Propios y extraños tenemos a
la vista un curioso entretenimiento que es, a la vez, de adivinación: ¿qué
están haciendo, qué pretenden hacer en el sitio donde estuvo el antiguo muro de
la calle Alfonso VIII? No es cosa de rehacer aquí la larga historia de este
singular suceso que, finalmente, pareció entrar en vías de solución con el
laborioso acuerdo de emprender la obra a partir de un criterio estable: volver
a construirlo tal como estaba antes del derrumbe. Ese propósito, anunciado a
bombo y platillo, parece haberse evaporado, al menos por lo que se ve o vemos
los simples mortales que no entendemos de elaboraciones arquitectónicas. Porque
después de dos meses de hundir, trepanar, agujerear, cargarse varias veces las
conducciones de agua y las alcantarillas, tener el tráfico alterado y llenar de
ruido el tranquilo ambiente de la parte antigua de Cuenca, ahora va y levantan
un horroroso muro de hormigón, cuya naturaleza, objetivo y fines es lo que
tiene desconcertado al personal. Como no hay ningún cartel que informe, con un
plano de lo que se está haciendo y como los trabajadores del lugar son
herméticos, solo queda espacio para la adivinanza y la suspicacia. Porque
suspicacia hay, y mucha. ¿Para qué ese enorme, monstruoso, feísimo muro?
Veremos cómo queda la cosa. Veremos qué tipo de nuevo atentado están preparando contra la parte alta de Cuenca, y además ante nuestras propias narices, para que nadie pueda decir que no se dio cuenta.
Ese muro de hormigón armado será el esqueleto que dará sustento al nuevo muro. Ya están levantando el recubrimiento con piedras ensambladas de forma un poco cutre, pero aceptablemente similar al resto; la aberración quedará oculta a los ojos de los mortales. Sólo nosotros sabremos que está ahí.
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