Estar un rato en la Casa Zavala, pasear
por esas salas austeras a la vez que cómodas, sentir el riguroso silencio que
nos aleja de la barahúnda exterior de la cercana Plaza Mayor, dejar que la
mirada vaya de un cuadro a otro, palpar sentimentalmente la proximidad de un
pintor como Sorolla, son ingredientes, entre otros muchos seguramente, que un
observador detallista podría añadir a este escueto repertorio, al amparo de la
excelente muestra que ocupa estos días el felizmente recuperado espacio
expositivo.
Sorolla,
tierra adentro es un título muy
expresivo, que indica bien, sin subterfugios, lo que nos esperaba y encontramos
al cruzar los primeros escalones que conducen a las salas. Este no es el
Sorolla archiconocido de las playas, los niños desnudos, los pescadores
faenando en las orillas del mar Mediterráneo. Este es el pintor que pateó
España de cabo a rabo, pintándola, paisajes duros y ásperos del interior
castellano, donde buscaba una expresividad plástica que le ayudara a plasmar
una suerte de nacionalismo nada excluyente, sino abarcador de las bellezas y
dolores de una tierra tan amplia como dolorida.
Sierras y riberas fluviales, campos
cultivados y montañas nevadas, árboles desnudos y tierras feraces, todos ellos
auténticos, porque así trabajaba el maestro y así trasladaba al lienzo lo que
veía. Auténtico es este Sorolla que hasta el 22 de julio sugiere y ofrece
belleza, placer, sentimiento.
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