domingo, 24 de noviembre de 2013

TABLAS PARA NÁUFRAGOS



En el otoñal (por no decir frío) ambiente de la iglesia de San Miguel, los ánimos se calientan al compás de los versos. Desde el escenario, habitual receptáculo de músicos y músicas, el ritual se cumple respetuosamente, fiel a normas clásicas heredadas, transmitidas, de generación en generación. El poeta o la poeta cubre su turno, acaricia las páginas, unas inéditas, con el aroma de lo nuevo, lo nunca oído o leído, otras extraídas de textos ya antiguos, conocidas, unas y otras surgidas con mimo de labios que sienten el temblor de participar en una experiencia intensa, siempre diferente. Entre las sillas, sustitutas ahora de aquellos vetustos y ceremoniosos bancos eclesiales que durante décadas ofrecieron soporte a espaldas y traseras de los humanos oyentes, flota un amable silencioso, respetuoso, atento. Ni siquiera hay en este caso ese impertinente móvil que de manera inevitable (¿por qué inevitable?) surge ya siempre en cualquier ocasión semejante. El templo ya desacralizado cumple perfectamente también ahora su antiguo papel, transformada la función inicial en esta otra, literaria. Quienes estamos allí asumimos el lema de la invitación: nos sentimos náufragos zarandeados, quizá aupados en una pequeña isla desierta, quizá aferrados a un tronco misteriosamente flotante entre aguas turbulentas. Poesía para náufragos titulan los organizadores a esta cita conquense que acaba de cumplir su segundo y mágico aniversario. Los versos fluyen, en las voces de sus propios autores, quienes parieron estas ideas íntimas, hechas poesía, soporte para los desánimos, estímulo para optimistas, si es que aún quedan gentes de esta especie en un mundo que parece incitarnos constantemente a la desesperanza. Entre las sobrias y potentes columnas de San Miguel, acariciando la elegante bóveda renacentista, las palabras se entremezclan, sustituyendo unas a otras para enhebrar, todas juntas, el misterioso aliento de la belleza. Hay versos de resonancias clásicas, otros aparecen envueltos en sentimientos románticos, los hay rompedores, abruptos, como latigazos en conciencias descreídas, palabras que salen del fondo del diccionario para mostrar un concepto no recogido en las definiciones académicas. El espectador, el oyente, se deja envolver por las palabras, pensando que a él también le hubiera gustado escribir algunas semejantes, sentir el impulso mágico del ritmo y el sentido vital de los versos. Como un náufrago más, como los demás náufragos de este día, la poesía llega a Cuenca para servirnos de tabla de salvación.

 

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