Busco en los medios, impresos y
digitales, algún comentario (crítica es mucho decir) sobre el que posiblemente
ha sido el mayor acontecimiento musical de la temporada que ahora termino y,
como me temía, no encuentro ni una palabra. Ni una foto siquiera, que era el
recurso empleado hasta no hace mucho para dar, al menos, fe de lo sucedido.
Pero nada hay sobre el que ha sido, como me cuentan, memorable concierto de la
Joven Orquesta Nacional de España, el pasado día 26, en el Teatro-Auditorio de
Cuenca.
Me lo
cuentan porque, desdichadamente, yo estaba esos días fuera de la ciudad y, por
tanto, me lo he perdido y lo siento, no solo por la JONDE, que ya es mucho,
sino porque en esta ocasión venía nada menos que con la Novena Sinfonía de
Mahler, una de las obras que marcan las cumbres de la música moderna,
equiparable en grandeza, profundidad y sentimiento a los momentos culminantes
de Beethoven o Bach. Así que doble sentimiento, derivado de las limitaciones
humanas que nos impiden poder estar en dos sitios a la vez, salvo en las
historias de ciencia-ficción.
Cuando yo
entré en el mundo de la música, como programador, Mahler era una especie de
monstruo temible, con el que muy pocas orquestas españolas se atrevían, por la
complejidad de sus estructuras y las exigencias de formaciones capaces de
acometer el impresionante mundo creativo que el compositor ponía en juego.
Esporádicamente, en algún concierto de cámara aparecía una pieza menor, apenas
un aperitivo para lo que Mahler representa. Pero llegó la oportunidad de poder
tener al alcance de los melómanos una auténtica sinfonía. Fue con ocasión de la
celebración del décimo aniversario del Teatro-Auditorio, y vino de la mano de
la Orquesta Sinfónica de Berlín, con el maestro Eliahu Inbal al frente, para
interpretar la Sexta Sinfonía. Verdaderamente,
la ocasión mereció la pena y yo me sentí especialmente satisfecho (y orgulloso
también, por qué no decirlo) de que al fin una obra completa de Mahler hubiera
podido oírse en un Auditorio que estaba dando justos motivos para ser
considerado como un completo recinto musical de primer orden. Un par de años
después, la misma orquesta berlinesa y con el mismo director volvieron, en este
caso dentro de la programación de la Semana de Música Religiosa y ahora con la
Novena.
Pocas
orquestas españolas se atreven con Mahler. La JONDE lo acaba de hacer y, por lo
que me dicen, ha estado a la altura de una formación de primer orden, seria,
conjuntada, con la sonoridad vibrante que exige una obra de esas características,
un testamento musical en el que el compositor transmite a los oyentes la
profundidad de unos sentimientos que van de la angustia a la esperanza y la
consolación, en vísperas de que llegue el momento del tránsito vital. Con esta
Novena, Mahler se despedía de la vida, dejando inconclusa la Décima. Oírla es,
cada vez, una emocionante experiencia. Y en manos de los instrumentistas de la
JONDE una cálida expresión admirable.
Que debería haber merecido en los medios que se llaman de información la atención justa y necesaria.
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