Esta semana que ahora llega a su mitad debería haber estado
marcada, en la Agenda de la Cultura que elaboro diariamente contra viento y
marea, dentro de un moderado interés colectivo, por la celebración de un evento
titulado Leer y entender la poesía.
Poesía, historia e ideología. La cita, con la poesía como pretexto nada
baladí, debería ocupar dos días de esta semana y fue debidamente convocada, con
programa y relación de participantes incluidos, para que quienes estuvieran
interesados formalizaran su inscripción, de acuerdo con los requisitos
burocráticos que el ente universitario tiene previsto para estos menesteres.
Se puede deducir, del tono impuesto hasta ahora a mis
palabras, que lo que presuntamente iba a ser en realidad no lo ha sido. La
convocatoria fue anulada y la cita queda postergada para una mejor ocasión.
Conviene, quizá, echar un poco la vista atrás y rehacer
brevemente la historia de este suceso. El curso Leer y entender la poesía se puso en marcha hace unos 15 años,
cuando aún vivía su principal promotor, Diego Jesús Jiménez, que consiguió
colocarlo en su tierra natal, Priego, en el punto neurálgico en que confluyen
la Serranía y la Alcarria. Gracias a esta iniciativa, que desde el primer
momento contó con el apoyo del Ayuntamiento de Priego y de la Universidad de
Castilla-La Mancha, con aportes esporádicos de la Diputación, el curso fue
avanzando en años, en sabiduría, y en experiencias, acumulando un largo rosario
de figuras señeras de la poesía española que hicieron que, durante unos días,
la lánguida vida de un sencillo pueblo conquense encontrara motivos para el
dinamismo vital y la curiosidad. Murió el promotor pero la idea continuó
existiendo, ahora llevada de la mano por jóvenes profesores encabezados por
Martín Muelas y Ángel Luis Luján.
No faltaron nunca dificultades y problemas, cosas ambas que
son como el pan nuestro de cada día cuando se habla de Cultura en Cuenca o se
quieren interrelacionar ambos conceptos, Cultura y Cuenca. Pero el invento iba
marchando y cubriendo etapas hasta que sucedió algo normal en un sistema
democrático: en 2015 hubo elecciones, cambió el signo político del Ayuntamiento
de Priego y el nuevo alcalde (del PP, naturalmente) pensó que eso de invertir
tiempo y energías en cosas poéticas era una solemne tontería. La cosa es más llamativa
si tenemos en cuenta que el Ayuntamiento de Priego no tiene que hacer nada, ni
trabajar en nada, ni aportar ni un céntimo. Solo respaldar que la ciudad acoja
el curso y que para hacerlo se pudiera utilizar el centro cultural municipal.
Como la burricie del gremio de alcaldes no tiene límites en ningún sitio, el
curso quedó cancelado. Al alcalde de Priego le pareció un lujo innecesario que
el nombre del lugar estuviera vinculado a una cosa tan inútil como un curso de
poesía. Sin duda, debió pensar el munícipe, hay en este mundo otras muchas
cosas más apasionantes a las que dedicar su tiempo y no a oír tontunas
esotéricas sobre poesía.
Sus promotores, insistentes ellos, pensaron que sería buena
fórmula traerlo a la capital de la provincia, donde dicen los sloganes
publicitarios hay mucho ambiente cultural. Y así, con esa optimista
perspectiva, se puso en marcha la convocatoria de este nuevo curso, cuyo objetivo
es explorar la condición de la poesía como documento histórico más allá o junto
a su condición de objeto estético. Entender las relaciones que la poesía
establece con el tiempo en que fue escrita, situarla en sus coordenadas
sociales e ideológicas nos puede ayudar a entender mejor su lugar entre los
discursos existentes en una época. Desde estas premisas los ponentes se
proponían realizar un recorrido desde la poesía comprometida de los cincuenta
hasta las nuevas formas de compromiso y de testimonio. Teorías acompañadas,
como es inevitable en una cita poética, de los convenientes y necesarios
recitales de autores presentes en la reunión.
Todo se ha ido al traste por la escasa respuesta recogida de
quienes podían haber mostrado algo de interés por asistir. Los promotores no se
rinden, creo. Quieren reunir fuerzas y entusiasmos para volver a intentarlo en
otoño, con otra fórmula que soslaye las dificultades organizativas de un curso
universitario y relanzarlo de nuevo, quizá en otoño. Para entonces, volveremos
a hablar del caso.
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