera de los variados establecimientos que abren sus puertas a ambos
lados de la calle. Y están, naturalmente, las terrazas, tan abiertas, tan
cálidas en cuanto a los sentimientos y tan fresquitas al atardecer bajo el
paraguas protector de las sombrillas. Qué bien se está en Carretería, paseando,
mirando escaparates o tomando una cerveza en cualquiera de los espacios
preparados para ello. Parece que aquí el tiempo no pasa. No hay ruidos
molestos, ni coches que pasan a todo meter de sus motores, ni actividades
molestas o insalubres. No hay máquinas trepidando de manera constante o
levantando una polvisca insana, de las que atosigan los pulmones. Nadie molesta
la tranquila convivencia de los ciudadanos y visitantes, amistosamente acogidos
en este ámbito cordial, un auténtico paraíso en mitad del tráfago angustioso
que es común en otros lugares del mundanal globo terráqueo. Qué bien se está en
Carretería, siempre acogedora, como una auténtica calle mayor, en la que ningún
elemento molesto viene a enturbiar la plácida existencia. Porque agosto, ya se
sabe, es un mes para descansar y vivir bien, no para estar angustiado mientras
de las bocas salen maldiciones impronunciables. Pero eso no pasa aquí, donde
todo es ejemplar y amistoso. Un paraíso de tranquilidad, vaya.
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