martes, 24 de septiembre de 2013

MÁS VALE TARDE QUE NUNCA


La frase, desde luego, se presta a todos los tópicos del mundo y por ello se repite hasta la saciedad en cuanto hay una ocasión propicia. Esta, desde mi punto de vista, lo es: llevamos más de doce años esperando la llegada de este momento y si los destinos de la burocracia y la economía no lo tuercen, ahora podremos vivir la experiencia tanto tiempo postergada. Pues se cumplen ya, y parece mentira, doce años desde que en una mala hora nos secuestraron el uso y disfrute de Mangana, la torre, la plaza y sus alrededores. Esta es la medida de la impotencia y la incompetencia, que por lo general suelen ir de la mano. Ya casi nos hemos olvidado de qué es lo que pretendían hacer cuando empezaron a picar en busca de estas venerables ruinas, en las que se mezclan el antiguo alcázar árabe, los restos del palacio de los Hurtado de Mendoza, cimientos de la barriada de Santa María y quien sabe cuántas cosas más, cuya búsqueda ansiosa siempre encuentra justificaciones e incluso se nos despierta la ilusión, contemplando otros ejemplos similares, de que allí pueda encontrarse un nuevo yacimiento que, cual Pompeya, nos traiga a la luz de este siglo los fulgores de un pasado remoto. Por lo visto hasta ahora, no creo que el resultado final tenga mucho que ver con ese horizonte de esplendor sino más bien con un modesto recinto plagado de piedras informes que difícilmente servirán para recrear un espacio museístico de los que dejan admirados a los turistas bobalicones. El proyecto ya fue presentado hace unas semanas, en vísperas de que la piqueta y los albañiles entraran aquí para poner manos a las obras; la expectación era tanta, singularmente de gentes del casco antiguo, que el salón se llenó y de él salieron más dudas que certezas. No está bien aplicar el escepticismo como sistema y si lo está el conceder siempre un mínimo beneficio a la posibilidad de que de esta zarabanda salgo algo digno de ver. En cualquier caso algo no podrán quitarnos: recuperar la plaza de Mangana, volver a estar a los pies de la torre, acercarnos a su borde para contemplar, enfrente, el cerro de la Majestad y a los pies el rumoroso Júcar acariciando el barrio de San Antón. Entramos, si todo va bien, en el tramo final que nos permitirá, a los que hemos podido sobrevivir, recuperar el corazón del casco antiguo de Cuenca. Por eso, más vale tarde que nunca.

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