jueves, 10 de agosto de 2017

EL DISCURSO POLÍTICO EN VERSIÓN LOCAL



Siempre me gusta leer, cada domingo, la columna que firma Álex Grijelmo en el suplemento Ideas que publica El País, con sus muy atinadas observaciones sobre el lenguaje que maltratamos cotidianamente, sobre todo en grupos sociales muy determinados, como los charlistas de radio y TV, los políticos y los deportistas, amén de algunos otros. A los políticos y su peculiar jerga se refería Grijelmo en su última entrega dominical que, además de ilustrativa e interesante, resulta divertida.
Es verdad que casi todos hemos asumido, con mansa aquiescencia, que los políticos tienen unos códigos expresivos que no son los que utilizamos el común de las gentes de a pie, pero como nos hemos acostumbrado a esa palabrería, ya no nos sorprende. Sí nos resultaría chocante que, en una conversación normal, entre personas no signadas por el aura de la política, nos dijéramos algunos a otros las cosas que ellos se dicen.
Y así, saliendo el ámbito generalista en que se mueve Grijelmo y entrando en el nuestro, provinciano y conquense, les oímos decir, una vez y otra, que tal cosa ocurre “como no puede ser de otra manera”, dando así un grado de firmeza a lo que, desde luego, sí puede ser de otra manera, todo puede ser de otra manera y nada está sujeto al fatalismo de lo inamovible.
O tienen siempre a mano lo de “ser referente”, que aplican con alegre displicencia a cualquier cosa. Que se abre un museo, será referente en su especialidad; que hay un curso de manipulación de hojarasca, “servirá de referencia”, que se les ocurre pintar las paredes de violeta, eso “será referente en el sector” y así hasta el infinito. Claro que, más eficaz aún, es lo de “poner en valor”, que viene a cuento en todo momento, sea o no de aplicación al caso. Y, por supuesto, no puede faltar distinguir claramente en el discurso entre “ciudadanos y ciudadanas”, sandez idiomática en mala hora puesta en vigor por uno de ellos y rastreramente aceptada por todos los demás, temerosos de que si usan el lenguaje con la corrección debida (“ciudadanos” basta y sobre para incluir en ese genérico a todos, no solo hombres, sino también mujeres y homosexuales) serán acusados de machistas o cosas peores, riesgo que sí asumimos libre y conscientemente quienes nos dedicamos al oficio de escribir y procurados, con la humildad necesaria, ser respetuoso con el idioma que manejamos.
Pero ajenos a todo eso y a cosas más profundas, los políticos, a todos los niveles, seguirán castigándonos con una forma de hablar ciertamente peculiar, casi exclusiva para ellos y que los demás, ciudadanos de a pie, seguimos con el mejor humor posible, sabiendo lo que quieren decir, aunque lo digan mal.
Porque si hablaran bien, en un idioma inteligible, sin tópicos, mentiras o medias verdades, llamando a las cosas por su nombre, a lo mejor saldríamos todos corriendo.
(Como ilustración he encontrado en Google esta imagen de un grupo de políticos discutiendo sobre el calentamiento global, escultura de Isaac Cordal, que existe en Berlín).



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