Se acabó
lo de mirar al cielo y hacer especulaciones. Se acabaron los comentarios
callejeros, generalmente sorprendidos, sobre el increíble calor de este verano.
Ya no habrá más apuestas acerca si en agosto llovería algún día, como ha sido
siempre tradición en esta ciudad, sobre todo si esa tarde se habían anunciado
toros. No hará falta mirar por la ventana antes de salir a la calle por si
acaso haría falta coger el paraguas. Y también se acabaron las reservas a la
hora de coger una silla en las terrazas, por si acaso. Ni siquiera he hecho
falta salir a la calle en horas nocturnas con un jersey o una rebeca,
imprescindible siempre en Cuenca. Todo eso ya pasó y, en efecto, con gran
sorpresa del personal, con asombro de la mayoría y contento de la minoría a la
que gusta el calor del sol estival, el mes de agosto pasó sin sobresaltos, ni
tormentas, ni ventoleras. Cumplió su obligación, la que tiene de ser el mes más
caluroso del año, el preferido para las vacaciones, el que sirve para que
hoteles, restaurante, bares y guías turísticos hagan eso, el agosto. Como si el
calendario supiera de tópicos y medias verdades, ha entrado septiembre y todo
eso se ha ido al garete. Aquí están ya las primeras lluvias. Se acabaron las
terrazas y el plácido paseo ribereño. ¿Volverán las oscuras golondrinas, la
placidez de las temperaturas, el sosiego ambiental? ¿O ya nos tenemos que
despedir de todo eso para afrontar, ay, el duro tiempo que se avecina?. Los
hombres (y mujeres) del tiempo aún nos consuelan asegurando que en los próximos
días volverán a subir las temperaturas. No se si creerlo.
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