No parece que Artur Mas y sus compañeros de aventuras
liberadoras del tirano español haya leído el último artículo de Mario Vargas
Llosa, el pasado domingo, en El País. En
realidad, posiblemente, el lider oportunista del independentismo catalán no lee
ningún otro artículo ni oye nada o a nadie que pueda venir a estorbar el
mesianismo de su mensaje. No es un caso raro: lo encontramos a diario, desde
hace tiempo, a todos los niveles, singularmente en el político. No leer o no oír,
incluso no pensar en otras alternativas, es la mejor forma de poder seguir
adelante, impertérrito, ciego en la dirección del camino emprendido. El caso no
es exclusivo: se da también entre los escritores, los pintores, los artistas,
los futbolistas. Yo no leo las críticas, dicen, para curarse en salud ante la
posible adversidad de un comentario. Y así, por eso, el señor Mas no se ha
enterado de lo que le dice, a él y a sus compañeros de locura, Vargas Llosa. Me
ha sorprendido no la claridad en el juicio, la contundencia del razonamiento
sino la fortaleza con que el escritor hispano-peruano arremete contra lo que
significa ese ciego y decimonónico nacionalismo aún vigente en una sociedad que
se las da de moderna, culta y avanzada. La escritura de Vargas Llosa es limpia,
directa, contundente. Merece leerse. Y valorar, como yo hago desde aquí, su
capacidad de compromiso para embarcarse en una aventura que le habrá granjeado,
estoy seguro, alguna enemistad. Lo contrario de lo que están haciendo muchos
intelectuales catalanes, escondidos en la prudencia, para no dar la cara,
manifestar su pensamiento o salir a la luz pública para emitir opiniones o
escribir artículos que ayuden a desmontar la falacia que el independentismo
está organizando. Esta actitud no es exclusiva tampoco de Cataluña ni de este
suceso. La tenemos mucho más cerca, aquí mismo, en esta pacífica y dócil tierra
conquense donde prácticamente no se mueve una brizna ni hay intelectuales con
el valor (y la dignidad) necesarios para ayudar a la ciudadanía a tomar
posturas. Aquí todo el mundo está de acuerdo. Hay escritores, pintores,
profesores, universitarios, profesionales liberales, altos funcionarios. Todos
callan prudentemente, no sea que se oiga el rumor y pase algo desagradable. En
su lugar, la única voz que se oye es la de los políticos asumiendo en los
medios informativos le papel de “pensadores” para decir, una vez y otra, un día
y otro también, el discurso alimentado por la cúpula. Los intelectuales callan.
Nadar y guardar la ropa se llama eso. Para que no corra peligro el status
social o el sueldo fijo de cada mes. Ahora, en cuanto acabe de escribir esta
nota, volveré a leer el artículo de Vargas Llosa, para reconfortarme. Hay gente
que sabe dar la cara con su palabra.
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