viernes, 29 de mayo de 2015

RENACE EL JARDÍN DE LOS POETAS



"Espacio abierto al cielo, desde el que la Cuenca de la imaginación recibe de los dioses sus amparos" escribió un día Florencio Martínez Ruiz refiriéndose al proyectado y nunca visto, pero siempre ansiado, Jardín de los Poetas, bautizado así, con este nombre, oficialmente, por el Ayuntamiento de Cuenca en un acuerdo del 18 de mayo de 1956. El día anterior, el pleno municipal había acordado grabar en piedra un soneto del poeta Federico Muelas, para situarlo en el jardín, que recibió su confirmación como ámbito literario un día de septiembre de 1957 en que un grupo de escritores llevó a cabo un homenaje a Luis Astrana Marín, en una noche memorable que sirvió de un lado como reencuentro de la ciudad con el hosco personaje, auténtico provocador literario y a la vez de encuentro colectivo de todos con todos.
El proyecto del Jardín de los Poetas había sido preparado por el concejal Florencio Cañas, que no sólo aspiraba a utilizarlo para tertulias y recitales, sino que incluso tenía previsto equipar una celda del viajero poeta, en la torre de san Gil, donde se daría posada a quien quisiera residir en ella y pasar una temporada en Cuenca, escribiendo.
El homenaje a Astrana fue ideado por Enrique Domínguez Millán, que acertó a reunir a 17 personalidades del mundo de las letras: Luis Gallástegui, Timoteo Marquina y Fernando Delgado (que habían sido estudiantes del seminario de paúles); Carlos de la Rica, Leandro de la Vega, Amable Cuenca, Miguel Valdivieso, Acacia Uceta, María Paz Viloria, Andrés Vaca Page, Mauricio Monsuárez y Federico Muelas, junto con el propio Domínguez Millán y la ausencia de Cayo Cardete (sus versos sí estuvieron) y dos espontáneos añadidos: Juan Ignacio Bermejo Gironés y Alfredo Pallardo.
La velada suscitó un profundo entusiasmo en todos, que veían ya realizado el sueño de habilitar un Jardín Literario al amparo de la torre de San Gil. Carlos de la Rica ha recordado el fracaso de aquella idea: "Ni biblioteca vino, ni llegaron visitantes ni, por repetir, se repitieron versos. Aquellos días le repetía machaconamente a Florencio Cañas que se dieran prisa, que lo hicieran todo, que lo que ellos no llevaran a término, ahí se quedaría y así fue, así pasó".
Y pasó, en efecto, pues ni se habilitó la celda en la torre, ni se puso el soneto de Federico Muelas a Cuenca grabado en piedra viva, ni hubo biblioteca de poesía, ni nada de nada. Queda sólo la nostalgia, a la que recurrentemente aludían quienes vivieron aquella jornada única e irrepetible.
Ahora, tras una larguísima espera de años y años, con obras permanentemente interrumpidas y la verja del jardín bien cerrada, los trabajos vuelven a ponerse en marcha para concluir -¿será posible o habrá una nueva interrupción?- las obras de recuperación de los restos de San Gil y su entorno. Nadie dice cual será su destino, una vez concluidos los trabajos, pero ni los más optimistas se atreven a pensar que en los tiempos que corren al Ayuntamiento de Cuenca se le ocurra promover aquí un Jardín de los Poetas, aunque así se llame el recinto. A saber qué prosaica idea se les ocurrirá a los concejales de este tiempo. Aunque, según me comenta el gerente del Consorcio (entidad que financia las obras) la intención municipal inicial es recuperar aquel antiguo espíritu que estuvo en el origen del Jardín y volver a convertirlo en un ámbito literario, incluso aportando la piedra grabada con el emblemático soneto a Cuenca de Federico Muelas.



No hay comentarios:

Publicar un comentario