Cierto
sector de la vida ciudadana, incluidos algunos ilustres regidores municipales,
se vienen mostrando proclives a poner las manos y los dineros públicos en el inútil
Bosque de Acero, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, o sea, que
pueden llegar dineros de Europa y en vez de utilizarlos en cosas prácticas y
asequibles parece mejor seguir despilfarrándolo en sandeces sin fuste ni
fundamento. Como dice una persona a la que respeto, lo peor que le puede pasar
a un Ayuntamiento es tener dinero y si es abundante, peor todavía.
En vez de andar jugueteando con esas elucubraciones
fantasiosas, sería más útil, digo yo, poner los pies en la tierra y, por
ejemplo, invertir cuatro perras en pintar la rayas de las calles, sobre todo
las de los pasos de peatones. Vean, si no, cómo han desaparecido por completo
las de la calle Alfonso VIII, donde cualquier día de estos, alguno de los vehículos
(y en ese concepto se incluyen coches, autobuses y motos) que van a cien por
hora se lleva por delante a un incauto peatón.
Pero si eso parece cosa prosaica, de poco fuste, los ojos
municipales podrían ponerse en otros asuntos, como el desdichado quiosco de la
música del parque de San Julián, al que prendieron fuego unos desaprensivos en
los ardores del verano, destruyendo así un panel de los bonitos mosaicos que lo
adornan.
¿Ha oído alguien si algún concejal, del poder o de la
oposición, ha presentado ruego, pregunta o interpelación sobre la necesaria
reposición de esos mosaicos? Pues no, que yo sepa.
Más valía, sigo diciendo yo, que pusieran manos a una
obra tan asequible, discreta y poco costosa, en ver de estar elucubrando sobre
otras cuestiones.
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