"Espacio abierto al cielo, desde el
que la Cuenca
de la imaginación recibe de los dioses sus amparos" escribió un día
Florencio Martínez Ruiz refiriéndose al proyectado y nunca visto, pero siempre
ansiado, Jardín de los Poetas, bautizado así, con este nombre, oficialmente,
por el Ayuntamiento de Cuenca en un acuerdo del 18 de mayo de 1956. El día
anterior, el pleno municipal había acordado grabar en piedra un soneto del
poeta Federico Muelas, para situarlo en el jardín, que recibió su confirmación como
ámbito literario un día de septiembre de 1957 en que un grupo de escritores
llevó a cabo un homenaje a Luis Astrana Marín, en una noche memorable que
sirvió de un lado como reencuentro de la ciudad con el hosco personaje,
auténtico provocador literario y a la vez de encuentro colectivo de todos con
todos.
El proyecto del Jardín de los Poetas había
sido preparado por el concejal Florencio Cañas, que no sólo aspiraba a
utilizarlo para tertulias y recitales, sino que incluso tenía previsto equipar
una celda del viajero poeta, en la torre de san Gil, donde se daría posada a
quien quisiera residir en ella y pasar una temporada en Cuenca, escribiendo.
El homenaje a Astrana fue ideado por
Enrique Domínguez Millán, que acertó a reunir a 17 personalidades del mundo de
las letras: Luis Gallástegui, Timoteo Marquina y Fernando Delgado (que habían
sido estudiantes del seminario de paúles); Carlos de la Rica , Leandro de la Vega , Amable Cuenca, Miguel
Valdivieso, Acacia Uceta, María Paz Viloria, Andrés Vaca Page, Mauricio
Monsuárez y Federico Muelas, junto con el propio Domínguez Millán y la ausencia
de Cayo Cardete (sus versos sí estuvieron) y dos espontáneos añadidos: Juan
Ignacio Bermejo Gironés y Alfredo Pallardo.
La velada suscitó un profundo entusiasmo
en todos, que veían ya realizado el sueño de habilitar un Jardín Literario al
amparo de la torre de San Gil. Carlos de la Rica ha recordado el fracaso de aquella idea:
"Ni biblioteca vino, ni llegaron
visitantes ni, por repetir, se repitieron versos. Aquellos días le repetía
machaconamente a Florencio Cañas que se dieran prisa, que lo hicieran todo, que
lo que ellos no llevaran a término, ahí se quedaría y así fue, así pasó".
Y pasó, en efecto, pues ni se habilitó la
celda en la torre, ni se puso el soneto de Federico Muelas a Cuenca grabado en
piedra viva, ni hubo biblioteca de poesía, ni nada de nada. Queda sólo la
nostalgia, a la que recurrentemente aludían quienes vivieron aquella jornada
única e irrepetible.
Ahora, tras una larguísima espera de años
y años, con obras permanentemente interrumpidas y la verja del jardín bien
cerrada, los trabajos vuelven a ponerse en marcha para concluir -¿será posible
o habrá una nueva interrupción?- las obras de recuperación de los restos de San
Gil y su entorno. Nadie dice cual será su destino, una vez concluidos los
trabajos, pero ni los más optimistas se atreven a pensar que en los tiempos que
corren al Ayuntamiento de Cuenca se le ocurra promover aquí un Jardín de los
Poetas, aunque así se llame el recinto. A saber qué prosaica idea se les
ocurrirá a los concejales de este tiempo. Aunque, según me comenta el gerente del Consorcio (entidad que financia las obras) la intención municipal inicial es recuperar aquel antiguo espíritu que estuvo en el origen del Jardín y volver a convertirlo en un ámbito literario, incluso aportando la piedra grabada con el emblemático soneto a Cuenca de Federico Muelas.
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