No parece que Artur Mas y sus compañeros de aventuras
liberadoras del tirano español haya leído el último artículo de Mario Vargas
Llosa, el pasado domingo, en El País. En
realidad, posiblemente, el lider oportunista del independentismo catalán no lee
ningún otro artículo ni oye nada o a nadie que pueda venir a estorbar el
mesianismo de su mensaje. No es un caso raro: lo encontramos a diario, desde
hace tiempo, a todos los niveles, singularmente en el político. No leer o no oír,
incluso no pensar en otras alternativas, es la mejor forma de poder seguir
adelante, impertérrito, ciego en la dirección del camino emprendido. El caso no
es exclusivo: se da también entre los escritores, los pintores, los artistas,
los futbolistas. Yo no leo las críticas, dicen, para curarse en salud ante la
posible adversidad de un comentario. Y así, por eso, el señor Mas no se ha
enterado de lo que le dice, a él y a sus compañeros de locura, Vargas Llosa. Me
ha sorprendido no la claridad en el juicio, la contundencia del razonamiento
sino la fortaleza con que el escritor hispano-peruano arremete contra lo que
significa ese ciego y decimonónico nacionalismo aún vigente en una sociedad que
se las da de moderna, culta y avanzada. La escritura de Vargas Llosa es limpia,
directa, contundente. Merece leerse. Y valorar, como yo hago desde aquí, su
capacidad de compromiso para embarcarse en una aventura que le habrá granjeado,
estoy seguro, alguna enemistad. Lo contrario de lo que están haciendo muchos
intelectuales catalanes, escondidos en la prudencia, para no dar la cara,
manifestar su pensamiento o salir a la luz pública para emitir opiniones o
escribir artículos que ayuden a desmontar la falacia que el independentismo
está organizando. Esta actitud no es exclusiva tampoco de Cataluña ni de este
suceso. La tenemos mucho más cerca, aquí mismo, en esta pacífica y dócil tierra
conquense donde prácticamente no se mueve una brizna ni hay intelectuales con
el valor (y la dignidad) necesarios para ayudar a la ciudadanía a tomar
posturas. Aquí todo el mundo está de acuerdo. Hay escritores, pintores,
profesores, universitarios, profesionales liberales, altos funcionarios. Todos
callan prudentemente, no sea que se oiga el rumor y pase algo desagradable. En
su lugar, la única voz que se oye es la de los políticos asumiendo en los
medios informativos le papel de “pensadores” para decir, una vez y otra, un día
y otro también, el discurso alimentado por la cúpula. Los intelectuales callan.
Nadar y guardar la ropa se llama eso. Para que no corra peligro el status
social o el sueldo fijo de cada mes. Ahora, en cuanto acabe de escribir esta
nota, volveré a leer el artículo de Vargas Llosa, para reconfortarme. Hay gente
que sabe dar la cara con su palabra.
José Luis Muñoz. Una visión permanente sobre las circunstancias de la vida cultural en Cuenca, comentada con espíritu comprensivo y un punto crítico. Literatura, arte, patrimonio, cuestiones cotidianas, a través de la mirada de un veterano periodista.
sábado, 28 de septiembre de 2013
MAS VALE SONREIR
Pues eso: mientras tengamos a mano el excelente repertorio de humoristas que hay en España, las calamidades que los gobiernos hacen caer sobre nosotros son más llevaderas. Yo también disfruto con el corte que se van a llevar los alemanes cuando descubran que todos sus esfuerzos por llevarnos a la ruina solo ha servido para dejar el país en manos de los chinos. Bendito Forges y compañía...
viernes, 27 de septiembre de 2013
HONORES Y OLVIDOS


La Real Academia Conquense de Artes y Letras ha decidido entregar los títulos de académicos de honor al músico Theo Alcántara y al pintor Julián Grau Santos. Ocuparán los puestos dejados vacantes por los fallecimientos de quienes antes ocuparon esas distinciones, el poeta Eduardo de la Rica y el alfarero Pedro Mercedes.
A
simple vista, no hay ninguna relación aparente entre Alcántara, música nacido
en Cuenca en 1941 y Grau, pintor nacido en Canfranc en 1937 aunque muy
vinculado siempre con la ciudad conquense. Pero entre ellos dos hay una muy
peculiar, curiosa relación, que se dirá al final de este comentario.
Theo
Alcántara comenzó
su preparación musical en el Seminario conquense a los siete años en el coro de
niños (los seises) de la catedral. Tras obtener los diplomas de Piano y de
Composición en el Real Conservatorio de Música de Madrid al tiempo que
realizaba giras como concertista de piano tanto por España como por Francia y
el norte de África, se diplomó en dirección en la Mozarteum de Salzburgo donde
asistió recibió clases magistrales de Herbert von Karajan, destacó hasta tal
punto que fue nombrado director adjunto de las dos principales orquestas de la
ciudad, la Camerata Academica y la del Mozarteum y fue galardonado con la
Medalla Lilli Lehmann, primera de las numerosas distinciones que iría luego
sumando a lo largo de su carrera. Ha sido director musical o artístico de
agrupaciones orquestales tan importantes con las de la Ópera de Frankfurt, la
Sinfónica de Grand Rapis, la Sinfónica de Phoenix, la Ópera de Pittsburg, la
Ópera de Caracas, la Music Academy del West Summer Festival de la californiana
localidad de Santa Bárbara o la Sinfónica de Bilbao, así como asesor artístico
y primer director de la Filarmónica de Buenos Aires y de la Orquesta estable
del Teatro Colón también en la capital argentina, amén de colaborar como
director invitado con muchas otras tanto en Estados Unidos como en
Hispanoamérica, Europa o Asia, incluyendo nuestro país.
Por
su parte Julián Grau Santos hijo de pintores recibió su primera
formación en la Academia de Bellas Artes
de Sant Jordi en Barcelona, ciudad de la que luego se traslada a Madrid desde
donde viaja en varias ocasiones a París donde conoce de primera mano el hacer
pictórico de los impresionistas y postimpresionistas, corrientes artísticas que
influirán decisivamente tanto en su técnica como en su estilo pictórico, un
estilo respecto al cual cabría hablar de una figuración expresionista de
pincelada que a veces roza la abstracción. En 1957 realizó su primera exposición
individual en la sala Libros de Zaragoza, iniciando una carrera que ha llevado
su obra no sólo por casi toda España sino a países como Francia, Estados
Unidos, China o Japón. También ha trabajado con éxito la obra gráfica y la
ilustración literaria (especialmente conocida es su labor como ilustrador en el
diario ABC) y aunque su labor como paisajista es especialmente valorada,
también está considerado como uno de los retratistas más importantes del
panorama nacional actual. A lo largo de su vida ha mantenido una muy especial
relación tanto artística como personal con Cuenca, ciudad en la que durante
muchos años y hasta muy recientemente ha tenido estudio y casa. Asimismo el
paisaje conquense ha estado reiteradamente presente en sus cuadros, ha expuesto
en varias ocasiones en nuestras salas y siempre ha prestado su colaboración a
cuantos proyectos – carteles, revistas, ediciones, muestras - se le han
ofertado desde nuestra provincia.
Hasta aquí las referencias (breves, escuetas) biográficas.
Ahora queda pendiente saber qué relación hay o puede haber entre dos personas
que, probablemente, ni se conocen, a no ser que en alguna ocasión hayan
coincidido (en Cuenca o en cualquier parte del mundo). Veamos:
Hace un par de años, el Ayuntamiento de Cuenca regó las
calles con un copioso número de nombres de todo tipo, entre ellos bastantes
músicos y pintores. Es curioso que entre ese repertorio no estén Theo
Alcántara, el músico conquense contemporáneo más importante de cuantos hay en
orquestas sinfónicas ni Julián Grau Santos, el pintor que más veces ha pintado
calles y paisajes de Cuenca. Curioso, ¿no? Menos mal que la Academia está al
quite y reparte honores de manera más equilibrada que el consistorio municipal.
jueves, 26 de septiembre de 2013
EDUARDO ARROYO SE VA
Quedan apenas 15 días, más o menos, para poder disfrutar por última vez de la compañía intangible de Eduardo Arroyo, huésped de Cuenca durante cuatro meses, genial ocupante de varias salas en el Museo de Arte Abstracto, que con esta convivencia ha cubierto una de sus grandes citas temporales, para mi gusto una de las más expresivas, brillantes y comunicativas de su ya largo periplo. En Eduardo Arroyo: retratos y retratos hemos podido ver (ver es poco: palpar, introducirnos, experimental) una colección de más de un centenar de obras, de diversa textura (papel, fotografías, pintura, escultura) como corresponde a un artista total, poliédrico y generoso en su capacidad creativa, abarcando, además, un amplio periodo de tiempo para llevar a cabo ese ingente trabajo que ahora vamos agrupado en las blancas paredes de nuestro Museo por antonomasia. Como se nos explica en el catálogo y en los panales informativos, la serie se encuentra agrupado por un denominador común, el de los retratos (incluyendo los suyos propios), concepto que para Arroyo tiene un significado muy amplio, puesto que incluye personajes reales, figuras históricas y criaturas de ficción, todo ello a su personalísimo gusto, en el que imperan las grandes dimensiones, los colores brillantes y contrastados, la luminosidad y una poderosa capacidad imaginativa para combinarlo todo hasta dar forma a ese mundo personal, que nunca llega a abrumarnos por su grandeza sino ante el que, más bien, nos sentimos muy cercanos. Pero me doy cuenta de que estoy hablando, por rutina de comentarista, dejándome llevar por los conceptos habituales que tienen que ver con la pintura y la escultura, olvidándome por un momento de que el artista es también fotógrafo de los de andar a pie, por la calle y enfocar cualquier cosa que se le pone por delante, mejor si es de tipo corriente, nada de buscar encuadres engolados, personajes de figurón, filtros a la última moda. Lo que sí hace es tomar esas imágenes y sobre ellas, una vez obtenidas en papel, aportar su espíritu satírico para envolverlas en otras texturas, especies de collages, tan sugerentes como, en muchas ocasiones, divertido. Pues divertido resulta siempre, en muy alto grado, esta exposición de Eduardo Arroyo que vive ya sus últimos días entre nosotros.
martes, 24 de septiembre de 2013
NO HUBO MÚSICA EN CUENCA
Me hubiera gustado que el nombre de Cuenca
estuviera en la lista de la veintena de ciudades que ayer, día 23, vivieron la
notable experiencia de ver a sus orquestas sinfónicas en calles y plazas,
haciendo música, que es lo que saben, reivindicando su derecho a existir
dignamente. No había pancartas, leo en las crónicas del acto, ni se repartieron
manifiestos, ni hubo gritos o insultos subidos de tono. Ni siquiera, en contra
de lo que es habitual, la policía se dedicó a cargar contra pacíficos
manifestantes, aunque también estaban allí, presentes y oyentes: ¿qué tendrá la
policía de este país democrático que en cuanto ve un grupo de más de dos acude
a vigilar?. Todo era plácido, pacífico, culto, estimulante. La música aplaca a
las fieras, exceptuando a la especie dedicada, para nuestro desconsuelo, a la
administración de la cosa pública. Los músicos de las orquestas sinfónicas
salieron a la calle y las plazas de España, sin distinciones territoriales,
para hacer música, que es lo suyo y lo que la gente, nosotros, el público,
agradecemos. Estaban allí con sus instrumentos, vestidos como corresponde a
músicos de orquesta, serios, bien compuestos, con el director al frente, las
partituras y los atriles ante la vista, las manos dispuestas para acariciar
esos objetos mágicos de los que pueden surgir sonidos maravillosos,
envolventes, ensoñadores. Eran, dicen las crónicas, las siete en punto de la
tarde, cuando todas las orquesta al unísono empezaron a desgranar sus melodías,
empezando por una común a todas, La gazza
ladra, de Gioacchino Rossini y uno imagina, sobrevolando el territorio de
esta España de nuestros dolores, el sonido colectivo, surgiendo desde Málaga y
Donostia, desde Barcelona y Santa Cruz de Tenerife, desde Badajoz a Valencia
pasando, como es natural, por Madrid, rompeolas de todas las calamidades y
sostén de todas las esperanzas. Era, debería ser (lo imagino, porque aquí, en
Cuenca, reinó el silencio) un maravilloso espectáculo desde el cielo,
acariciando el vuelo de las aves mientras a ras de tierra unos públicos
entregados aplaudían a esos músicos que, con su arte, pretendían llamar la
atención del triste destino a que han sido castigados por un poder omnímodo,
injusto, insensible. Hubiera sido bonito que en esta ciudad, a cuyos dirigentes
se les cae la baba hablando de la música y de la cultura, también
participáramos de este singular fenómeno capaz de animar las perspectivas
esperanzadas del país. No estuvo Cuenca en el concierto colectivo, nacional, y
bien que lo siento. Quizá porque no hay aquí una orquesta sinfónica, proyecto
frustrado pese a tropecientos intentos y pese también a la buena, benemérita
voluntad, de quienes a otros niveles siguen haciendo música. (Por cierto: si en
algún momento encuentran ustedes, navegando por la red, algo sobre la Orquesta
Sinfónica de Cuenca no se alarmen: es Cuenca, sí, pero del Ecuador. Cosas que
pasan). La foto que acompaña estas palabras es de la Joven Orquesta de Cuenca, actuando en un concierto veraniego, en la Plaza de la Merced.
MÁS VALE TARDE QUE NUNCA
La frase, desde luego, se presta a todos los tópicos del mundo y por ello se repite hasta la saciedad en cuanto hay una ocasión propicia. Esta, desde mi punto de vista, lo es: llevamos más de doce años esperando la llegada de este momento y si los destinos de la burocracia y la economía no lo tuercen, ahora podremos vivir la experiencia tanto tiempo postergada. Pues se cumplen ya, y parece mentira, doce años desde que en una mala hora nos secuestraron el uso y disfrute de Mangana, la torre, la plaza y sus alrededores. Esta es la medida de la impotencia y la incompetencia, que por lo general suelen ir de la mano. Ya casi nos hemos olvidado de qué es lo que pretendían hacer cuando empezaron a picar en busca de estas venerables ruinas, en las que se mezclan el antiguo alcázar árabe, los restos del palacio de los Hurtado de Mendoza, cimientos de la barriada de Santa María y quien sabe cuántas cosas más, cuya búsqueda ansiosa siempre encuentra justificaciones e incluso se nos despierta la ilusión, contemplando otros ejemplos similares, de que allí pueda encontrarse un nuevo yacimiento que, cual Pompeya, nos traiga a la luz de este siglo los fulgores de un pasado remoto. Por lo visto hasta ahora, no creo que el resultado final tenga mucho que ver con ese horizonte de esplendor sino más bien con un modesto recinto plagado de piedras informes que difícilmente servirán para recrear un espacio museístico de los que dejan admirados a los turistas bobalicones. El proyecto ya fue presentado hace unas semanas, en vísperas de que la piqueta y los albañiles entraran aquí para poner manos a las obras; la expectación era tanta, singularmente de gentes del casco antiguo, que el salón se llenó y de él salieron más dudas que certezas. No está bien aplicar el escepticismo como sistema y si lo está el conceder siempre un mínimo beneficio a la posibilidad de que de esta zarabanda salgo algo digno de ver. En cualquier caso algo no podrán quitarnos: recuperar la plaza de Mangana, volver a estar a los pies de la torre, acercarnos a su borde para contemplar, enfrente, el cerro de la Majestad y a los pies el rumoroso Júcar acariciando el barrio de San Antón. Entramos, si todo va bien, en el tramo final que nos permitirá, a los que hemos podido sobrevivir, recuperar el corazón del casco antiguo de Cuenca. Por eso, más vale tarde que nunca.
lunes, 9 de septiembre de 2013
LAS URNAS LAS CARGA EL DIABLO
Un antiguo conocido mío tenía siempre a mano una frase rotunda, cuando algunos ilusos de los de antes caíamos en la tentación de defender las bondades de las elecciones democráticas. El tal que, como es fácil deducir, no compartía aquellos entusiasmos juveniles, contestaba siempre con un aserto rotundo: "Las urnas las carga el diablo". Y de esa manera dejaba claras las ventajas de mantener en vigor sistemas de ordeno, mando y decido con el dedo. Método expeditivo que, tal y como van las cosas, se perfila como el único posible para que Madrid pueda conseguir ser sede de unos Juegos Olímpicos, porque tres intentos, la verdad, son muchos. En las Academias, ese el tope requerido por un candidato: si con tres intentos y otras tantas votaciones no sale elegido, pasa definitivamente a la reserva. Aunque como el ser humano es el único animal que tropieza dos y hasta tres veces en la misma piedra, no me extrañaría que quienes están en la foto pretendan intentarlo una cuarta vez, a pesar de que todos los dedos acusadores los señalan a ambos como principales responsables de la debacle. Por supuesto, y como suele ocurrir, los portavoces de la prensa cavernaria tienen otros motivos fundados, especialmente el ya histórico complot judeo-masónico y derivados modernos para perfilarse como los culpables de la nueva bofetada a la siempre castigada España. Pero obviando esa tópica y banal explicación, otros medios, más razonables, apuntan hacia direcciones mucho más concretas, que no repetiré aquí por conocidas (la arrogancia estúpida de la alcaldesa, el mal inglés de ambos, el lloriqueo por la economía, la escasa perspectiva inversora, el silencio cómplice oficial en cuestiones de dopaje) pero sí señalaré uno que, si bien insinuado en algunos comentarios, no me parece ha merecido suficiente atención: la pésima preparación de la votación. Arrastrados por los mecanismos al uso en la vida española, los promotores de la candidatura pensaron que el voto se juega en el último momento, a la hora de meterlo en la urna (o pulsar el botón, que viene a ser lo mismo), como aquí, en elecciones, piensan que los votantes decidimos qué hacer el día de reflexión o después del debate en TV (si es que lo hay) olvidando una lección fundamental, que conocen bien los profesionales de los estudios de opinión: el voto hay que ganarlo día a día, desde el primero en que alguien empieza su mandato. Los promotores de la candidatura estaban muy felices por lo bien que habían hecho la presentación en público, ignorando que para entonces la mayoría de los votantes ya estaban trabajados y habían decidido qué hacer. Lo mismo que podemos opinar hoy, ahora, de quienes tenemos a la vista ocupando sillones gubernamentales: no necesitamos esperar a la próxima cita con las urnas ni mucho menos a esas impresentables campañas electorales con que nos castigan, para tener decidido y bien decidido qué papeleta vamos a meter en la urna. Aunque la cargue el diablo.
sábado, 7 de septiembre de 2013
ESPECIES EN EXTINCIÓN
Son todos los que están, pero no están todos los que son ni mucho menos los que han sido. En la sala de la antigua Caja de Ahorros, ahora Fundación, tan hermosa como inutilizada, podemos ver estos días una selección de imágenes, a tres por cabeza, aportadas por una docena de fotógrafos que trabajaron en los medios de comunicación escritos que hubo en Cuenca (verbo en pasado que pronto podremos transformar otra vez en presente: ya hay un joven semanario y se anuncia la reaparición de un diario) aunque ello no significa que se pueda recuperar el oficio de fotógrafo de prensa, pues conviene matizar que el fotógrafo era un señor (solo muy recientemente hay también señoritas y de hecho mujer es la benjamina del grupo) que iba a los actos exclusivamente a hacer fotos, dejando para otro el oficio de escuchar, atender, preguntar y escribir, aunque también se puede decir a la inversa: los que íbamos como periodistas de pluma no nos dedicábamos a hacer las fotos, situación que sí se produce ahora mismo, buscando las empresas siempre la economía de medios a costa de machacar todo lo posible a los trabajadores, de manera que una misma persona lo hace todo, singularmente en los digitales. Dejando elucubraciones aparte, que no era el objetivo de este comentario, retomaré el hilo para seguir diciendo que ahora mismo hay colgada en la sala ya dicha una colección de imágenes fotográficas que, con irregular aproximación, recoge unos cuantos lustros de historia periodística en esta provincia, aunque no todos los integrantes de la exposición han entendido igual lo que es fotoperiodismo, pues algunos de ellos (pocos, es verdad) se han limitado a aportar imágenes preciosistas, interesantes, pero no periodísticas. Y digo también que son todos los que están pero no están todos. Yo, que a estas alturas puedo presumir (y no se si se puede presumir de tal cosa) de ser el decano de los periodistas conquenses, tengo muy presente con cuántos fotógrafos he trabajado a lo largo de casi 50 años ya y por eso se los que faltan en la muestra aunque, por supuesto, ignoro las razones de los que no están, algunos de los cuales, estoy seguro, tendrá sus propias razones para eximirse del grupo. Con todo, no he dicho aún lo que más importa, a saber, qué considerable es el interés de esta colección de imágenes que se nos queda corta, porque son tantos los hechos, tantas las vivencias, que haría falta un sala cinco veces más grande para recoger, aún así sintéticamente, la historia en imágenes recientes de esta provincia.
Especie en
extinción, esta de los fotógrafos de prensa, decía el comunicado de la
Asociación de la Prensa anunciando la exposición y la misma idea fue expuesta
en sus palabras por la presidenta, Elisa Bayo. Un concepto idéntico expone José
Miguel Gozalo en su nota de despedida a Manuel Martín Ferrand, el último de los
grandes en abandonar este mundo: “representante egregio de una especie en
extinción”, lo llama. En realidad, si bien lo pensamos, lo que se extingue es
la prensa en general, vinculada al papel y consecuentemente a una forma de leer
y entender la información. Lo que se está extinguiendo, ante nuestras propias
narices, es el mundo entero, el concepto de mundo que aprendimos en el
Bachillerato y que se diluye a marchas forzadas entre elementos electrónicos
apabullantes y en buena parte incomprensibles. En la tormenta, el periodismo,
que de tan cerca nos toca, no es sino una brizna de arena flotando en el
desierto, una gota de espuma que las olas del mar arrastran.
DELENDA EST MONARCHIA
No estoy muy seguro de que en estos momentos sea razonablemente posible
aplicar la sentencia que encabeza estas líneas, la misma con la que José Ortega
y Gasset sacudió las conciencias de sus contemporáneos el 15 de noviembre de
1930 desde las páginas del diario El
Sol. La admonición tan claramente dirigida a los españoles de ese tiempo
caló no solo porque se encontraba ya colectivamente asentada en el imaginario
colectivo de un pueblo harto de trapisondas y componendas, sino también porque
la lanzaba al aire una personalidad tan bien formada, de tan sólido pensamiento
y, a la vez, pacífica, sin derivaciones violentas. Que Ortega pidiera, con
claridad y vehemencia, la destrucción de la
monarquía, fue solo la premonición de lo que ocurriría apenas medio año
más tarde.
Las circunstancias son ahora distintas y por más que siempre, en todo
momento, los ciudadanos estamos convencidos de que vivimos en el peor de los
mundos posibles (pues quienes nos gobiernan deberían hacer cosas muy diferentes
a las que hacen), las torpezas inauditas cometidas por la monarquía actual la
han conducido, en un periodo brevísimo, a caer de la cómoda posición de
popularidad y respeto en que se encontraba a las honduras del desprestigio, la
burla y la desconsideración popular, conceptos aplicables a todos los miembros
de la familia real y ya no solo a quienes, inicialmente, fueron los primeros
responsables de emprender ese camino cuesta abajo. Ni la reina se libra de
recibir abucheos ni la plebeya llamada a ser reina encuentra la forma de
conectar con el afecto de las gentes, sirviendo su imagen de carnaza a las
portadas de las revistas, que se preguntan abiertamente por su actitud
distante, fría, hierática. Nada que ver con el entusiasmo que muestran
ingleses, holandeses, noruegos, daneses y otros vecinos hacia sus monarquías y
especialmente hacia sus princesas o jóvenes reinas, cuya modernidad y cercanía
por aquí echamos de menos.
En esa línea de desapego, como un paso en el desenganche de un fardo
que empieza a ser molesto, debe encajar la curiosa decisión del Ayuntamiento de
Cuenca de suprimir de la parafernalia festiva de este año la condición de
“reina” de las fiestas, presentada como cosa novedosa, positiva y seguramente
progresista pues en lugar del regio mandato coronado con una diadema hubo solo “damas”,
una por cada barrio y todas iguales a la hora de lucir belleza, encanto y
gracia. La novedad, de marcado tinte republicano, aunque parezca algo chusco se
puede interpretar en la línea de lo que vengo comentando, o sea, una huida de
todo lo que tenga que ver con el concepto monárquico, que empieza a resultar
molesto aún en asunto de tan poco calado.
Según he leído, la concejala responsable del departamento festivo
municipal, justifica la medida para “eliminar el elemento competitivo, quitar
presión a las jóvenes y favorecer que todas ellas representen a su ciudad en
igualdad de condiciones”. Por esa regla de tres habría que eliminar también los
alcaldes y dejar solo concejales, todos iguales y los equipos de fútbol
dejarían de tener capitanes para que cada jugador se las ventilase como
pudiera. Está claro que en estos asuntos (y en otros muchos) la jerarquía sigue
teniendo su valor. Siempre que no se utilice el incómodo concepto del que ya
todo el mundo quiere huir.
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