Un ciudadano español es asesinado en Londres. Se trata de un
crimen alevoso, envuelto además en el entorno de un atentado provocado por tres
locos suicidas que deciden ganar un puesto en el cielo islámico aportando como
mérito esencial (único, en realidad) haber matado indiscriminadamente a varias
personas. Una de ellas era Ignacio Echevarría
Para repatriar su cuerpo, el gobierno envía a un avión oficial de las
Fuerzas Aéreas; el féretro es trasladado y recibido con todos los honores y el
necesario despliegue de los medios informativos. A pie de escalerilla espera el
presidente del gobierno con una condecoración que se entrega a los padres de la
injusta víctima del terrorismo. España y su gobierno se han portado bien con
Ignacio Echevarría.
A varios miles de kilómetros de distancia, un par de días
antes, otro ciudadano español ha muerto, en este caso de vejez y, por lo que
sabemos de él, también de amargura y pesimismo. La vida de Juan Goytisolo no ha
sido truncada de manera violenta sino que ha llegado hasta el final por sus
pasos contados, dejando tras sí una larga estela de obras literarias y algunos
premios para acompañarla. Ha muerto en Marrakech, donde vivía, y ha sido
enterrado en Larache, al borde del Atlántico. Nadie del gobierno ha viajado a
Marruecos para que en ese entierro hubiera una representación oficial del país
al que la palabra de Goytisolo ha ennoblecido. Que se sepa, el presidente del
gobierno no ha dicho ni media palabra (ni siquiera tópicas) sobre los méritos
de este ciudadano que hizo de la lengua española su utensilio de trabajo.
El año pasado, en Marrakech, paseando por la plaza de la
Jemaa, el lugar preferido de Goytisolo en su lugar de apartamiento, quise tener
la buena suerte de tropezármelo por allí, como si fuera un objeto turístico más,
pero no se dio el caso y eso me dejó un tanto frustrado porque, iluso, llegué a
pensar que el sueño infantil sería posible.
Me gustaría saber, solo por curiosidad, quién decide, en la
Moncloa y aledaños, qué muertos son de primera y cuáles de segunda. Y conocer,
de paso, si en ese palacete donde se cuecen los grandes negocios del país, hay
alguien que tenga alguna preocupación, aunque sea pequeña, para cubrir el
expediente, por las cosas de la cultura. Porque al señor Rajoy, lo sabemos
también, se le verá en la final de las competiciones deportivas, incluida la última
victoria del Real Madrid en Cardiff, pero nunca lo hemos visto ni en las galas
de los Goya (o similares) ni en la entrega del premio Cervantes ni en ninguna
otra molesta y culta situación parecida.
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