Los desocupados en general lo tienen fácil, pero también los
ocupados, incluso los muy activos, deberían encontrar un rato en cualquier
momento del día, sin desdeñar los apetecibles fines de semana, para llevar a
cabo un saludable ejercicio mental: dar un paseo por el laberinto sabiamente
organizado a través de salas y escalinatas del Museo Diocesano, hasta llegar al
fin al receptáculo en que se ofrecen a la contemplación los dos Grecos que ahora
ahí tienen cobijo, tras haber llegado hace años desde sus iniciales aposentos,
en las parroquias de Huete y Las Pedroñeras.
Los Grecos conquenses, un Cristo con la cruz a cuestas, en realidad centrado casi
exclusivamente en el rostro coronado de espinas y una Oración del huerto de soberbia expresividad y colorido, son dos
tablas de excelente factura, muy representativas de lo que fue el arte del
pintor cretense afincado finalmente en España. Para acompañar estas obras, los
organizadores de la exposición han tenido la feliz idea de situar a su lado el
siempre sorprendente Díptico bizantino, cuya
procedencia de aquellas tierras isleñas del Mediterráneo oriental lo convierte
en familiar geográfico de las pinturas. De forma que, en un receptáculo
ciertamente acogedor, situado en el núcleo esencial de este laberinto, podemos
encontrar la espiritualidad, la belleza, el recogimiento, el sonido del
silencio, tan importante en estos tiempos de algarabía.
En su entorno, rodeando este espacio casi mágico, el Museo
Diocesano de Cuenca viene a ser esa sorpresa siempre agradecida a la que
seguramente no dedicamos la atención necesaria que debería ser suficiente.
Ocurre con frecuencia con aquello que conocemos (o creemos conocer), cuya
cercanía nos lleva a no ofrecerle la consideración necesaria, dando por
supuesto que al formar parte de nuestras vidas no precisa de mayores esfuerzos.
El reclamo de El Greco está siendo un buen motivo para que estas semanas se
haya incrementado el número de turistas y probablemente seguirá ocurriendo así
en los próximos tiempos. No hay que hacer comparaciones, innecesarias por lo
general. El despliegue realizado en Toledo, a fuerza de dinero, con todo el
soporte proporcionado por el gobierno regional (siempre generoso en apoyo de la
capital) contrasta con la contención humilde que acompaña el montaje expositivo
de Cuenca, tan digno como expresivo y cargado de simbolismo. Ese laberinto que
nos permite pasear por el Museo hasta llegar a El Greco para, desde allí,
reanudar el paseo por las salas, resulta ser una experiencia altamente
gratificante. Nadie, pero menos aún los conquenses, debería perdérselo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario