Hay una
sensación generalizada de disgusto, de insatisfacción, sobre el contenido
nominal de las listas electorales. Se puede apreciar en cualquier ambiente, en
la conversación familiar, la tertulia amistosa, comentarios cazados al vuelo en
la calle o la barra del bar. Un lamento colectivo nos hace coincidir a la hora
de valorar algunos de los nombres incluidos en esas listas, nombres que
quisiéramos borrar mientras nos irrita la obligación de votarlos necesariamente,
en contra de opiniones y conciencias, simplemente porque el sistema ha decidido
forzar, contra toda razón, la existencia de listas cerradas. De manera que al
amparo del presunto tirón del cabeza de la lista o por disciplina o simpatía
ideológica, el inocente votante (cada vez más cabreado) se enfrente a la
disyuntiva de quedarse en su casa o meter en la urna la papeleta en la que
figura uno o varios nombres que de buenas ganas tacharía.
Está de moda criticar la forma en
que se hizo la transición política española, un proceso que durante mucho
tiempo sirvió como ejemplo a seguir para otras democracias aún más recientes.
Es el tributo necesario que debe pagarse para satisfacer a los jóvenes
iconoclastas (y todos hemos sido jóvenes en algún momento de nuestras vidas)
deseosos siempre de implantar un tiempo nuevo. La crítica generalizada, así
planteada, es injusta porque ignora los matices pero, sin embargo, tiene
elementos de necesaria consideración positiva. Algunos, incluso, provienen de
más atrás, de antes de la irrupción en el panorama político español de fuerzas
que a su afán renovador añaden
propuestas enormemente atractivas y por ello van ganando en
simpatía popular.
En ese
repertorio debe incluirse el disgusto con que una gran cantidad de ciudadanos
asistimos en cada convocatoria electoral a la presentación de las listas
cerradas que cada partido ofrece con los integrantes de su candidatura. El
sistema es perverso y necesita con absoluta urgencia ser sustituido por otro
totalmente abierto. Es necesario hacerlo así en todo el proceso de citas
democráticas, pero de manera singular en el que se refiere a la composición de
los ayuntamientos, por la cercanía y el conocimiento que todos tenemos de las
personas que se nos ofrecen para ser elegidas y que, con nuestro voto a ciegas
hacia una lista determinada va a propiciar que se incorporen al seno de la
gestión municipal hombres y mujeres que no merecen nuestra confianza.
Parece
evidente que los más interesados en favorecer la pervivencia de este sistema son
los propios partidos, cuyas maquinarias son conscientes de que esa es la única
forma de poder garantizar a determinados miembros la ocupación de puestos que
pueden revertirles beneficios y que de ninguna manera podrían conseguir si se
presentaran abiertamente, dejando en manos de la voluntad del elector marcar o
no ese nombre en concreto. Todo ello se traduce en un grave deterioro de la
democracia verdaderamente representativa. Como la situación se da en todos los
partidos es innecesario señalar con el dedo a este o al otro: todos son
cómplices del sistema y a todos corresponde la misma responsabilidad. No parece
que las nuevas opciones que se están incorporando tengan entre sus propuestas
una orientada claramente a eliminar ese procedimiento y sustituirlo por el de
listas abiertas, el vigente, con excelentes resultados, en el sistema
anglosajón y también, hay que recordarlo, en la España de la Restauración
decimonónica. La nefasta lista d’Hondt es un invento moderno, en mala hora
implantado durante la transición.
Ahora que
todos hablan tanto de la regeneración de la democracia española no estaría de
más que hablaran también, abiertamente, sin tapujos, de la eliminación de las
listas cerradas, al menos para definir la composición de los Ayuntamientos. Así
no sentiríamos, como sentimos, la insatisfacción que nos produce la penosa
lectura de las candidaturas elaboradas por los partidos en la ocasión actual y
que invitan, como mejor solución, a que los votantes se queden en sus casas.
Y no
sucedería, como ya ha ocurrido en varias situaciones, que surge la necesidad de
eliminar de las listas a nombres indeseables, incorporados a la candidatura por
quienes, recién llegados, no conocen el percal que anida en el terruño.
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