sábado, 7 de noviembre de 2015

LUIS ROIBAL EN SAN FELIPE


En la galería de ciudadanos extraños, peculiares, singulares o cualquier otro sinónimo que quiera utilizarse, corresponde en estos tiempos nuestros un lugar de honor a Luis Roibal Tejedor, nacido en Cuenca en 1930 y residente desde no se cuándo en Uña, enclaustrado entre las riscas que rodean el pueblo y los bares de la carretera, mientras desde su casa contempla el paisaje enriquecedor de la laguna, con sus misteriosos vaivenes cromáticos que alienta la brisa del Júcar.
Luis Roibal mantiene pertinaz silencio desde hace muchos años. Probablemente, es el pintor conquense (y uno de los españoles) que más vende, si atendemos a lo que dicen los mercados del arte y lo hace no entre los límites del territorio español sino al otro lado de la mar océana que nos separa y une con América. Inquieto desde que era un joven aprendiz de cómo dar brochazos en los lienzos, aquí vive en calma y tranquilidad pero no inmóvil. Hasta él no llegan los fugaces medios de información, manejados por jóvenes que no solo desconocen los elementos básicos de la historia local sino que con toda seguridad incluso ignoran qué se esconde detrás de ese nombre. Ni siquiera creo que acierten a identificarlo las ocasiones que baja desde su retiro serrano para darse una vuelta por Carretería, tomar un café con los amigos y hacer la ineludible visita a Juan Evangelio, en su librería.
De ese anonimato apartado elegido voluntariamente y con tesón defendido saco ahora a Luis Roibal para señalarle directamente con el dedo, como autor de los cuadros incorporados al retablo mayor de la iglesia de San Felipe. No es, desde luego, una iconografía religiosa al uso sino la plasmación del universo personal del artista, con su estilo entre expresionista e impresionista, con líneas insinuadas y colores suaves, en las que reproduce escenas aparentemente religiosas a las ha incorporado personajes de nuestro tiempo para formar así un curioso fresco de la vida moderna incardinada en escenas de la antigüedad.

La iglesia de San Felipe, situada en el corazón central de la subida a la parte antigua de Cuenca, es uno de los templos de más fea apariencia exterior y más delicado y bello contenido interior. Aunque las miradas devotas se las lleva el Jesús de Medinaceli, adosado en su propia capilla lateral, es la magia creativa del gran Martín de Aldehuela la que brilla espléndida en este recinto (cuya linterna, por cierto, también pintó Roibal hace mucho tiempo) que ahora ofrece a la contemplación, seguramente lejana, de los files que asisten a los cultos, esta sorprendente obra de arte moderno incorporada a la severidad del retablo mayor.

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