Siempre me gusta leer, cada domingo, la columna que firma Álex Grijelmo en el suplemento Ideas que publica El País, con sus muy atinadas observaciones sobre el lenguaje que maltratamos cotidianamente, sobre todo en grupos sociales muy determinados, como los charlistas de radio y TV, los políticos y los deportistas, amén de algunos otros. A los políticos y su peculiar jerga se refería Grijelmo en su última entrega dominical que, además de ilustrativa e interesante, resulta divertida.
Es verdad que casi todos
hemos asumido, con mansa aquiescencia, que los políticos tienen unos códigos
expresivos que no son los que utilizamos el común de las gentes de a pie, pero
como nos hemos acostumbrado a esa palabrería, ya no nos sorprende. Sí nos
resultaría chocante que, en una conversación normal, entre personas no signadas
por el aura de la política, nos dijéramos algunos a otros las cosas que ellos
se dicen.
Y así, saliendo el ámbito
generalista en que se mueve Grijelmo y entrando en el nuestro, provinciano y
conquense, les oímos decir, una vez y otra, que tal cosa ocurre “como no puede
ser de otra manera”, dando así un grado de firmeza a lo que, desde luego, sí
puede ser de otra manera, todo puede ser de otra manera y nada está sujeto al
fatalismo de lo inamovible.
O tienen siempre a mano lo
de “ser referente”, que aplican con alegre displicencia a cualquier cosa. Que
se abre un museo, será referente en su especialidad; que hay un curso de
manipulación de hojarasca, “servirá de referencia”, que se les ocurre pintar
las paredes de violeta, eso “será referente en el sector” y así hasta el
infinito. Claro que, más eficaz aún, es lo de “poner en valor”, que viene a
cuento en todo momento, sea o no de aplicación al caso. Y, por supuesto, no
puede faltar distinguir claramente en el discurso entre “ciudadanos y
ciudadanas”, sandez idiomática en mala hora puesta en vigor por uno de ellos y
rastreramente aceptada por todos los demás, temerosos de que si usan el
lenguaje con la corrección debida (“ciudadanos” basta y sobre para incluir en
ese genérico a todos, no solo hombres, sino también mujeres y homosexuales)
serán acusados de machistas o cosas peores, riesgo que sí asumimos libre y
conscientemente quienes nos dedicamos al oficio de escribir y procurados, con
la humildad necesaria, ser respetuoso con el idioma que manejamos.
Pero ajenos a todo eso y a
cosas más profundas, los políticos, a todos los niveles, seguirán castigándonos
con una forma de hablar ciertamente peculiar, casi exclusiva para ellos y que
los demás, ciudadanos de a pie, seguimos con el mejor humor posible, sabiendo
lo que quieren decir, aunque lo digan mal.
Porque si hablaran bien, en
un idioma inteligible, sin tópicos, mentiras o medias verdades, llamando a las
cosas por su nombre, a lo mejor saldríamos todos corriendo.
(Como ilustración he
encontrado en Google esta imagen de un grupo de políticos discutiendo sobre el
calentamiento global, escultura de Isaac Cordal, que existe en Berlín).
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