No creo
que ninguno de nuestros dirigentes políticos locales, ni siquiera los que, teóricamente,
están relacionados con la Cultura, haya visto El ciudadano ilustre, película argentina dirigida por Gastón Duprat
y Mariano Cohn en 2016, que acaba de ganar el Goya a la mejor película
procedente del ámbito hispanohablante americano y que figura también en la línea
de llegada a los próximos Óscar. En el Cine Club Chaplin (que desde hace 46
años viene supliendo, satisfactoriamente, diría yo, las notables carencias de
la programación comercial) la pusimos el pasado miércoles y así varios
centenares de conquenses la hemos podido ver.
Para
quienes no la conozcan, resumiré brevemente el argumento: un escritor argentino
recibe el premio Nóbel (inciso: ningún escritor de ese país lo ha obtenido
nunca, lo que allí, por lo que dicen, consideran un agravio, que personalizan
en el gran olvidado de la Academia sueca, Jorge Luis Borges). El escritor,
Daniel Mantovani, vive en Europa y nunca había vuelto a su país, pero un día
recibe una invitación de su pueblo natal, Salas, donde quieren otorgarle la
distinción de ciudadano ilustre. Pese a su rechazo inicial, algo interior (¿nostalgia,
melancolía, morriña, curiosidad?) le hace cambiar de idea y emprende el viaje. Inicialmente,
el pueblo se vuelca con él, pero pronto empezará a encontrarse con situaciones
incómodas: una antigua novia, ahora casada; el cementerio donde están sus
padres; la joven lectora impertinente que, sin embargo, se meterá en su cama
del hotel; antiguos amigos envejecidos; el burdo amaño de un concurso de
pintura para el que le han elegido como jurado; un pavoroso desconocimiento de
su trabajo como escritor y, finalmente, la molesta sensación de que está siendo
utilizado como reclamo político. De manera que llega el momento del estallido,
cuando en plena ceremonia protocolaria, tras el baboso y convencional discurso
del alcalde, reacciona con un parlamento incendiario poniendo a caldo a todos y
singularmente a los responsables de la gestión cultural de su pueblo.
Ahí es
donde me hubiera gustado ver a los señores y señoras responsables de la cultura
conquense, alcaldes, diputados, concejales e incluso funcionarios gestores,
generalmente ausentes de cualquier evento (teatro, música, conferencias,
exposiciones, ¡cine!) salvo que tengan garantizado un puesto en primera fila,
un micrófono delante para hablar y varias cámaras de TV para recoger sus
prescindibles palabras. Pero no, no había ninguno dispuesto a recibir la
soflama de Daniel Mantovani (excelente Óscar Martínez, un veterano actor hasta
ahora desconocido en España) desde la pantalla. Porque al parecer, lo que pasa
en Salas, Argentina, se parece como un guante a otro a lo que pasa en Cuenca,
España y probablemente en otras muchas Salas y Cuencas repartidas por el ancho
mundo.
Deberían
haberla visto, aunque no lo han hecho y, muy probablemente, no tienen interés
alguno en hacerlo. A casi nadie le gusta oír una cuantas verdades y menos aún
cuando están convencidos de lo maravillosos que son.
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