jueves, 26 de septiembre de 2013

EDUARDO ARROYO SE VA


Quedan apenas 15 días, más o menos, para poder disfrutar por última vez de la compañía intangible de Eduardo Arroyo, huésped de Cuenca durante cuatro meses, genial ocupante de varias salas en el Museo de Arte Abstracto, que con esta convivencia ha cubierto una de sus grandes citas temporales, para mi gusto una de las más expresivas, brillantes y comunicativas de su ya largo periplo. En Eduardo Arroyo: retratos y retratos hemos podido ver (ver es poco: palpar, introducirnos, experimental) una colección de más de un centenar de obras, de diversa textura (papel, fotografías, pintura, escultura) como corresponde a un artista total, poliédrico y generoso en su capacidad creativa, abarcando, además, un amplio periodo de tiempo para llevar a cabo ese ingente trabajo que ahora vamos agrupado en las blancas paredes de nuestro Museo por antonomasia. Como se nos explica en el catálogo y en los panales informativos, la serie se encuentra agrupado por un denominador común, el de los retratos (incluyendo los suyos propios), concepto que para Arroyo tiene un significado muy amplio, puesto que incluye personajes reales, figuras históricas y criaturas de ficción, todo ello a su personalísimo gusto, en el que imperan las grandes dimensiones, los colores brillantes y contrastados, la luminosidad y una poderosa capacidad imaginativa para combinarlo todo hasta dar forma a ese mundo personal, que nunca llega a abrumarnos por su grandeza sino ante el que, más bien, nos sentimos muy cercanos. Pero me doy cuenta de que estoy hablando, por rutina de comentarista, dejándome llevar por los conceptos habituales que tienen que ver con la pintura y la escultura, olvidándome por un momento de que el artista es también fotógrafo de los de andar a pie, por la calle y enfocar cualquier cosa que se le pone por delante, mejor si es de tipo corriente, nada de buscar encuadres engolados, personajes de figurón, filtros a la última moda. Lo que sí hace es tomar esas imágenes y sobre ellas, una vez obtenidas en papel, aportar su espíritu satírico para envolverlas en otras texturas, especies de collages, tan sugerentes como, en muchas ocasiones, divertido. Pues divertido resulta siempre, en muy alto grado, esta exposición de Eduardo Arroyo que vive ya sus últimos días entre nosotros.

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