En la
ciudad francesa de Grenoble tienen una alcaldía verde. El titular, un apacible
ciudadano cuarentón llamado Eric Piolle, triunfó en las elecciones con la
promesa (entre otras) de reemplazar la publicidad urbana por árboles. Sorprendentemente,
el señor Piolle piensa (al contrario de lo que hacen sus colegas españoles) que
las promesas deben cumplirse y, a diferencia de los que tenemos por aquí, está
dispuesto a llevar a la práctica lo que había anunciado de manera que ha
elaborado un plan por el que, en los próximos meses, retirará más de 300 paneles
publicitarios repartidos por calles, plazas y jardines y en su lugar plantará
árboles y flores, con el propósito, dice, de que el espacio público no sea un
lugar de paso sino de vida.
Quizá el
alcalde de Grenoble sea un poco exagerado en la aplicación drástica de su
pensamiento programático municipal. Sin llegar a tanto, yo me conformaría con
que el Ayuntamiento limpiara las calles de Cuenca de anuncios, paneles y objetos
inútiles, que no solo no informan de nada sino que además se convierten en
objetos sucios, deteriorados, antiestéticos. Basta con mirar los presuntos
relojes-termómetros, que ni marcan la hora ni ofrecen dato alguno sobre la
temperatura del momento, de los que hay un par de docenas repartidas por la
ciudad. Y si no, también se pueden ver cartelones como el que he elegido para
ilustrar este comentario, situado a la entrada del puente de la Trinidad,
anunciando -es un decir- un hipotético
programa de intervención en el casco antiguo de Cuenca, proyecto que se canceló
a comienzos de esta década.¡Y ya vamos por la mitad! Debería cundir el ejemplo
del alcalde de Grenoble.
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