La
presidenta del Congreso, Ana Pastor, ha implantado un nuevo horario de trabajo
para los señores diputados. La presidenta ha debido oír o leer que existe por
ahí un movimiento socio-económico-cultural empeñado en cambiar los hábitos de
vida de los españoles para equipararnos a las costumbres europeas, sobre todo
en lo que tiene que ver con el horario laboral. La modificación más importante
consiste en adelantar el horario de término de la jornada de trabajo para que
los ciudadanos puedan hacer una cosa que se llama conciliación familiar, o sea,
estar en casa más tiempo para poder colaborar con los niños en la desmandada
serie de tareas escolares que traen de los colegios y que, en su mayor parte,
no sirven para nada útil.
Para sumarse al carro de la reforma,
la presidenta adelantó este martes una hora el comienzo de la sesión plenaria
en la cámara. Como la teoría la comparte todo el mundo, nadie ha protestado.
Me pregunto si, ya puestos, la
señora Pastor entra también en territorios más delicados como, por ejemplo, el
disparatado horario comercial impulsado de común acuerdo por los centros
comerciales y los chinos, consistente en estar abierto todo el tiempo que sea
posible, incluyendo domingos y fiestas de guardar. Y si, puestos ya también en
faena, la presidenta utiliza alguna influencia derivada de su privilegiada
posición en la cumbre de la gobernación del Estado para conseguir que las
televisiones, todas, terminen sus programas normales a una hora decente y
razonable. Eso incluye a las dos cadenas públicas. Porque ya me dirán cómo
podemos descansar y conciliar si una película o serie comienza a las 11 de la
noche o si se nos convoca a un apasionante debate o tertulia a la una de la
madrugada.
Coherencia, señoras y señores, del
gobierno, del comercio y de todos los sitios. Y si no, mejor seguimos como
estamos, porque de todas formas ya nos hemos acostumbrado a estos desmanes del
reloj.
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