martes, 10 de octubre de 2017

BANDERAS AL VIENTO


Las calles de casi todas las ciudades españolas (ya sabemos cuales forman parte del “casi”) se cubren estos días con centenares, miles, de banderas con las tres conocidas franjas horizontales, rojas dos y amarilla la de en medio, rojigualda que se decía en los colegios cuando en los colegios se hablaba de estas cosas. Incluso en un lugar tan apático como Cuenca hay balcones que lucen tímidamente algunas de esas banderas con las que se quiere simbolizar, de manera un tanto difusa, un sentimiento que, en buena justicia, debería tener tanta fuerza como ese otro sentimiento que se esgrime como razón de peso suficiente para que una parte importante del territorio emprenda el camino de la separación.
Ha costado mucho que salgan las banderas españolas a la calle y más aún que salgan también los ciudadanos, sobre todo los de Cataluña, apabullados todos, y más estos últimos, por la tremenda presión social, popular y mediática que ha repartido a diestro y siniestro, durante varios años, los más disparatados tópicos y las más delirantes fantasías en torno a la idea de que una presunta independencia trae consigo, sin más, por las buenas, todos los manás celestiales imaginables, además de la liberación de la horrorosa tiranía española, gracias a la cual Cataluña es la región más rica, más próspera, más avanzada, más industrial, con más autopistas y turistas, con el mayor índice cultural y educativo y con el más amplio y potente tejido editorial en lengua española, que también tiene narices en un lugar donde se pretende acabar con este idioma para dejar subsistente solo el propio.
No creo que este tímido despliegue de banderas españolas sea suficiente para detener el llamado proceso, aunque a estas alturas, mientras escribo, no hay todavía señales suficientes de que en va a derivar todo este alboroto, incluyendo la incógnita sobre la misteriosa solución que haya preparado el gobierno central. Pero quizá esta situación sirva para que un montón de despistados deje de brujulear por los vericuetos laberínticos del desconcierto y encuentren las sendas que conducen hacia el camino correcto. Viene la izquierda, desde hace tiempo, jugando con lo que no se debería jugar, que son los símbolos, intocables y respetados en la práctica totalidad de países que, a la vez que cultos, son democráticos. Aquí se han hecho astillas de las banderas nacionales, arrinconadas por las autonómicas, y se pita el himno cada vez que suena, como si fueran cosas de broma, demostración de alegre progresía militante o sea, de estupidez. A lo mejor cuando termine el alboroto independentista catalán algunos insensatos se paran a meditar y llegan a la conclusión de que, a lo mejor, han estado cometiendo torpezas continuadas. Aunque el propósito de la enmienda no figura en el repertorio de los políticos que tenemos al alcance de la vista.




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