Antonio Gómez (Cuenca, 1951) es uno de los individuos más
inquietos, activos y originales que es posible encontrar transitando por las
librerías. Aunque no estoy seguro de que una librería sea el lugar más
apropiado para alojar la obra de Antonio Gómez por más que, desde luego,
adquiere esa forma, la libresca, para albergar en su interior un mundo de
sensaciones visuales y oníricas. Discípulo de Carlos de la Rica en la década de
la vanguardia conquense, formó parte del grupo “Los Experimentales” y también
se integró en otra formación teatral de corta vida, “Garnacha”. Al amparo de estas influencias empieza a
desarrollar una actividad poética cuyos lazos con Cuenca se rompen cuando
traslada su residencia a Extremadura, donde continúa mostrando una irresistible
capacidad creativa. De modo esquemático, por resumir y reducir a un concepto
esta personalidad, diremos que es un poeta, que ha sustituido el verso
convencional por el visual o, como él mismo ha dicho, lo que hace es “ver la
poesía”, escribir el verso de modo gráfico. Ahora, como resumen apretado, pero
bellísimo, de un trabajo realizado durante años, aparece editada una antología
de la obra de Antonio Gómez bajo el título Apenas sin palabras y ciertamente no
son necesarias, no hacen falta (aunque alguna hay) para trasladar al
lector-espectador el sentido poético con que afronta la percepción sensorial,
intimista, del mundo que le rodea y que él recoge con detenimiento y mimo. El
libro, impreso por la Editora Regional de Andalucía, con prólogo de Miguel Ángel
Lama, es una de las más hermosas publicaciones que últimamente ha llegado a mis
manos y recoge, en apretada síntesis, veinticinco años de concienzuda
dedicación a los principios que el poeta viene manteniendo desde sus años
iniciales. Un placer sosegado es este reencuentro periódico con Antonio Gómez,
a través de sus recreaciones sensoriales y poéticas.
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