jueves, 5 de diciembre de 2013

LAS DESDICHAS DE MANGANA



Me pregunto qué extraña y pertinaz mala suerte persigue a la torre de Mangana, a sus alrededores, a las ruinas encontradas a sus pies. A todo, en fin, lo que tiene que ver con ese desgraciado paraje. Me pregunto, también, qué pasa en esta ciudad, derrotada, abandonada, sin ánimos suficientes para reaccionar de alguna manera ante los despropósitos que caen sobre ella, haciéndola víctima inocente de algún mal de ojo misterioso que convierte en sal derretida todo lo que tiene que ver con alguna esperanza de tiempos mejores. Solo así se puede explicar que después de doce años, cuando por fin parece llegada la hora de solucionar el problema y empiezas las tan esperadas obras, a menos de dos meses de su inicio la empresa abandona la tarea porque ha descubierto que se equivocó en los cálculos y tiró tan por lo bajo que es imposible realizar el trabajo que había conseguido. Este es un mal histórico y por más que se producen casos reincidentes, la administración sigue erre que erre haciendo lo mismo una y otra vez. Se proyecta una obra, se prepara el presupuesto, parece que los dineros están disponibles, se anuncia la subasta y se concede la obra a la oferta más barata. Teóricamente se deben tener en cuenta otros factores correctores, encaminados a tener la seguridad de que la empresa candidata ofrece garantías técnicas, solvencia profesional y seguridad en el trabajo. Hay también un concepto, llamado baja temeraria, que cualquiera que sepa sumar y aplicar porcentajes descubre de un vistazo, pues no es comprensible que si los técnicos han valorado la obra en equis euros llegue la empresa y diga que lo hace por la mitad. Algo falla ahí, algo huele a podrido en todas partes y no solo en el escenario hamletiano. Pues da lo mismo: una y otra vez se incide en el mismo error, una y otra vez nos encontramos con obras canceladas a medias o con empresas que a la vuelta de la esquina exigen una revalorización del presupuesto. Mangana, la verdad, no tiene la culpa. Los conquenses tampoco, ni los visitantes, pero esta ciudad que de puro mansa ha entrado ya directamente en el reino de los cielos, soporta estoicamente esto y lo de enfrente. Nadie protesta, nadie reacciona, todos callan. Y Mangana, otra vez, un año más, secuestrada, sin que podamos pisarla.

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