Durante
todo el mes de octubre, cada lunes, he disfrutado de la repetida experiencia de
acudir al cine para ver maravillosas películas, de las de siempre, las que no
decaen por más años que pasen sobre ellas y, de paso, intentar proporcionar a
los espectadores algún conocimiento, alguna idea que pudiera aprovecharles. Es
una rara oportunidad la que ofrece el Cinema Aguirre, cuyos entusiastas
promotores se plantearon, ya hace años, promover la difusión de la cultura
cinematográfica a través de diversos ciclos temáticos que irían acompañados de
la información previa proporcionada por especialistas en cada caso seguida de
un coloquio final. A la vieja usanza de los cine clubs prehistóricos, aquellos
que en los años dorados del final agonizante del régimen franquista ayudaron,
con la palabra y la imagen, a formar espectadores pero también ciudadanos
libres, educados y participativos.
Son ya
varios los ciclos celebrados en estos últimos años. Recordaré aquí algunos como
“Cine y Magisterio”, “Cine y discapacidad”, “Recordando a Esther Williams”, “Cine
y ferrocarril”, “Capa y espada”, “El carlismo en el cine”, “Grandes de la música
americana” y varios más que harían excesiva esta lista. A mí me ha
correspondido presentar uno dedicado a la inimitable Audrey Hepburn, de cuyo
arte interpretativo hemos visto tres títulos: Vacaciones en Roma, de William Wyler; Desayuno con diamantes, de Blake Edwards; y Sabrina, del gran Billy Wilder, tres delicias en definitiva, tres
joyas para un presentador y tres momentos amables para los espectadores que
llena la sala todos los lunes, con una afición encomiable venida aquí para
contradecir a los agoreros que hablan de la decadencia del cine y del desapego
de los espectadores hacia las salas. Lo hay, en efecto, hacia ese pésimo cine
que las salas comerciales se empeñan en programar un día hasta otro, incapaces
de admitir que la gente, el público, estamos dando la espalda a semejantes
propuestas a la vez que nos resistimos a pagar los precios ciertamente
exagerados que intentan imponernos y que compensan organizando, de vez en
cuando, sabrosas ofertas como la vivida la semana pasada.
Quienes van
cada lunes al Cinema Aguirre son aficionados al cine, como primera definición;
gentes que siguen gustando del placer colectivo de ver una película en pantalla
grande y de compartir, en voz alta, con comentarios y risas de abierta
generosidad, las sensaciones que cada uno experimenta. Es una actividad
reconfortante, que nos retrotrae a épocas que creíamos perdidas, al verdadero
cine de pueblo que nos hacía disfrutar, reír, gritar, sobresaltarnos, aplaudir
cuando el bueno acude presuroso a rescatar a la chica. El cine no ha muerto.
Languidece en manos de aburridos mercantilistas empeñados en poner en sus salas
lo peor que hay en el mercado.
Cinema
Aguirre continúa este mes, con otros presentadores. El nuevo ciclo se titula “Cien
años de la I guerra mundial” y se abre con una maravilla dirigida por Stanley
Kubrick, Senderos de gloria, interpretada por un siempre comprometido Kirk Douglas. Seguiremos
disfrutando.
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