Paseo
silencioso y solitario, acompañado de yo mismo y mis ideas, entre las paredes que
en la Fundación Antonio Pérez acogen las fotografías de Vicente López Tofiño
(Cuenca, 1949), alternando la mirada de mis ojos hacia esas imágenes y algún
vistazo a la hoja de papel que, con la firma de Publio López Mondéjar, intenta
decir algo, comentar, orientar al espectador sobre lo que tiene delante. No
dice nada nuevo, pero sí lo hace con convicción y sabiduría, resumiendo
acertadamente la personalidad de ese fotógrafo que nos habla desde las paredes
de la Fundación, lisas las de una sala, pétrea las de la otra. Estas fotografías,
dice Publio, “son el resultado de su portentosa intuición, de su innato talento
para acotar los ámbitos más relevantes de lo real, de su capacidad para fijar
el mundo que le rodea en la memoria eterna de la cámara”. Ese mundo envolvente
es el de Cuenca, la ciudad y sus gentes, momentos concretos, instantes vitales
captados a la velocidad de un click nada espontáneo. Eso queda solo para los
aficionados irredentos que vamos con la cámara en la mano, disparando a diestro
y siniestro según los impulsos que nos provoca el ánimo tornadizo.
Está
claro que López Tofiño no improvisa, aunque parezca que esas imágenes surgen
también de un arrebato instantáneo. Antes de eso, el fotógrafo-artista ha
estudiado la situación, ha situado los elementos que le interesan, busca el
encuadre, fuerza el objetivo, selecciona el momento y luego dispara, pacíficamente.
Porque, y vuelto al texto de López Mondéjar, “Tofiño atesora tres virtudes
esenciales para realizar su trabajo: la penetración de su mirada, la intuición
y el corazón”.
Sigo
paseando, silencioso y solitario, recreándome en ese mundo nada mágico, sino totalmente
real, que transmite la mirada de un artista con cámara, paseante por la ciudad,
buscador de momentos. Se puede ver hasta el día 16 de julio. Merece la pena
darse un paseo por la parte alta de Cuenca, entrar en la Fundación, y disfrutar
de esta inmersión fotográfica.
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