domingo, 27 de octubre de 2013

LA NUEVA BIBLIOTECA DEL SEMINARIO






            Con la paciencia infinita que milenios de existencia (dos van ya) otorgan a las cosas de la Iglesia, va cobrando forma la nueva Biblioteca del Seminario de San Julián. Sobre ella se han vertido algunas páginas, en ocasiones aisladas, y nunca los ríos de tinta que en verdad se merece. Por lo común, liquidamos el comentario con el aserto de que es la biblioteca más valiosa de nuestra provincia y una de las mejores de España, por el extraordinario número de volúmenes antiguos (incluidos casi un centenar de incunables) que atesora y por la admirable calidad de la mayoría de los títulos. La colección se ha ido formando a lo largo de los siglos, desde que se fundó el seminario, merced a sucesivas donaciones y legados, entre los que no faltan los procedentes de los conventos suprimidos en el siglo XIX y los realizados por diversos obispos y canónigos cultos que, al morir, dejaron sus bibliotecas particulares a este fondo.

            Pero siendo esto singularmente valioso en sí mismo, la biblioteca del seminario ha tenido siempre un pecadillo incorporado: su accesibilidad. Dedicada de manera prioritaria, por no decir única, a los estudiantes y profesores del centro, prácticamente no ha podido estar abierta al público, salvo a aquellos investigadores que, previa autorización, han  podido acceder a un recinto ubicado en los sótanos del seminario, en condiciones que nunca fueron brillantes ni cómodas. Situación que se corrige ahora, tras la remodelación de la iglesia de La Merced, adjunta al mismo edificio del seminario, rehabilitada con gusto y elegancia para proporcionar a Cuenca un nuevo espacio ciertamente digno de la ciudad antigua. De modo parcial, en los últimos años hemos tenido ocasión de ir apreciando este meritorio trabajo, gracias a algunos conciertos celebrados aquí. Ahora, en los últimos meses, un pequeño equipo de obreros manuales, dirigidos por el canónigo Vicente Malabia, responsable de la biblioteca, ponen a punto la instalación mediante la reordenación pausada de los volúmenes, que van siendo trasladado desde el anterior depósito, comprobados en el catálogo y depositados en su ubicación definitiva, con la perspectiva de que en un tiempo quizá no muy lejano la hermosa biblioteca pueda abrirse al público.

            Un fondo antiguo aproximado de 35.000 volúmenes y moderno de más de 40.000 pero la nueva instalación ayudará a desmontar un mito asentado en no se que momento histórico y repetido miméticamente de autor en autor (ya se sabe que los escribientes tienen una gran facilidad para copiar a pies juntillas lo que había dicho otro antes que él), el que atribuye a Alfonso Clemente de Aróstegui el capital fundacional básico de la Biblioteca, a la que habría entregado miles de ejemplares. No es para tanto, porque no pasan de 500 los que existen, sin que ello quiera decir nada, porque realmente la aportación de este intelectual originario de Villanueva de la Jara, de los pocos que realmente son dignos de ese título, fue extraordinariamente valiosa. Y así, entre unos y otros, los libros van siendo distribuidos, colocados, acariciados, hojeados quizá, alineándose cuidadosamente en sus estanterías, en espera de que el público pueda disfrutar de lo que, en verdad, va a ser un hermoso espectáculo, una de las bibliotecas más originales y bellas, objetivamente consideradas, de cuantas pueden verse en el amplio mundo nuestro.

 

 

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