La
ciudad está empapelada (moderadamente) de banderolas colgadas de las farolas o
carteleras situadas acá y allá, sirviendo de acompañamiento a cualquier evento
cultural de los que surgen de vez en cuando en cualquier rincón ciudadano. Es
un juego de cuadrados de colores, siete en total, que forman una C acompañada
de la alusión al momento que se quiere conmemorar, los veinte años de la declaración
de patrimonio universal, cosa que se cumple este año, cuyo paso presuroso
avanza ya por su segunda mitad. Me pregunto si la ciudadanía conquense es
consciente de la simbología que ofrece ese logotipo, pero me pregunto más aún
si los visitantes caen en la cuenta del significado de esa profusión
decorativa. No estoy nada seguro de una cosa ni de la otra. Pero, claro,
tampoco me encuentro en condiciones de aventurar un juicio de valor; ni siquiera se podría hacer
contando con el soporte de una encuesta (que nadie ha hecho) porque después de
lo sucedido en las últimas elecciones generales, donde los sondeos no dieron ni
una a derechas, ya no hay fundamento para dar credibilidad a los estudios de
opinión. Así que dejemos la cosa en el ámbito de lo esotérico. ¿Sirve para algo
el logotipo diseñado por Cruz Novillo, experto donde los haya en transmitir
emociones a través de un símbolo? ¿Despierta interés en propios y ajenos?
¿Todos, o muchos, o bastantes, o algunos, saben lo que significan esos
colorines cuadrados? Graves cuestiones todas, pero no lo suficiente como
quitarnos el sueño.
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