Hasta hace
15 días solo unos pocos ciudadanos de los que viven al sur de los Pirineos
conocían la existencia de una publicación llamada Charlie Hebdo. Suele
ocurrir, en eso como en todo. Hay cosas reservadas a los iniciados. O a los
curiosos, o a los turistas. O a quienes han vivido algún tiempo en Paris y
además de pasear en un bateau por el Sena o subir a la torre Eiffel (a lo mejor
incluso echar un vistazo al Louvre para apelotonarse ante la Gioconda), que
parecen ser las cosas habituales (de otras más pecaminosas no diré nada) tienen
interés por conocer algo de lo que se cuece en una ciudad tan variada como
apasionante, que tiene calles, teatros, cines, ópera y periódicos. De allí, de
París, Antonio Pérez se trajo varias colecciones y entre ellas, claro, no podía
faltar el irreverente y rompedor Charlie Hebdo, que tiene la buena
costumbre de arremeter contra esto y aquello, como corresponde a una
publicación satírica, de las que incluso en un país tan conservador y timorato
como España aún sobreviven algunas, para satisfacción de quienes se atreven a
mirarse en ellas. Pero volvamos al hilo del comentario que no tiene otra
orientación que advertir de la presencia de una pequeña muestra, significativa,
del semanario francés vilipendiado y ametrallado por los radicales del Islam,
que estos días queda expuesta en la Fundación Antonio Pérez, donde podemos
contemplar en vivo y en directo las características de la publicación y, de
propina, de su compañera de viaje, Hara Kiri. Hay también carteles de
una y de otra, y alguno de Wolinski, uno de los ilustradores fallecidos en el
atentado. La vida es una sátira (veamos, si no, algunas de las cosas que pasan
en este país) y el periodismo crítico, irónico, burlesco, ha tenido siempre muy
buena cabida entre nosotros. Echemos un vistazo amable a lo que aquí se y
reconfortémonos riendo.
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