En el otoñal (por no decir frío) ambiente de la iglesia de
San Miguel, los ánimos se calientan al compás de los versos. Desde el
escenario, habitual receptáculo de músicos y músicas, el ritual se cumple
respetuosamente, fiel a normas clásicas heredadas, transmitidas, de generación
en generación. El poeta o la poeta cubre su turno, acaricia las páginas, unas
inéditas, con el aroma de lo nuevo, lo nunca oído o leído, otras extraídas de
textos ya antiguos, conocidas, unas y otras surgidas con mimo de labios que
sienten el temblor de participar en una experiencia intensa, siempre diferente.
Entre las sillas, sustitutas ahora de aquellos vetustos y ceremoniosos bancos
eclesiales que durante décadas ofrecieron soporte a espaldas y traseras de los
humanos oyentes, flota un amable silencioso, respetuoso, atento. Ni siquiera
hay en este caso ese impertinente móvil que de manera inevitable (¿por qué
inevitable?) surge ya siempre en cualquier ocasión semejante. El templo ya
desacralizado cumple perfectamente también ahora su antiguo papel, transformada
la función inicial en esta otra, literaria. Quienes estamos allí asumimos el
lema de la invitación: nos sentimos náufragos zarandeados, quizá aupados en una
pequeña isla desierta, quizá aferrados a un tronco misteriosamente flotante
entre aguas turbulentas. Poesía para náufragos titulan los organizadores a esta
cita conquense que acaba de cumplir su segundo y mágico aniversario. Los versos
fluyen, en las voces de sus propios autores, quienes parieron estas ideas
íntimas, hechas poesía, soporte para los desánimos, estímulo para optimistas,
si es que aún quedan gentes de esta especie en un mundo que parece incitarnos
constantemente a la desesperanza. Entre las sobrias y potentes columnas de San
Miguel, acariciando la elegante bóveda renacentista, las palabras se
entremezclan, sustituyendo unas a otras para enhebrar, todas juntas, el
misterioso aliento de la belleza. Hay versos de resonancias clásicas, otros
aparecen envueltos en sentimientos románticos, los hay rompedores, abruptos,
como latigazos en conciencias descreídas, palabras que salen del fondo del
diccionario para mostrar un concepto no recogido en las definiciones
académicas. El espectador, el oyente, se deja envolver por las palabras,
pensando que a él también le hubiera gustado escribir algunas semejantes,
sentir el impulso mágico del ritmo y el sentido vital de los versos. Como un
náufrago más, como los demás náufragos de este día, la poesía llega a Cuenca
para servirnos de tabla de salvación.
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