¡A mí la Legión!,
dijeron o debieron decir, en Abia de la Obispalía y atentos a la llamada, como
fieles servidores del bien público, acudió un grupo de legionarios a dar
marcialidad, colorido y prestancia a la tradicional romería de San Jerónimo,
que se viene celebrando desde tiempos inmemoriales. Con toda la seriedad del
mundo, el pequeño destacamento de uniformados verdes hizo acto de presencia en
la iglesia, recibió a la imagen del santo con la seriedad y el rigor necesarios
y tomó en sus brazos la imagen de un severo Cristo que abría camino, por la
polvorienta senda que lleva a la ermita y bajo un sol de justicia, que en esos
días ya anunciaba la inminente llegada del caluroso verano.
Eran pocos
pero cumplieron a la perfección lo que se espera de tan sólidos caballeros de
verde. A ratos, cuando el cura interrumpía el rezo de las letanías, el corneta
(más voluntarioso que acertado, todo hay que decirlo) lanzaba al limpio aire de
la vega unos sonidos aproximados al grito de guerra “¡legionarios a luchar,
legionarios a morir!”, amablemente difundido por los campos inmediatos.
De esa
manera tan peculiar, la tradicional romería de San Isidro llegó a su destino,
tras la necesaria interrupción a medio camino para reponer fuerzas con los
venturosos tragos de vino y las dulces rosquillas de elaboración familiar.
Los
trigales, ya en ciernes, no se lo creían. Los participantes en la romería, casi
tampoco. Y si lo cuento sin foto, a lo mejor no cuela, pero por si hay mentes
escépticas, ahí está la imagen. Tal cual. Si el año que viene no aparece la
Legión, algunos se van a quedar muy frustrados.
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