miércoles, 2 de octubre de 2013

LA FANTÁSTICA MÁQUINA REAL



Conviene no perder de vista, menos aún olvidar, este curioso a la vez que inteligente (y más cosas: atractivo, divertido, estimulante) artilugio llamado La máquina real. Aterrizó entre nosotros hace un par de años y cobra vida de manera esporádica, en temporadas aisladas, alejadas en el tiempo, pero siempre capaces de suscitar la admiración de quienes acudimos a contemplarla. No hay noticias de que este invento barroco, integrante de la prodigiosa cultura teatral de aquella época, hubiera tenido entonces cabida en la benemérita ciudad de Cuenca pero como un prodigio de magia, aquí lo tenemos ahora, en este tiempo de pasotismo cultural para ayudarnos a recrear un tiempo ido, perdido quizá, envuelto en la magia de lo desconocido. La máquina real actuaba en corrales de comedias, como las compañías de seres vivos, solo que ella estaba integrada por muñecos articulados movidos por hilos. Eso, a simple vista, se parece a los actuales guiñoles, pero hay una diferencia muy acusada: entonces se interpretaban comedias de verdad, obras completas, con su estructura en actos y con su texto completo, algunos debidos a las primeras figuras de la dramaturgia, como Mira de Amescua y Lope de Vega, cuyas obras El esclavo del demonio y Lo fingido verdadero hna sido representadas de manera repetida por esta versión conquense de La máquina real. Además, como propinas necesarias en aquellas maravillosas representaciones, cuando el teatro era realmente la fiesta nacional (y no el sucedáneo al que ahora se da ese apelativo), había música en directo, entremeses, bailes, charangas, parodias y todo lo que se les pudiera ocurrir a sus responsables para entretener durante varias horas al personal.

La máquina real conquense, reconstruida por el equipo que encabeza Jesús Caballero, es un auténtico escenario a escala, de seis metros de ancho por cuatro cincuenta de alto y cinco de fondo, dotado de los ingenios necesarios para poder representar las comedias barrocas para títeres. Detrás de la boca de la escena se encuentra la maquinaria escénica, formada por cuatro varas de la que se pueden colgar bastidores, luces, poleas y demás elementos necesarios junto con otras tres varas para los telares de decorados, sin que falten el bambalinón y el telón de boca. El responsable de este peculiar y bellísimo montaje nos informa además de que tienen preparados casi 50 muñecos, elaborados de acuerdo con los cánones tradicionales castellanos del siglo XVII, con 80 centímetros de altura las figuras masculinas y 65 las femeninas, tallados unos y otros en madera de tilo, policromados y complementados con los necesarios vestidos elaborados también con tejidos de la época, en especial sedas y terciopelos.

Pero hay algo más, quizá mucho más, que desborda la escueta, quizá fría, descripción técnica o aportación de datos numéricos. Ese algo más se llama encantamiento, belleza, poesía, magia. Estas figuras que ahora nos contemplan, expuestas en la iglesia de San Andrés, vienen a ser como una recuperación fantástica del tiempo ido, una recreación magnífica de situaciones en que las gentes y el teatro se sentían identificados en el común propósito de vivir intensamente la vida, pasando sin transición de la calle y sus circunstancias a los corrales de comedias, como si todo fuera lo mismo, pues en verdad todo venía a ser un fantástico sueño en el que se intercambiaban las vivencias y los encantamientos.

La máquina real descansa ahora, cubierto el compromiso de celebrar aquí con ella el vigésimo aniversario de la formación del grupo de Ciudades Patrimonio de la Humanidad, pero los muñecos siguen existiendo, plácidamente expuestos en San Andrés, donde aún podremos admirarlos algún tiempo más.

 

 

 

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