Conviene, de vez en cuando, otear el horizonte y
encontrar, en la diáspora, nombres cuya vinculación con su tierra natal
(Cuenca, en este caso) se ha ido difuminando por razones no siempre evidentes
ni concretas. Sencillamente, pasa. Él (o ella) se va desentendiendo de sus
orígenes y el soporte geográfico, de por sí olvidadizo y poco generoso con los
ausentes, tiende un velo en apariencia sutil pero que se va haciendo más tupido
a medida que pasa el tiempo. Intentemos abrirle una hendidura para, a través de
ella, encontrarnos con Pedro Gandía (Minglanilla, 1953), residencia en Valencia
desde su juventud, primero por motivos laborales (docentes) luego por
afinidades sentimentales y literarias. Licenciado en Filología Hispánica a la vez
que músico, escultor y pintor, especie de hombre del Renacimiento trasplantado
a estos mundos informáticos, residió largas temporadas en Roma, Florencia y
París, y de esta última volvió con suficiente dominio y amor al francés como
para ser capaz de traducir a varios clásicos (Gautier, Baudelaire, Nerval,
Valéry) y escribir poesía en francés, como sucede en su último libro, Luz negra (Valencia, 2014) publicado en
edición bilingüe, para constatación cierta y comprobable de que efectivamente
domina los dos idiomas y ello proporciona el doble placer de experimentar la
calidad, calidez y sensualidad del verso del autor con los matices
diferenciados que ofrecen ambos lenguajes. Y así, El tiempo crea su ídola / astro lacteado en negro encuentra su
natural antítesis en el otro lado del espejo: Le temps crée son idole / astre lacté de noir. Es la poesía de
Pedro Gandía profundamente directa, arraigada en los sentimientos íntimos y en
la sensibilidad de la superficie de una piel proclive a dejarse llevar por la
pasión, la caricia, la sensualidad, con un leve toque de erotismo subyacente
que el autor no permite nunca llegue a manifestarse de manera explícita,
prefiriendo la insinuación de unos placeres que él mismo, sin duda, ha
experimentado, y desea transmitir al lector, cuyo sosiego inicial se ve
impulsado a mostrarse receptivo ante un planteamiento claramente hedonista,
amistosamente lúdicos:
Hada o dios coronado de castas lunas
pérfidas,
espíritu de fuego vuelto huelo llameante,
convierte en su palacio, donde el vicio
es virtud,
el espejo en que Hermes y Afrodita
copulan.
En la expresión poética encuentra Pedro Gandía su más
íntimo mecanismo de expresión, a la búsqueda siempre de la verdad del ser
interior que transita por los versos. En dos ocasiones, el autor pasó de la
poesía a la prosa, pero es en la primera donde acierta a transmitir un mundo
interior que se adivina envuelto en la plenitud de unos sentimientos no
totalmente ajenos a la angustia. Ganador de varios premios literarios,
finalista del concurso “La sonrisa vertical”, su obra poética (Sábana blanca, sábana negra, 1973; Cacería,
1983; Tríptico del tiempo, la belleza
y la muerte, 1983; Columnata,
1990; Amuatar, 1992; Bajo una luz antigua, 1993; Hel i xs, 1998; El perfume de la pantera, 1999; Acrópolis, 2011 ofrece ya un panorama de sólida madurez expresiva
que propicia el encantamiento envolvente de un mundo personal que surge de la
intimidad para manifestarse abiertamente.
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