Lo dice el Eclesiastés: Vanitas
vanitatum Omnia vanitas (Vanidad de vanidades, todo es vanidad). ¿Qué es la
vanidad? El diccionario académico (el
que estaba vigente hasta ahora: cualquiera sabe lo que dice el nuevo) remite a
sinónimos: arrogancia, presunción, envanecimiento. Hay que llegar a la acepción
quinta para encontrar algo más convincente: vana representación, ilusión o
ficción de la fantasía. María Moliner es más expresiva: “cualidad de la persona
que tiene afán excesivo y predominante de ser admirada”. O denigrada, podríamos
añadir. Porque en este caso es aplicable el viejo dicho que se aplicaba a
Helenio Herrera, el más famoso entrenador que ha habido en España, antes de
Mourinho y demás vanidosos de ahora mismo: “Hablen de uno, aunque hablen mal”.
Nuestro paisano Sebastián de Covarrubias no recoge el término ni aporta
sugerencia alguna, él que las hacía tan sabrosas. Quizá es que en la Edad de
Oro de las Letras hispánicas no había vanidosos o no se había descubierto
todavía semejante cualidad de algunos seres humanos, cuya representación
contemporánea más visible queda encarnada en un sujeto en el que aflora como
principal mérito distintivo el haber sido dotado por la naturaleza (don que él
perfecciona diariamente) de una insaciable vanidad. A estas alturas, Artur Mas
se retroalimena constantemente de su incontenible afán por estar siempre en
candelero. Gracias a su habilidad y a la incompetencia de otros (Madrid, el
gobierno) el presidente de la Generalitat catalana se ha convertido, durante
tres años (que se dice pronto) en el centro absoluto de la vida española. Todos
los periódicos, los mismos que no hacen puñetero caso de lo que sucede en la
vida real, en las provincias, todos los periódicos, digo, ocupan páginas y
páginas, noticias, comentarios, entrevistas, artículos de opinión, cartas al
director, en hablar una vez y otra, de manera reiterada, de este individuo
mediocre, político inane, situado en cabeza del ranking nacional de los
noticieros a impulsos de su poderosa vanidad. Menos mal que de vez en cuando
salen a la luz las sucesivas corrupciones que de norte a sur, de este a oeste,
pueblan el mapa nacional; gracias a ellas podemos hablar de otra cosa que no
sea Cataluña y Artur Mas con su loca ambición vanidosa. Lo dice también la
Moliner: alguien “que se cree con derecho, por sus cualidades, por su posición,
etc., a la admiración y el acatamiento de los demás y lo muestra en su actitud
y palabras”. Así es Artur Mar: vanidoso, orgulloso, prepotente, jactancioso,
engreído, petulante, fatuo, inmodesto. Cuando todo esto pase y acabe, cuando el
desastre en que estamos inmersos por la ambición de unos y la imbecilidad de
otros, cuando las aguas catalanas se calmen y el conjunto de los españoles
podamos respirar con moderada tranquilidad, ¿quién se acordará de Artur Mas y
de su loca vanidad? Y él mismo, ¿qué hará cuando ya no sea el centro de la
atención de todos, cuando no ocupe en los periódicos, las radios y las
televisiones, ni un solo milímetro de papel, ni un segundo de sonido e imagen?
Triste destino el de estos necios sujetos a la contingencia pasajera de la
vanidad.
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