Todas las muertes llevan consigo un sentimiento de pesar,
más acentuado en la medida en que el fallecido ha estado acompañado de cierta
notoriedad pública (artista, escritor, deportista, político), pero hay además
un grupo, no muy amplio, que produce una cierta orfandad visual, porque su
figura estaba tan presente en la vida cotidiana que, por decirlo de algún modo,
formaba parte del paisaje urbano. Óscar Pinar estaba en ese grupo. Durante
años, su figura estaba vinculada a cualquiera de los rincones de la parte
antigua de Cuenca. De hecho, la última vez que lo ví fue un par de semanas
antes de morir, cargado con su caballete y maleta, cubierto con su inevitable
sombrero de paja, en las inmediaciones del puente de la Puerta de Valencia.
Antes, hace unos años, le dediqué un comentario cuando estaba pintando en el
puente de los Descalzos. Porque a Óscar Pinar lo podíamos encontrar en cualquier
momento, en horas en que le podía acompañar la luz solar, para dedicarse, de
manera incansable, a lo que era para él no sólo un oficio profesional sino una
vocación insustituible, un fervor natural permanente hacia la habilidad de
combinar en la paleta aquellos colores tan personales que nos permitían a
todos, de inmediato, reconocer su obra.
No fue un pintor exclusivo de Cuenca pero sí la ciudad
estuvo presente de forma mayoritaria en sus objetivos. Pintó también en
abundancia los campos alcarreños y manchegos e incluso de otros territorios más
alejados a los que viajó para presentar exposiciones. Era, estoy seguro, uno de
los últimos paisajistas conquenses y, desde luego, muy seguramente, el último
en pintar en vivo y en directo; si hay más, yo no los he visto pero puede que
los haya.
De las diversas cualidades humanas de un siempre
bondadoso Óscar Pinar, a la vez siempre también severamente crítico hacia los
factores negativos (que los hay, y no son pocos) envolventes en esta ciudad de
nuestros dolores, hay una que me pareció muy respetable: su presencia constante
en cualquier cita de carácter cultural, a las que acudía puntualmente, en la
mayoría de los casos acompañado de su mujer.
Vuelvo al comienzo. No sólo hemos perdido un ser humano,
un artista, sino un elemento sustancial del paisaje urbano de Cuenca.
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