Entre las buenas noticias que nos
llegan en estos primeros días del año se encuentra una que a mí, personalmente,
me produce amistosas satisfacciones. La genera la Diputación provincial desde
donde se nos informa del proyecto de incorporar las vetustas, abandonadas,
maltratadas, entrañables estaciones antiguas de la línea del ferrocarril a los
planes ya en desarrollo para salvaguardar el patrimonio edificado provincial.
Las desdichas de esas queridas y
atractivas estaciones de trenes están vinculadas al pertinaz, malévolo abandono
de la línea férrea tradicional Aranjuez-Utiel por Cuenca, según se definió en
los orígenes, aunque ahora en realidad enlaza Madrid con Valencia si es que
hubiera alguien tan insensato como para pretender hacer semejante viaje en el
que se le puede ir media vida. De modo pertinaz, la empresa ferroviaria (ya
saben, la Renfe inventada en la posguerra para sustituir a las antiguas compañías
privadas que se habían repartido el pastel del territorio español) ha sido
abandonando, año tras año, sin interrupción, un servicio que dejó de
interesarle para dedicar todos sus afanes a la alta velocidad.
En esa política de abandono entraron
también las estaciones, tan vinculadas durante decenios a la vida de los
pueblos. Una tras otra fueron cerrando para quedar muchas de ellas totalmente
abandonadas y expuestas al inevitable proceso de ruina. En otros lugares con
mayor visión de las cosas, por ejemplo, en el norte peninsular, se produjo un
movimiento de recuperación de esos inmuebles para utilizarlos con otros fines,
generalmente vinculados al turismo o al disfrute del medio ambiente. Aquí no
ocurrió tal cosa, sino la contraria, como acabo de decir.
Ahora la Diputación se propone
recuperar esas viejas y bonitas estaciones, con un programa de intervenciones
que se vincula a la muy eficaz tarea que en ese sentido viene haciendo durante
los últimos años la institución provincial. No se nos ha dicho todavía qué se
piensa hacer con estos inmuebles una vez recuperados, pero supongo que habrá
algunas ideas ya porque restaurar por sí mismo no es un objetivo. Sí lo es que
el inmueble recuperado tenga luego una utilidad social. Esperemos y, por ahora,
digamos que bien está lo que se empieza con buena voluntad.
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